jueves, 25 de diciembre de 2014

QUIÉN SÓLO SABE DE FÚTBOL...



...NI DE FÚTBOL SABE. 
por FRANCISCO RUIZ BELTRAN 

“Quien solo sabe de fútbol ni de fútbol sabe”, decía el filósofo portugués Manuel Sergio. El mismo que piensa algo que comparto: el fútbol no es una actividad física sino humana. Él, a modo de ejemplo, dice que en fútbol no hay remates sino personas que rematan y no hay saltos, sino personas que saltan.

Uno de los errores que observamos a menudo es contemplar al futbolista como un ente físico, alguien que ni siente ni padece, aislado del contexto y que es simplemente la suma de sus características: remate de cabeza, disparo, velocidad, etc. Óscar Cano o Conde defienden que el futbolista no existe, sino que “es contextual”, y generar ese contexto que optimice el rendimiento individual y colectivo es una de las labores más importantes en la profesión de entrenador.

Dicen algunos técnicos, orgullosos de ellos mismos a pesar de obtener malos resultados allá donde van, que los jugadores hablan fenomenal de ellos, que conservan grandes amistades con quienes un día fueron sus futbolistas. Es una observación similar a la de “perdimos, pero tuvimos más el balón que ellos”. Ambos comentarios tienen un problema de fondo común: no distinguir un medio del objetivo final. Dominar el balón no es un fin, es un medio para ganar. Llevarse bien con los jugadores no es un fin, puede llegar a ser un medio para optimizar rendimientos. De nada me vale llevarme bien con mis jugadores si no consigo sacarles el máximo rendimiento.

Al hablar de una ciencia humana cuando hablamos de fútbol, la importancia de la psicología cobra un aspecto fundamental y global. Tradicionalmente se entiende esta ciencia dentro del deporte como la capacidad para motivar, muchas veces reduciendo su importancia al diálogo jugador-entrenador o a los monólogos pre partido. Sin embargo, la psicología está intrínseca en todas las vertientes y durante todo el proceso colectivo.

Cuando llegamos a un equipo nuevo y hacemos un estudio de nuestros jugadores, necesitamos observar las microsociedades y las sinergias, entender que el todo es más que la suma de sus partes y la elección del modelo y principios de juego que haremos se corresponderá con la naturaleza de nuestros jugadores. La calidad y naturalidad de esta elección ya será el primer mensaje a nuestros jugadores, que sentirán el modelo como suyo, lo que les reforzará, compartirán y crecerán en autoconfianza individual y colectiva (este modelo, este juego, estos compañeros me harán mejor jugador, estaré en un contexto más adecuado) o todo lo contrario. Un nefasto ejemplo de psicología deportiva será llegar al Barcelona y presentar un modelo de juego basado en balones largos, segundas jugadas y obligar a pasar de la primera fase a la tercera obviando el centro del campo. Decidiendo esto, por muchas charlas grupales e individuales con Xavi, con Iniesta o con Busquets, estarás minando la moral de los jugadores y del grupo que tienen un autoconocimiento que les hará sentirse fuera de contexto y trabajar en un entorno que no potenciará sus virtudes ni su juego global. Eso, además, no despertará motivaciones suficientes para enfrentarse como guerreros a los rivales, porque si no crees en lo que haces, no lo harás al cien por cien. Es por esto por lo que la famosa frase de que para dirigir a un grupo hay que hacerles creer en la idea es incompleta. Primero, hay que tener una buena idea, una idea que se corresponda con la calidad humana que vas a manejar.

Un caso similar es cuando establecemos un plan de juego previo a un partido. Normalmente, el mejor plan es aquel en el que mis jugadores crean. Cuando digo que “fue una victoria táctica” no quito mérito a los jugadores porque entiendo esa táctica como la colaboración cuerpo técnico-jugadores. Solo me puedo plantear hacer un movimiento táctico diferente si creo y si mis jugadores tienen capacidad para llevarlo a cabo en el partido. Sin ellos, no hay táctica. Mi trabajo es tomar decisiones que nos lleven a ganar, pero ganan los jugadores, claro. Porque si mis movimientos no son interpretables, perderemos el partido.
El plan de juego, decía, no se establece en una pizarra sino que su complejidad es mayor y más global. Necesitamos que potencie nuestro juego, que lleve al mínimo el juego del rival, pero sobre todo que nuestros jugadores entiendan y conozcan los porqués y que sientan que llevando a cabo una estructura determinada tendrán más posibilidades de ganar el partido. Una vez más, creer para vencer. Y siempre es más fácil creer si sientes lo que haces.

