Yo he robado
lo máximo posible”.
Hace tiempo que Pep Guardiola anda alejado de
los micrófonos. Hace un año era común verlo en las conferencias de prensa que
debía dar por ser el director técnico del Barcelona, con 14 títulos ganados
bajo su conducción. Imposible no recordar la guerra verbal que se desató entre
él y el ex entrenador de Real Madrid, José Mourinho, a quien tildó como “el
puto amo” de la sala de prensa del Bernabeu, en uno de los duelos más
fervientes de la última década. Hoy no tiene esa obligación.
Hoy da charlas
alrededor del mundo. Le pagan por ello y las elige a su antojo, pero le queda
poco para seguir con esa dinámica. A semanas de asumir como entrenador del
Bayern Münich, aprovecha de descansar y de hablar de fútbol con los que saben.
De eso no hay dudas. A Pep le gusta hablar y hoy todos quieren hacerlo con él.
El éxito de su receta ha traspasado largamente la pelota. Lo de él es un estilo
de vida y aunque quisiera mantenerlo dentro de la cancha, hoy los ojos del
mundo lo ven como un manual para el éxito en muchos ámbitos.
Por eso el retiro en Nueva York y alejarse de la prensa
española. Por eso el refugio en su familia. Por eso eligió Buenos Aires para
hablar de fútbol y la vida. Una visita con un poco de homenaje a su ídolo
Lionel Messi y también para calmar la ansiedad de volver a las canchas.
La última vez que había estado en la Argentina, Pep
Guardiola pasó inadvertido. Es cierto, no tenía ni la mitad de la fama que
tiene hoy. Pero, además, en ese entonces no hizo mucho para ser visto: se
encontró con César Luis Menotti (técnico de la selección argentina campeona del
Mundial de 1978) y después fue a visitar a Marcelo Bielsa a su campo, en las
afueras de Rosario. Ahí, Guardiola y el ex entrenador de la selección chilena
se quedaron hablando de fútbol once horas seguidas.
Fue en octubre de 2006, pero esos encuentros sólo
trascendieron una vez que Guardiola se convirtió en el técnico más exitoso de
los últimos tiempos. Y fue por ese suceso que volvió a Argentina, ahora sí como
una celebridad mundial. Después de haber convertido al Barcelona en el mejor
equipo de la historia, de haber consolidado a Lionel Messi como una estrella
global y, sobre todo, después de haber conseguido algo que parecía imposible:
ver jugar al Barcelona –a su Barcelona– se convirtió en una gesta poética, un
espectáculo obligatorio para todos los amantes del buen fútbol.
Guardiola es ahora un modelo a seguir, no sólo para sus
colegas, sino también para empresarios y líderes ejecutivos. Y aunque parezca
mentira, es casi el mismo de aquella charla interminable con Bielsa: un tipo de
convicciones firmes, perfil bajo y un amor irrenunciable por la pelota. Un
revolucionario que nunca dejará de escuchar a su corazón.
“Buenos Aires me resulta abrumadora”, dijo al inicio de la
charla “Guardiola: Pasión, liderazgo y trabajo en equipo”. En su visita a una
humilde escuela primaria del sur de la ciudad de Buenos Aires, la generación de
niños que admira a Messi y que conoce de memoria el fútbol europeo de tanto
jugar al fútbol de PlayStation lo recibió como a uno de sus ídolos máximos.
Y con una pregunta, uno de los niños logró sacarle al
entrenador una de las frases más destacadas: “¿Vas a volver al Barcelona?”,
preguntó. “Es un período cerrado. Uno se hace adulto. Fue una fantástica etapa
en mi vida, pero se acabó”. Dice que se hizo adulto, pero tiene sólo 41 años.
Una edad en la que muchos empiezan a construir su carrera como entrenador. El
ya es mucho más que eso. Ganó todo lo que pudo (tres Ligas Españolas, dos Copas
del Rey y dos Champions League, entre otros 15 títulos), pero logró algo mucho
más importante: sus equipos tienen una identidad definida. Y ése es el desafío
que tiene por delante: imponer su estilo en el Bayern Münich, un multicampeón
de todas las épocas, que dirigirá a partir de julio.
Guardiola debutó como jugador en la primera del Barcelona el
16 de diciembre de 1990, con 19 años. El holandés Johan Cruyff lo convirtió en
su intérprete dentro de la cancha, y durante casi diez años se convirtió en el
símbolo del buen juego que llevó a su equipo a ganar seis ligas locales.
Guardiola, un flaco con no demasiadas cualidades atléticas y un estilo
ortodoxo, hizo jugar a su equipo. Los que lo admiraron desde la tribuna
coincidían en algo: no brillaba por su velocidad o su gambeta, pero ejecutaba
siempre la jugada perfecta en el momento oportuno. Ya era un técnico dentro de
la cancha, sólo que estaba vestido de jugador, siempre con el número 4 en la
espalda.
Jugó diez años en el Barcelona y después deambuló por ligas
del mundo (Italia, Qatar y México, en donde se retiró). En Italia pasó su peor
momento, cuando en 2001 dio positivo un control antidoping mientras jugaba en
el Brescia, por exceso de nandrolona, una sustancia prohibida. Para una persona
que siempre defendió el honor y el fútbol sin trampas, fue un golpe durísimo.
