jueves, 25 de junio de 2015

LA CUANTIFICACIÓN DE LA CARGA EN EL FÚTBOL.


DAVID HERRERA .

Uno de los objetivos primordiales que persigue el entrenamiento es mejorar el rendimiento del futbolista en competición. Es por ello que el análisis del rendimiento se convierte en un pilar fundamental para conocer en qué medida alcanzamos ese objetivo, por lo que debemos conocer en profundidad las características específicas del deporte en cuestión, principalmente las demandas que se producen en competición.

Para ello, será necesaria la observación de la misma, así como de su entrenamiento, pues ambos procesos están íntimamente relacionados; los comportamientos que los jugadores muestran en competición son el resultado de las adaptaciones inducidas mediante el entrenamiento, y, a su vez, en el entrenamiento se aplican los medios diseñados según la información obtenida de la competición (Garganta, 1997).

Sin embargo, el control de entrenamiento y competición en fútbol es una labor extremadamente compleja, debido a aspectos como:

-         Las características tan específicas del deporte
-         La interacción (colaboración-oposición)
-         El medio en que se desarrolla
-         La velocidad de las acciones
-         La incertidumbre
-         La enorme dificultad de establecer relaciones causa-efecto
-         El contexto

Ante esta complejidad, algunos entrenadores optan por acercarse e intentar obtener un conocimiento más preciso del deporte y sus características, mientras que otros, han hallado la excusa para alejarse del control de la competición y el entrenamiento.

De manera tradicional, la única forma de controlar el rendimiento se basaba en la observación por parte del entrenador que, de manera subjetiva, emitía juicios y opiniones de tipo cualitativo sobre la actuación de sus jugadores, y se servía de éstas para preparar el próximo partido.

Hoy, sin embargo, contamos con numerosos medios que nos precisan, de manera cuantitativa, una ingente cantidad de datos sobre el tipo de esfuerzos requeridos durante la competición en el fútbol, tales como analizadores portátiles de lactato, GPS individuales, analizadores de gases y/o monitores de frecuencia cardíaca.

Ahora bien, ¿de qué nos sirven todos estos datos científicos si no sabemos transformarlos en información?

El estudio de deportes de conjunto, desde perspectivas bioenergéticas, biomecánicas y médicas, si bien nos puede acercar a algunos aspectos relacionados con las demandas de la actividad, así como a algunos factores que influyen en el rendimiento, resultan insuficientes para analizarlos (Álvaro, 2005, Gómez 2006, Pino, 2009).

Sólo nos muestran una pequeña parte de un todo, que para alcanzar a comprender, habría que empezar por definir el paradigma que envuelve el ámbito de actuación de este deporte.

Resulta obvio, llegados a este punto, que necesitamos una visión mucho más amplia, buscando no sólo la mayor información posible, sino que ésta sea válida y aplicable, lo cual solo puede conseguirse si el dato queda contextualizado (Garganta, 2000), dado que durante la tormenta de toma de decisión en la que se ve inmerso el jugador intervienen tres factores: el tipo de situación, las características del que decide y el contexto (Mora, García Toro y Zarco, 1995).

Surge así uno de los principales interrogantes: ¿cómo definimos, contextualizamos y medimos el dato?
La respuesta parece estar en el paradigma ecológico. Dicho modelo plantea la explicación e interpretación de los fenómenos a través del contexto y ligados a su especificidad, llegando a poder ser considerado como una nueva perspectiva de análisis en el ámbito del deporte de Alto Rendimiento (Álvaro y Col, 1996).

Para indagar en esta nueva visión, es necesario concebir al jugador como un ser complejo, condicionado por el entorno y condicionante del mismo, incidiendo como mínimo sobre estas tres capacidades:  
- SOCIO-AFECTIVAS: de las relaciones inter-personales-grupales.  
- EMOTIVO-VOLITIVAS: para la identificación con el yo personal.  
- CREATIVO-EXPRESIVAS: para la proyección del yo personal (en el terreno de juego).
  
Bajo este prisma, Seirul-lo (1998) sienta las bases del “microciclo estructurado”, el cual concibe al jugador de manera íntegra, sin separar sus componentes, haciendo especial énfasis en la toma de decisión del mismo y en la especificidad de las tareas, priorizando en éstas aspectos técnico-tácticos.


Además, aboga por la no linealidad de las tareas, por entrenar en la variabilidad, ya que, no lo olvidemos, estamos trabajando con seres vivos hipercomplejos, cuyas estructuras anteriormente mencionadas interactúan de manera conjunta para la consecución de un fin.

No se trata de medir lo “físico”, mediante mms de lactato en sangre, porcentajes de V02Máx, o pulsaciones por minuto con una fiabilidad científica de +/- 2-3%, sino de plantear tareas de aspectos exclusivamente cognitivos o tácticos, tareas orientadas, asociadas a acciones simuladoras de balón, a la vez coordinativo, socio-emotivo, afectivo y condicional (Seirul-lo, 2000).

A su vez, Vítor Frade (años 80) en su archiconocida “Periodización Táctica” enfatiza la asimilación de una forma de jugar en sus principios: organización del ataque, de la defensa y de la transición de un momento a otro, dando capital importancia a la concentración. Todo gira en torno al modelo de juego con una especificidad e intensidad máxima constantes.

El profesor portugués nos habla del principio de alternancia horizontal, refiriéndose a la variación de los distintos tipos de esfuerzo a lo largo del microciclo semanal, según la proximidad de la competición. Para ello, divide las tareas según la contracción muscular: velocidad, tensión y duración de la contracción, otorgando un componente de fatiga no sólo a nivel fisiológico, sino a nivel del SNC (aspectos cognitivos). Todo ello, en un marco totalmente subordinado a la dimensión táctica.

Existe, como vemos, una magnitud difícil de cuantificar como es el desgaste emocional que las tareas de entrenamiento y la competición producen en el individuo. Para acercarnos, en la medida de lo posible, a comprender e intentar medir dicho esfuerzo, valga la Escala de Borg, una herramienta de apreciación subjetiva del esfuerzo realizada por parte del jugador de manera individual, en la que refleje la fatiga producida (mental-física) por las tareas en una escala numerada, como la que muestra la siguiente figura (y que el jugador tendrá que interiorizar previamente para ponerla en práctica):

“Llevo muchos años trabajando en esto y he llegado a plantearme si realmente merece la pena cuantificar la carga de entrenamiento. El patrón de los microciclos a lo largo de la temporada es muy común e incluso repetitivo en cuanto a estructura interna. Si hablamos de carga externa, existen soportes informáticos como AMISCO o PROZONE, que nos sirven para establecer la relación de aspectos cuantitativos entre competición y entrenamiento. En lo que a carga interna se refiere, he empleado años analizando la percepción subjetiva del esfuerzo, a través de las valoraciones de los jugadores tras la sesión y siempre se mantiene el mismo patrón de esfuerzo a lo largo del microciclo, según las cargas aplicadas respecto a la proximidad de la competición. Con todos estos datos (carga externa, valoración subjetiva del esfuerzo y complejidad de las tareas) sacas un índice en el que siempre se repite el mismo ciclo, por lo que La verdadera importancia reside en definir la orientación de la tarea, qué buscamos, qué objetivo perseguimos... A partir de ahí, sólo varía el volumen, pues la INTENSIDAD siempre debe de ser MÁXIMA" (Domínguez, 2012).


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