El Barcelona era un equipo mentalmente fuerte y sus rivales sufren emocionalmente por, entre otras cosas, una razón de juego. El contexto durante el partido era el que quería el Barça, el juego se desarrollaba como planeaban, de la manera en la que más se potenciarán sus virtudes (posesión de balón, circulación rápida, equipo adelantado) y además al desnaturalizar al rival, le obligaba a tomar decisiones y hacer movimientos a los que no están acostumbrados y más tiempo del que desarrollan haciendo esas actividades normalmente.


También el componente emocional tiene un protagonismo fuerte durante los entrenamientos. El control de las recuperaciones, de los tiempos de descanso, las actividades diarias, la calidad de las tareas, su complejidad o incluso el éxito de los jugadores durante las sesiones irán generando hábitos, información y sensaciones en los jugadores. Si todo es fácil, si todo lo resuelvo con éxito, si apenas tengo oposición durante la semana, si llego cansado, si acumulo demasiada información… no superaré las adversidades, no me acostumbraré a la exigencia mental y de concentración de un partido, no aguantaré el mismo nivel de activación noventa minutos, aparecerá antes la fatiga, etc. Igual que un exceso de complejidad en los entrenamientos o no tener éxito resolviendo nuestros principios de juego durante las sesiones hará que seamos inferiores emocionalmente al rival por no creer y no sentir nuestro juego –si siempre hacemos las cosas mal, no las haremos bien en los momentos claves.

Todo esto va acompañado de una gestión de vestuario en la que conviven todo tipo de personas diferentes que incluso pueden tener objetivos distintos y, seguro, motivaciones individuales más o menos importantes. Gente que ya es inteligente, que adivina sus roles y los de sus compañeros, que juzga las sesiones y alineaciones del entrenador, que piensa con egoísmo buscando la titularidad y no aceptando la suplencia, jugadores que trabajan y no juegan en detrimento de otros que no trabajan y juegan. Algo habitual en el fútbol y que imposibilita a largo plazo el rendimiento continuado ya que si trabajo y no juego, dejo de trabajar; y si juego sin trabajar nunca trabajaré al máximo. Y el entrenador, conociendo todas estas variables, y sin hacer siempre lo correcto, es el que tiene que tomar las decisiones finales con el objetivo de que su equipo esté despierto, crea en el plan de juego y en la importancia de trabajar dejando de lado el yo por el nosotros. El proceso no es fácil y cada vestuario es un mundo: cuando algo parece morir, necesita ser reactivado y hay que encontrar las fórmulas.
Un entrenador, este año, ha optado por críticas públicas, por sentar a un peso pesado y por no aceptar más errores. Esto ha caído mal en los jugadores. Pero lo que importa ahora no es si piensan bien o mal de su entrenador (ningún suplente puede ser feliz, nadie que es criticado lo acepta con amabilidad) sino qué efectos tendrá en el rendimiento individual y colectivo de los jugadores de aquí a final de temporada. Porque nadie es feliz en el momento del castigo y todos lo son cuando son campeones en mayo. Entonces, algunos, incluso reconocen que aquel toque de atención les obligó a exprimirse y mejoraron e incluso llegó a ser un punto de inflexión. La enemistad con victorias, en fútbol, siempre es mejor que la amistad con derrotas, y aunque personalmente pienso que la relación entrenador-jugador es importante y tengo el placer de llevar vestuarios felices, motivados y con los que tengo confianza plena, distingo el medio del fin y si nos contratan no es para ser amigos de los jugadores, sino para hacerles ganar.

* Francisco Ruiz Beltrán es entrenador. Autor del libro “Filosofía y manual de un entrenador de fútbol” (Wanceulen Editorial).


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