Por Rosa María Coba.
Licenciada en Psicología (U. Autónoma de Barcelona).
Ejerce en el ámbito de la Psicología clínica y neuropsicología. Coautora del
libro “el jugador es lo importante”. Y diversas publicaciones en las que la
neurociencias y deporte son los protagonistas.
Diversos factores pueden estar contribuyendo a ello:
determinados modelos de juego en los que priman una serie de factores más
mentales y no tan físicos, la necesidad de encontrar contrapuntos que marquen
diferencias, el avance de la neurociencia y las posibilidades que nos brinda en
la actualidad al poder estudiar cerebros en acción, el aprendizaje como verbo
que da un sentido pleno al acto del juego, el momento sociocultural en el que
el éxito en cuanto a resultados se asocia a jugadores y técnicos con un
determinado perfil … y otros tantos factores que sin duda pueden encuadrar esta
perspectiva.
El jugador de fútbol entrena y compite en base y a través
de una serie de interacciones complejas que se dan en torno a una estructura
única y global formada por un entramado biomecánico, una serie de procesos
cognitivos, neuropsicológicos, emocionales, sociales y culturales en el
contexto de un modelo de juego.
Todo ello se produce teniendo como eje principal el
cerebro, punto natural de partida y de llegada. ¿Más razones para invitar al
cerebro a este escenario?
Cuando hablamos de deportistas, lo hacemos de cerebros en
acción. También de otras cuestiones, que a veces están o se activan y otras no.
Pero al cerebro no lo podemos sentar en el banquillo, de ahí que una disciplina
como la neuropsicología del deporte pueda aportar al multifactorial universo
del fútbol herramientas de trabajo nada despreciables.
Definamos que la neuropsicología es la ciencia que
estudia la relación entre la función cerebral y la conducta y con ello,
identificamos, estimulamos y potenciamos el rendimiento del deportista.
Desde hace muy poco tiempo sabemos que la plasticidad
cerebral es una de las cualidades de nuestro cerebro que más juego nos da
cuando de aprender se trata, ya que nos permite adaptarnos a circunstancias
cambiantes al tiempo que incorporamos información nueva, por lo que podemos
optimizar el aprendizaje y por tanto el rendimiento de un deportista puesto que
podemos estimular partiendo siempre de la actividad real del mismo y de sus
particularidades y únicas características.
El alcance de este trabajo es absolutamente armonioso y
coherente con la natural complejidad que
entraña el trabajo que desarrolla un jugador de fútbol.
No debemos obviar que el entrenamiento es un aprendizaje
complejo, sobre todo por la variabilidad de factores intrínsecos y extrínsecos
intervinientes ya que su desarrollo se da en un contexto en el que las
imprevisibles interacciones son las principales compañeras de juego. Por todo
ello, la actividad cerebral y el rendimiento deportivo conforman un irreducible
binomio.
¿Cómo se entrenan éstos aspectos? ¿El cuerpo técnico
potencia herramientas cerebrales? ¿Entrenamos la orientación y control postural
teniendo en cuenta la predominancia hemisférica del jugador no solo en base a
su pierna dominante sino en base a la combinación del ojo/pierna dominante?
¿Sabemos que en base a si un jugador es zurdo, diestro, cruzado u homogéneo
podemos prevenir lesiones, optimizar su recuperación o entrenar la toma de
decisiones de un modo diferente puesto que su velocidad de respuesta motora es
distinta en cada caso según sea este patrón?
¿Consideramos que mediante los mapas mentales podemos ofrecer al jugador
una herramienta muy válida para afrontar con más seguridad y recursos su
trabajo? ¿Tenemos en cuenta que las neuronas espejo son grandes aliadas a la
hora de manejar el aprendizaje y la empatía? ¿Qué hacemos con la velocidad de
procesamiento, el control inhibitorio, la atención sostenida y la memoria
visoespacial?
Muchas preguntas cuya respuesta no puede ofrecer
combustible a la resultaditis, pero sí a aquellas organizaciones que consideren
oportuno y coherente para avanzar en la búsqueda de recursos de trabajo reales.
¿Para ganar? Obviamente. Pero tan aplastante evidencia combinada con el
caprichoso azar, unido a factores socio-culturales que agazapados tras un
modelo de juego, muestran la incoherencia o no del que los dirige, pasando por
la incomprensión o no de quien los ejecuta para llegar a la conclusión de que
el fútbol es así … o no.
Tenemos la posibilidad, en mayor o menor medida, de
decidir cada uno de nosotros hacia dónde enfocamos nuestro crecimiento, de qué
fuentes beber para seguir avanzando en un apasionante mundo. Neurociencia y
fútbol es una entidad que permite la gestión de las emociones y la conexión de
los valores como medio relacional.
El cambio, que no la anarquía, es el medio natural para
aprender que precisa el cerebro. El fútbol puede ser tantas cosas como personas
quieran definirlo, pero creo que una característica que pocos rechazarían sería
la de que está en movimiento, el cambio cohabita naturalmente en él; de ahí que
no me canse al repetir que el cerebro es al fútbol lo que la mano al guante.
Invito al lector a que considere que el cerebro juega. Da
igual que le convoquemos o no. Siempre juega. ¿Miramos para otro lado o… de una
vez por todas oficializamos su presencia? Obtendremos de inmediato una
reciprocidad diferencial y nada despreciable. ¿No les parece?
Tomado del libro “El fútbol ¡no! es así.
¿Quién dijo que estaba todo inventado? De Pedro Gómez /
2014.
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