DAVID HERRERA .
Uno de los objetivos primordiales que persigue el
entrenamiento es mejorar el rendimiento del futbolista en competición. Es por
ello que el análisis del rendimiento se convierte en un pilar fundamental para
conocer en qué medida alcanzamos ese objetivo, por lo que debemos conocer en
profundidad las características específicas del deporte en cuestión,
principalmente las demandas que se producen en competición.
Para ello, será necesaria la observación de la misma, así
como de su entrenamiento, pues ambos procesos están íntimamente relacionados;
los comportamientos que los jugadores muestran en competición son el resultado
de las adaptaciones inducidas mediante el entrenamiento, y, a su vez, en el
entrenamiento se aplican los medios diseñados según la información obtenida de
la competición (Garganta, 1997).
Sin embargo, el control de entrenamiento y competición en
fútbol es una labor extremadamente compleja, debido a aspectos como:
- Las
características tan específicas del deporte
- La
interacción (colaboración-oposición)
- El
medio en que se desarrolla
- La
velocidad de las acciones
- La
incertidumbre
- La
enorme dificultad de establecer relaciones causa-efecto
- El
contexto
Ante esta complejidad, algunos entrenadores optan por
acercarse e intentar obtener un conocimiento más preciso del deporte y sus
características, mientras que otros, han hallado la excusa para alejarse del control
de la competición y el entrenamiento.
De manera tradicional, la única forma de controlar el
rendimiento se basaba en la observación por parte del entrenador que, de manera
subjetiva, emitía juicios y opiniones de tipo cualitativo sobre la actuación de
sus jugadores, y se servía de éstas para preparar el próximo partido.
Hoy, sin embargo, contamos con numerosos medios que nos
precisan, de manera cuantitativa, una ingente cantidad de datos sobre el tipo
de esfuerzos requeridos durante la competición en el fútbol, tales como
analizadores portátiles de lactato, GPS individuales, analizadores de gases y/o
monitores de frecuencia cardíaca.
Ahora bien, ¿de qué nos sirven todos estos datos científicos
si no sabemos transformarlos en información?
El estudio de deportes de conjunto, desde perspectivas
bioenergéticas, biomecánicas y médicas, si bien nos puede acercar a algunos
aspectos relacionados con las demandas de la actividad, así como a algunos
factores que influyen en el rendimiento, resultan insuficientes para
analizarlos (Álvaro, 2005, Gómez 2006, Pino, 2009).
Sólo nos muestran una pequeña parte de un todo, que para
alcanzar a comprender, habría que empezar por definir el paradigma que envuelve
el ámbito de actuación de este deporte.
Resulta obvio, llegados a este punto, que necesitamos una
visión mucho más amplia, buscando no sólo la mayor información posible, sino
que ésta sea válida y aplicable, lo cual solo puede conseguirse si el dato
queda contextualizado (Garganta, 2000), dado que durante la tormenta de toma de
decisión en la que se ve inmerso el jugador intervienen tres factores: el tipo
de situación, las características del que decide y el contexto (Mora, García
Toro y Zarco, 1995).
Surge así uno de los principales interrogantes: ¿cómo
definimos, contextualizamos y medimos el dato?
La respuesta parece estar en el paradigma ecológico. Dicho
modelo plantea la explicación e interpretación de los fenómenos a través del
contexto y ligados a su especificidad, llegando a poder ser considerado como
una nueva perspectiva de análisis en el ámbito del deporte de Alto Rendimiento
(Álvaro y Col, 1996).
Para indagar en esta nueva visión, es necesario concebir al
jugador como un ser complejo, condicionado por el entorno y condicionante del
mismo, incidiendo como mínimo sobre estas tres capacidades:
- SOCIO-AFECTIVAS: de las relaciones
inter-personales-grupales.
- EMOTIVO-VOLITIVAS: para la identificación con el yo
personal.
- CREATIVO-EXPRESIVAS: para la proyección del yo personal
(en el terreno de juego).
Bajo este prisma, Seirul-lo (1998) sienta las bases del
“microciclo estructurado”, el cual concibe al jugador de manera íntegra, sin
separar sus componentes, haciendo especial énfasis en la toma de decisión del
mismo y en la especificidad de las tareas, priorizando en éstas aspectos
técnico-tácticos.
Además, aboga por la no linealidad de las tareas, por
entrenar en la variabilidad, ya que, no lo olvidemos, estamos trabajando con
seres vivos hipercomplejos, cuyas estructuras anteriormente mencionadas
interactúan de manera conjunta para la consecución de un fin.
No se trata de medir lo “físico”, mediante mms de lactato en
sangre, porcentajes de V02Máx, o pulsaciones por minuto con una fiabilidad
científica de +/- 2-3%, sino de plantear tareas de aspectos exclusivamente
cognitivos o tácticos, tareas orientadas, asociadas a acciones simuladoras de
balón, a la vez coordinativo, socio-emotivo, afectivo y condicional (Seirul-lo,
2000).
A su vez, Vítor Frade (años 80) en su archiconocida “Periodización
Táctica” enfatiza la asimilación de una forma de jugar en sus principios:
organización del ataque, de la defensa y de la transición de un momento a otro,
dando capital importancia a la concentración. Todo gira en torno al modelo de
juego con una especificidad e intensidad máxima constantes.
El profesor portugués nos habla del principio de alternancia
horizontal, refiriéndose a la variación de los distintos tipos de esfuerzo a lo
largo del microciclo semanal, según la proximidad de la competición. Para ello,
divide las tareas según la contracción muscular: velocidad, tensión y duración
de la contracción, otorgando un componente de fatiga no sólo a nivel
fisiológico, sino a nivel del SNC (aspectos cognitivos). Todo ello, en un marco
totalmente subordinado a la dimensión táctica.
Existe, como vemos, una magnitud difícil de cuantificar como
es el desgaste emocional que las tareas de entrenamiento y la competición
producen en el individuo. Para acercarnos, en la medida de lo posible, a
comprender e intentar medir dicho esfuerzo, valga la Escala de Borg, una
herramienta de apreciación subjetiva del esfuerzo realizada por parte del
jugador de manera individual, en la que refleje la fatiga producida
(mental-física) por las tareas en una escala numerada, como la que muestra la
siguiente figura (y que el jugador tendrá que interiorizar previamente para
ponerla en práctica):
“Llevo muchos años trabajando en esto y he llegado a
plantearme si realmente merece la pena cuantificar la carga de entrenamiento.
El patrón de los microciclos a lo largo de la temporada es muy común e incluso
repetitivo en cuanto a estructura interna. Si hablamos de carga externa,
existen soportes informáticos como AMISCO o PROZONE, que nos sirven para
establecer la relación de aspectos cuantitativos entre competición y
entrenamiento. En lo que a carga interna se refiere, he empleado años
analizando la percepción subjetiva del esfuerzo, a través de las valoraciones
de los jugadores tras la sesión y siempre se mantiene el mismo patrón de
esfuerzo a lo largo del microciclo, según las cargas aplicadas respecto a la
proximidad de la competición. Con todos estos datos (carga externa, valoración
subjetiva del esfuerzo y complejidad de las tareas) sacas un índice en el que
siempre se repite el mismo ciclo, por lo que La verdadera importancia
reside en definir la orientación de la tarea, qué buscamos, qué objetivo
perseguimos... A partir de ahí, sólo varía el volumen, pues la INTENSIDAD
siempre debe de ser MÁXIMA" (Domínguez, 2012).
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