Jorge Valdano: “En la sociedad actual no hay más héroes
que los deportistas”
Publicado por Enric González
Jorge Valdano (Las Parejas, Argentina, 1955)
es igual de cerca que de lejos: culto, formal, educadísimo. Quizá de cerca se
aprecia más su sentido del humor. Ha sido campeón del mundo como futbolista,
entrenador, directivo, comentarista y escritor, casi todo lo que se puede ser
en un ambiente que, según él, trastorna de forma inevitable a las personas más
racionales. Pero Valdano parece haber sobrevivido bastante bien a la locura. Se
le cita en un hotel de Madrid y acude puntual, con un aspecto impecable. Es un
placer charlar con él sobre fútbol o sobre cualquier otra cosa.
Tú que estás a caballo entre Europa y América Latina,
¿cómo ves la situación en Europa? Especialmente en España se ha pasado en los
últimos años de un optimismo eterno a un pesimismo feroz.
Es la situación más difícil que yo he percibido en los 36
años que llevo en España. Por un lado está el problema real y por el otro el
problema percibido. Este último afecta tremendamente a la confianza de la
gente. Hay un clima de pesimismo que está condicionando el humor nacional. Si
algo había caracterizado a España frente a cualquier otro país europeo es que
equilibraba muy bien los tiempos del placer y del deber. Era un país que sabía
vivir. Y la crisis empieza a ser tan grande en términos emocionales que
condiciona seriamente la parte del placer.
¿Esto va a acabar repercutiendo en el fútbol?
Ya lo está haciendo, y creo que nos falta por vivir lo peor.
Hay dos clubes que están a reparo porque tienen como mercado el mundo entero y
eso les va a ayudar a sobrevivir, son dos grandes unidades de contenidos
televisivos que ahora resultan imprescindibles no sólo para los españoles, sino
también para los asiáticos, americanos, africanos… El Madrid y el Barcelona,
por esto de las identidades difusas, ya tienen clientela en todo el mundo, y
eso económicamente tiene consecuencias positivas. Todos los demás clubes, que
tienen como mercado su comunidad o su ciudad, van a sufrir problemas que irán
agravándose.
Ahora que hablabas de las identidades, ¿de qué identidad
pueden hablar clubes como el Barcelona o el Madrid cuando su mercado se ha
expandido y su naturaleza se ha diluido? Ni el Madrid es el Madrid que yo
conocía de pequeño ni el Barça es el Barça que yo conocía de pequeño. ¿Qué
afinidad puede sentir un tipo de Hong Kong o de Méjico respecto a Madrid o
Barça?
Fundamentalmente tiene que ver con los héroes. En la
sociedad actual no hay más héroes que los deportistas, o al menos son los
héroes de mayor tamaño. Y el futbolista, por su fuerza popular, se ha
convertido en una celebridad. Hoy, cualquier cosa que diga Casillas para
la educación de un chico tiene más potencia que cualquier cosa que diga el
mayor intelectual del mundo, que tampoco sabemos quién es, porque también se ha
acabado ese tipo de referentes. Y eso ha provocado lo de las identidades
remotas que uno no acaba de explicarse, porque lo cierto es que uno va a Méjico
y se encuentra con un niño de diez años con la camiseta del Madrid, y que sufre
realmente la incertidumbre de un resultado. De los héroes se pasa al escudo: el
único carné de identidad del hincha es el escudo. Eso se percibe muy bien en
los países que han sido devastados por la economía. En Argentina la gente
intenta evitar enamorarse de un jugador joven, porque saben que ese chico se va
a ir mucho más temprano que tarde. Generalmente un gran talento no sobrevive en
el país después de los 20 años. Y no remito a Messi, sino a Gago,
a Higuaín…
¿A ti mismo?
Bueno, yo fui un caso excepcional en mi época, pero ahora lo
excepcional hay que catalogarlo como normal. Hablamos de jugadores que con 17 o
18 años, sólo por ser especiales, ya saltan a Europa, de forma que los
aficionados sólo concentran su orgullo en la camiseta, y ahí el escudo se
agiganta. ¿Por qué en el fútbol? Eso es mucho más difícil de entender, pero
creo que el siglo XX, que ha consagrado el individualismo, y el siglo XXI, que
lo está exacerbando, requieren algún tipo de compensación. Hay una nostalgia de
la tribu que compensamos con cuestiones menores, como un equipo de fútbol;
considerando mayores la patria, por ejemplo. Algo de eso tiene que haber.