Hasta el diario español Marca mostró en su momento la
sorpresa (“¿Tú, Pep?”, fue el título principal). Guardiola luchó varios meses
para defenderse, pero terminó con una suspensión por cuatro meses. En 2007,
logró ser absuelto (argumentó que su cuerpo producía más nandrolona que lo
normal), aunque su nombre ya había quedado manchado. Con los años ha reafirmado
esa idea: “No se pueden conseguir grandes cosas si se es mala persona”.
Estampa de ganador
Pero su esencia era el Barcelona. Y fue allí donde volvió para
ser entrenador. En realidad, siempre supo que lo sería. En un documental que
dirigió su amigo cineasta David Trueba (uno de los testigos del encuentro con
Bielsa), Guardiola dijo, “a los 25 años sabía que quería ser entrenador, y lo
más maravilloso de esto es imaginar el partido que estás preparando, y que mi
gente haga aquello que le transmití”.
La pregunta sobrevuela todas las conferencias de Guardiola:
¿Qué es lo que la gente quiere escuchar de él? ¿Buscan sólo una respuesta
mágica, aplicable para el fútbol, que indique cómo hay que ganar un partido?
¿Quieren un líder que devuelva la pasión por el juego? ¿O buscan algo más, un
símbolo de honestidad, trabajo y convicciones inquebrantables, algo cada vez
más infrecuente en el fútbol y en la sociedad? ¿Depositan en Guardiola todas
esas esperanzas? ¿Y acaso no es Guardiola un perfecto sex symbol? Sí, es todo
eso, y por eso, por ejemplo tres mil 500 argentinos agotaron en pocas horas las
entradas para verlo (con valores de entre 25 y 120 euros). “Es el gran
revolucionario de estos días”, lo define Jorge Valdano.
Este Guardiola conserva casi la misma estampa que tenía como
jugador, barba de algunos días, un saco gris con polera al tono y un tic que
repite cada vez que una idea lo interpela: las manos que van a la cabeza, al
mentón, al poco pelo que le queda. Y después de ese gesto, frases, sentencias
que entrenadores de fútbol, empresarios, académicos, estudiantes de periodismo
no dejan de disfrutar: nuestro héroe está inspirado, y su mensaje inspira a los
demás: “Las ideas son de todo el mundo. Yo he robado lo máximo posible”, dice,
con una sabiduría 2.0: es un revolucionario que hace copy-paste, pero que le
pone su esencia a todo.
“Cada uno tiene que
elegir su idea. Sino la sientes como propia, no lograrás que funciona”, dice.
¿Y cuál es la esencia Guardiola?
“El balón debe ser el centro del universo. Esa cosa redonda
la quiero yo, me pertenece”, sentencia.
“Me hice futbolista para darle patadas al balón”.
Fue un gran jugador. Tan bueno que, de alguna manera, fue un
adelantado para el fútbol de su país.
Guardiola podría jugar perfectamente junto a Xavi e Iniesta,
los generadores de juego del Barcelona.
Pero en el Mundial de
1994, cuando España no era la potencia futbolística que es ahora, Guardiola
participaba de un entrenamiento del equipo que dirigía Javier Clemente. El
primer ejercicio fue un trote grupal y Pep fue el último en agregarse a la
fila. Llevaba en sus pies una pelota, cuando el técnico lo advirtió y le pidió
que la dejara atrás. Guardiola le hizo caso, pero la metáfora no pudo ser más
acertada. España, escaso de fútbol, quedó eliminado en cuartos de final. La
historia la contó Santiago Segurola en el imprescindible “Héroes de nuestro
tiempo”, una antología con las crónicas de este periodista español durante sus
25 años de periodismo deportivo.
Ese Guardiola ya se preparaba para ser entrenador: pensaba
en que no iba a hacerle a sus jugadores lo que no le gustaba que le hicieran a
él. También eso le contó a los argentinos que fueron a escucharlo: “Lo que más
me gusta de entrenar es el juego. Tengo mucho amor por este oficio, por el
juego en sí.
Y transmitir el conocimiento a los jugadores, llegarles,
convencerles, eso es lo más magnífico de mi profesión. Disfruto mucho de pensar
por dónde se puede ganar un partido y transmitirles eso a los jugadores”. A no
engañarse: Guardiola ofrece belleza, pero también exige sacrificio: “Soy menos
romántico de lo que parezco. En mis equipos, el que no corre, sale solo”.
Ahora tiene una agenda de estrella de rock, y como ellos, a
veces cae en lugares comunes cercanos a la demagogia, aunque de su boca no
suenen tan mal. Al cabo, es un seductor (lleva 22 años de matrimonio y tiene
tres hijos).
El pecho se le infla cuando habla de Messi: “No vi nada
igual a él. Sus padres lo hicieron muy bueno”.
Después de una jornada llena de compromisos, Guardiola
decidió reservarse la noche del 2 de mayo para cenar a solas con César Menotti.
Según pudo reconstruir el periodista argentino Ezequiel Fernández Moores en su
imperdible columna de los miércoles en el diario La Nación, Pep le confesó que
tenía incertidumbre por cómo va a caer en su nuevo equipo, el Bayern Münich que
ganó la liga local y la Champions League y que muestra un nivel futbolístico
imposible de superar. “Tranquilo Pep”, dijo Menotti, “que cuando abras la
puerta del vestuario y digas ‘Buenos días’, todos los jugadores ya sabrán a qué
tienen que jugar”. Ese es su mejor resultado: todo el mundo sabe quién es y a
qué juega Josep Guardiola.
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