Antes, ese tipo de fidelidades estaban relacionadas con
sensaciones físicas. Por ejemplo, ¿tú sigues siendo leproso? [así se denomina a
los seguidores de Newell’s Old Boys]
Lo sigo siendo. Los lunes me interesa saber cómo salió
Newell’s el día antes, es lo primero que busco en el periódico. Me pasa con el
Alavés y el Zaragoza, son casi reflejos condicionados.
Alguien de Rosario tiene las sensaciones físicas del
ruido, del estadio, del olor…
Hace 35 años que no voy a ver a Newell’s y, sin embargo,
sigo manteniendo algún tipo de vínculo sentimental que, en mi caso, tiene que
ver también con el agradecimiento porque fue la escuela que me formó. Son
auténticos milagros.
¿Qué tiene Newell’s para tener esta cantera? Entrenadores
como Pocchettino y Bielsa, jugadores como Batistuta, Gallego…
Tenía una muy buena escuela de fútbol en una ciudad que
mantiene una relación claramente exagerada con el fútbol y en una zona que es
un gigantesco campo de fútbol. Yo salía de mi casa y me encontraba con un campo
de fútbol de mil kilómetros cuadrados: una llanura sólo interrumpida por alguna
vaca y algún árbol, todo lo demás era campo de fútbol. Y una zona muy bien
alimentada, que también cuenta, porque hay otras más deprimidas donde el
problema de la nutrición no favorece el surgimiento de grandes futbolistas.
Pero creo que lo esencial fue una escuela de fútbol creada y proyectada
por Jorge Griffa, uno de los gurús de la formación en Argentina, y
eso ha colocado a Newell’s en un lugar de honor en la proyección de
futbolistas. Y se terminó cuando se terminó Griffa. En los últimos años han
ocurrido auténticas perversiones. Por ejemplo, que los barras bravas
[seguidores ultras] sean dueños de los jugadores de las divisiones inferiores.
Sólo con contar esto ya se habla de la pobreza ética en la que cayó el club,
felizmente recuperada ahora con una nueva dirección. Pero Di Stéfano siempre
dice que para destruir sólo hace falta un martillo y que para construir hace
falta mucha inteligencia y esfuerzo. Los martillazos fueron muy duros y ahora
llevará tiempo para recuperar el terreno.
Dejaste aquello muy joven, a los 20 años, y te fuiste a
un segunda división español.
Era un momento muy caótico del fútbol argentino, había una
desorganización tremenda. Yo me había propuesto aprovechar la primera
oportunidad que se me presentara para venirme a Europa. Llegué a Newell’s con
18 años y mucha suerte, porque Newell’s fue campeón por primera vez en su
historia en 1973, y yo llegué a participar en siete u ocho partidos de ese
campeonato, lo que sentí como un privilegio. Jugué también con la selección
juvenil que ganó el Mundial. Luego debuté en la selección mayor contra Uruguay,
ganamos 3 a 2 y yo marqué dos goles. Si completamos todo el relato de mi
llegada al fútbol de primera división, tenía picos como los que acabo de
nombrar, pero también mesetas muy deprimentes: podía pasarme diez partidos sin
meter un gol… En cualquier caso, llamé la atención de los directivos del
Alavés. Zárraga, que era amigo de Griffa, le pidió consejo sobre a
quién pudiera contratar.
Griffa me recomendó a mí y, como yo ya tenía la decisión
tomada, no me importó que se tratara de un equipo de segunda división. Me
hicieron una oferta a las diez de la noche y tenía que contestar al día
siguiente a las diez de la mañana. Yo estaba en Rosario y mi familia vivía a
100 kilómetros, así que después de recibir la oferta tomé el coche y me fui a
casa a comunicarle a mi madre que me iba a España. No fui a compartir la
decisión, sino a decir cuál era. Fue, sin duda, la decisión más trascendente de
mi vida, porque es un movimiento que te modifica absolutamente todo: en España
encontré a mi mujer, de España son mis hijos, en España desarrollé la carrera
profesional, en España me terminé de formar… y fue una decisión mal tomada. No
la comenté con ningún adulto, fue la primera y quizá la única vez que sentí la
ausencia de mi padre. Mi padre falleció cuando yo tenía cuatro años. No sentí
el golpe, porque ni siquiera tenía formada la idea de la muerte, pero cuando
uno tiene 18 o 19 años y está ante un cruce de caminos tan peligroso necesita
de la palabra de un adulto. A ser posible masculino, porque el fútbol es un
territorio de hombres. Dicho esto, nunca me arrepentí de la decisión tomada.
¿Ni cuando empezaste a lesionarte en el Alavés?
Tuve muchas dificultades, sobre todo con el clima y el
estado del terreno de juego. Siempre cuento que en mi tiempo en Argentina era
motivo de suspensión del partido la amenaza de lluvia, y cuando llegué al Alavés
el día que no llovía llamaban a los bomberos para que embarraran el campo
porque se suponía que el Alavés, como todo equipo norteño, sacaba ventaja de un
campo embarrado. Y seguramente era cierto con respecto a todos los demás
jugadores, pero no con respecto a mí. Yo estuve allí cuatro años, y uno de los
entrenadores daba la alineación los sábados. Terminaba siempre de la misma
manera: “…y de delantero centro, si no llueve Valdano, y si llueve Aramburu.”
Yo soy una persona delgada, pero en aquella época aún tenía diez kilos menos
que ahora, con unas piernas muy flacas. De hecho el primer año sufrí diez
lesiones musculares, un poco por el frío y otro poco por el barro. Pensaba que
no estaba dotado físicamente para jugar en el barro hasta que un día jugamos
contra el Barakaldo y me encontré con uno más flaco que yo y que caminaba por
encima del agua; se llamaba Sarabia y me arruinó la teoría:
desde ese día ya no supe qué pensar. Luego descubrí que es un problema de
gimnasia, si uno juega en territorio seco terminas estando hecho para jugar en
ese tipo de campo y para acostumbrarse a otro tipo de superficie hace falta
tiempo. Aquella dureza fue necesaria para terminar de formarme. Como había
aterrizado en primera división y a los tres días ya me había puesto la camiseta
de Argentina pensé que iba a llegar a Alavés y que, un año después, me iba a
poner la camiseta del Real Madrid.
Y tardaste un poco más.
Tardé diez años. Pero el camino fue muy formativo. Y no
solamente el clima, sino la soledad. Si algo recuerdo de aquella época es la
soledad. Vivir en un hotel. Las tardes se hacían larguísimas porque en el
invierno de Vitoria el tiempo a las cinco de la tarde te pedía pijama; y en una
habitación de un hotel se hace duro.
¿Qué hacías?
Escuchaba música, escribía, leía… leía mucho. Me encontré en
el hotel con un argentino que era un auténtico erudito, una persona mayor, que
empezó a recomendarme lecturas. Comencé a relacionarme con España a través de
sus escritores. Recuerdo perfectamente que la primera recomendación fue la
de Francisco Umbral, con Mortal y rosa y todo eso,
y la lectura fue un refugio importante en ese momento. La otra posibilidad era
la primera o segunda cadena de Televisión Española, no había más. Para hablar
por teléfono con mi familia tenía que llamar por la mañana a una centralita y
me daban cita para las cuatro de la tarde. Y a las cuatro de la tarde había que
estar al lado del teléfono… y muchas veces la comunicación llegaba a las siete.
Eran tiempos en los que había que armarse de paciencia.
¿Es verdad eso de que un futbolista que lee era y es una
anomalía?
Que un futbolista leyera no era frecuente. Era como si
fueran universos distintos. Por un lado estaba la mente y por otro lado estaba
el cuerpo. Y el fútbol representaba más al cuerpo. Ahora empezamos a volver al
ideal griego de armonizar la mente y el cuerpo. Pero en ese momento un
futbolista provocaba algún tipo de desconfianza intelectual, igual que los
intelectuales la provocaban a los futbolistas. La primera vez que encontré el
vínculo entre la mente y el cuerpo fue en un artículo de Vázquez
Montalbán. Desde ese momento el fútbol empezó a significar para mí algo
distinto, me ponía los pantalones y la camiseta pensando que lo que iba a hacer
tenía mucha más trascendencia de lo que yo había pensado siempre. Y la
evolución de las cosas parece demostrar la teoría.
Eran unos años en los que Manolo Vázquez reinventó el
fútbol.
Exactamente, se inventó un cuento que a mí me interesaba
mucho.
Es que era un cuento, pero ahora funciona como la realidad,
todo el mundo da por buena su reinvención del asunto.
Más que su reinvención del fútbol, su reinvención del
Barcelona. Lo que pasa es que yo descubrí al Barcelona a través de Vázquez
Montalbán, y entonces no lo sé ver en perspectiva y qué había sido antes.
Nadie puede, ni quien lo ha vivido. Es imposible. Esa
teoría de lo que es la representación de Cataluña… fue extraordinario.
Es la fuerza del relato cuando se termina imponiendo; y hoy
esa realidad imaginada se percibe, incluso en lugares remotos, como parte de
una realidad incuestionable.
Ya que hablas del relato: prácticamente todo lo que se ha
escrito sobre fútbol es metafútbol. Un cuento tan mítico como el del viejo
Casale, por ejemplo, de hecho no habla de la famosa palomita con la que Poy
marcó en aquel partido Newell´s-Central. Fontanarrosa habla del viejo Casale,
la expedición, el infarto final… pero no del juego. Es muy difícil escribir
sobre el juego en sí.
Es muy difícil escribir y también recrearlo
cinematográficamente, creo que resulta imposible.
En cambio, el entorno se presta mucho. Tú eres uno de los
que ha escrito profusamente sobre eso que hay alrededor y que hace del fútbol
algo especial.
Ahora estamos alcanzando ya una distancia con respecto al
fenómeno que nos permite hacer incluso ficción sobre él. Hay algunos
personajes, y el principal es el “Negro” Fontanarrosa, que han
conseguido llegar al final de la cuestión. Todo cuento o viñeta de Fontanarrosa
tiene una carga simbólica que incluso te llega a sobresaltar. Explica el amor
del hincha como nadie, por eso era un admirador tremendo de Hornby.
Incluso fue a Inglaterra para conocerle porque Fiebre en la grada le
pareció algo que conectaba muy bien con su sentimiento, y quería ver cómo un
tipo inglés podía haber conectado de una manera tan directa con un tipo de
Rosario. La única explicación es que las emociones nos igualan a todos, y los
dos sentían emociones parecidas por el fútbol y, sobre todo, por sus equipos.
¿Cómo se maneja un profesional en ese mundo en el que hay
una parte material, evidentemente, y luego toda esa cantidad de emociones
incontrolables y fidelidades ciegas, el componente irracional del asunto?
Hoy el futbolista tiene muchas más posibilidades de
confundirse que en mi tiempo, porque entonces el fútbol era lo único que
teníamos, por lo tanto era muy difícil confundirse. El fútbol traía aparejado
dinero y fama, que son deformadores de la personalidad, pero no en la dimensión
de ahora, donde el futbolista está rodeado de gente que se especializa en
sacarle de la realidad. Desde el representante, pasando por su jefe de
comunicación y siguiendo por su novia. Todos son adoradores profesionales que
contribuyen a sacar al futbolista de la normalidad, y eso es muy difícil de
gestionar. Si por algo son héroes es por sobrevivir a tanta adulación.
¿Cómo maneja eso el que está más arriba, en la gestión?
El gestor es siempre un intruso en el fútbol, porque intenta
poner racionalidad en un mundo donde no la hay. El héroe es el jugador. Ni
siquiera el exjugador. Quizá hay una deuda emocional que los aficionados
siempre están dispuestos a pagar homenajeándote con un elogio, un
agradecimiento y, en algunos sitios, con la idolatría, como Maradona en
Argentina. Para los argentinos Maradona será siempre jugador, hasta que se
muera, porque la deuda emocional es gigantesca. Pero el verdadero héroe es el
que juega hoy. El gestor lo sabe, y por eso no le interesan nada los futuros
futbolistas y los exfutbolistas, le interesa el futbolista. Y la gente que va
al fútbol también considera al gestor como un intruso. Cuando se implantaron
las sociedades anónimas alguien dijo que eran un intento de ponerle una camisa
de fuerza al loco, pero que el loco seguía estando loco. Y el tiempo demostró
que es verdad, las sociedades anónimas no han contenido al loco. Es más, el
loco se sacó la camisa de fuerza, pasó por encima de las sociedades anónimas y
ya le estamos pidiendo un nuevo auxilio al Estado para ver si es capaz de
sacarnos de esa crisis en el mundo del fútbol que, si no es terminal, poco le
falta.
¿Esto tendrá que ser siempre así?
A lo largo de mi vida he conocido a mucha gente inteligente
que ha llegado al mundo del fútbol a poner racionalidad, y lo único que logra
es demorar un poco más el desquiciarse, pero se acaba desquiciando. La
desesperación por el resultado trastorna a la gente, y eso en este mundo da la
sensación de que es hasta obligatorio. Es muy difícil escapar al hechizo que
produce el fútbol. Alrededor hay mucha pasión partidista que condiciona
muchísimo. Estar en un estadio mirando un partido en un momento de crisis con
todo eso en ebullición produce una angustia muy especial. Y si eso lo
multiplicamos por el alboroto que producen los medios de comunicación, que es
cada día más ruidoso, te da la sensación de que el fútbol te persigue a todos
lados y no hay escondite posible. Eso te llama a la acción, uno piensa que hay
que tomar decisiones. Cualquier cosa menos la calma, la tranquilidad y la paciencia.
Da la sensación de que si uno no se mueve comete un pecado de dejadez. Y así es
como se van tomando decisiones apresuradas que casi nunca se revelan como
salvadoras si las miramos en perspectiva.
¿Qué lectura filosófica recomendarías a directivos y
técnicos? ¿O aconsejarías directamente la religión?
Algo que nada tenga que ver con el fútbol. Decía Hipócrates que
el que sólo sabe de medicina ni de medicina sabe, y el que sólo sabe de fútbol
ni de fútbol sabe. Eso lo dijo una vez Menotti con toda la
razón del mundo. Uno tiene que saber ubicar el fútbol exactamente en el escalón
social que le corresponde, y si se obsesiona ya pierde perspectiva. La obsesión
sólo deja lugar en la mente para los prejuicios y todo lo que termina por
enfermar.
¿Te has sentido así a veces?
Sí, totalmente. Una de las mejores decisiones que tomé en mi
vida es la de acercarme y alejarme del fútbol permanentemente.
No, es el fútbol quien te rechaza y te acepta. Pero cuando
te rechaza hay que aprovechar la oportunidad para alejarse y recuperar la
perspectiva.
¿Es fácil? Debe de ser bastante adictivo.
Es mucho más fácil alejarse que estar dentro de ese
conflicto permanente que propone el fútbol. Pero es muy absorbente, sobre todo
en determinadas personalidades adictivas. Cuando jugaba sólo miraba mi ombligo,
y una rotura muscular se convertía en el centro del mundo. Era despertar y
preguntarme: “¿Me duele más o menos que ayer? Ahora me voy al fisioterapeuta,
luego al hospital…” Es vivir en una obsesión que provoca perversiones tan
extraordinarias como la de poner a tus hijos en un lugar secundario. En mi
casa, cuando era futbolista y tenía hijos pequeños —a los 23 años ya era padre—
y mi hijo lloraba, cogía la almohada y le decía a mi mujer “lo siento, pero
vivo del cuerpo”, y me iba a otra habitación. Ahora, treinta años después, cada
vez que doy mi opinión sobre cualquier cosa en mi casa me dicen que me calle,
que yo vivo del cuerpo. Me ha hecho perder autoridad para toda la vida y me
parece justo. Pero cuando uno está en un puesto de gestión pretende hacerse cargo
de todas las variables, y eso te lleva directamente a la melancolía. Es
absolutamente imposible, porque hay una variable, muchas veces determinante en
el fútbol, que es la del azar, y nadie la atiende. Pensamos que esto depende
meramente del mérito o del árbitro, pero hay otros elementos totalmente
casuales y que tienen una influencia muy grande, porque al final un tiro que
pega en el palo y sale o pega en el palo y entra no significa sólo un gol, sino
también el desplazamiento del estado de ánimo hacia un lugar o hacia otro. La
cadena de consecuencias del tiro en el palo es mucho más grande de lo que
creemos.
Qué importa, ¿jugar bien o que el balón entre?
Es un juego competitivo, por lo tanto que el balón entre es
esencial. El gol es el objetivo. Lo que ocurre es que hay gente que cuando
piensa en el gol no piensa como objetivo meterlo, sino que no se lo metan, y
ahí empezamos a condicionar el juego. Considero un error poner el triunfo antes
que el juego, porque el juego es el cómo accedo al triunfo. Me ha parecido
siempre una estupidez lo de elegir entre jugar bien o ganar. Si me lo pones así
prefiero ganar, pero ¿cómo lo hacemos para ganar? ¿Qué preferimos, un imbécil
bueno o un hijo de puta malo? Son cosas de una naturaleza tan distinta que está
muy mal compararlas. ¿Prefiero jugar bien o mal? Pues jugar bien. ¿Y ganar o
perder? Pues prefiero ganar. Pero si mezclamos el color de los calzoncillos con
manzanas o peras nos confundimos. Uno de los episodios que me resultaron más
gratificantes este año fue el partido entre el Athletic de Bilbao y el
Barcelona en San Mamés: un extraordinario partido con lluvia que tuvo todos los
ingredientes, desde el poético hasta el épico. El Athletic iba ganando hasta
dos minutos antes del final. Hubo un empate que frustró a ambos equipos.
Después del partido estuve con Guardiola y con Bielsa y
los dos estaban felices por haber sido protagonistas de un gran partido. Fue
una de las escasísimas ocasiones que vi a dos protagonistas del fútbol
anteponer el juego al resultado. Y eso cinco minutos después del partido,
porque cinco días después es más fácil pero cinco minutos después, cuando el
humor está tan condicionado por esa emotividad fresca que deja el duelo, me
pareció que estaban cerca de la verdad.
Hablas de dos personajes bastante atípicos, sobre todo
Bielsa.
Los dos tienen algo en común, y es que a través del fútbol
buscan la grandeza. Eso me parece muy meritorio, porque es un medio tan
presionante que te vuelve mezquino. Pero cuando se dan dos búsquedas tan nobles
por el resultado está implícita la grandeza. El fútbol es un lugar donde eso
resulta posible. Cabe todo: las mayores miserias y las mayores grandezas.
Cuando uno se encuentra con la grandeza se reconcilia con el fútbol.
Hablando de grandeza, ¿recuerdas el momento en que
Maradona toma el balón y empieza a driblar ingleses?
Perfectamente. Recuerdo que cuando la pelota entró supe al
momento que para Maradona habría un antes y un después de ese gol. Y, de hecho,
se lo dije en la ducha: “Ya está, te acabas de sentar en el mismo lugar
que Pelé”. Y entonces me empezó a explicar cosas de la jugada.
Siempre digo, en broma, que tuve la virtud de sacar la pelota que Diego metió.
Yo fui el que recogió la pelota de dentro del arco. Nadie le asigna el mismo
valor a eso. Curiosamente, fui donde él estaba y se la di, porque era una
jugada tan suya que el cuerpo, más que ir a abrazarle, me pedía hacer algo
útil.
Eso pasó en el momento crucial de un Mundial. ¿Qué efecto
tuvo ese gol y ese partido en ti y en el equipo?
Fue aumentando en importancia a medida que ha ido pasando el
tiempo. En ese momento teníamos un problema y él lo resolvió. Fue el peor
partido de Argentina en el Mundial, y creo que el único que, sin ninguna duda,
no habríamos ganado sin Maradona. Los demás teníamos alguna posibilidad de
ganarlos sin él, pero ese no. Tuvo una importancia simbólica por toda la carga
emocional que traía el partido. Para los argentinos era algo así como “con
bombarderos nos pueden ganar, sin ellos ganamos nosotros.” Y ese día Diego, con
la fuerza de su personalidad y de su genio futbolístico, se convirtió en el
nuevo general San Martín.
¿Sigues tratándole?
Últimamente no, se enfadó por un comentario que hice antes
de que asumiera el cargo de entrenador de Argentina. Esas ofensas…
Personaje peculiar.
Es que no resulta nada fácil ser Maradona. Hace poco estaba
en Bariloche, Argentina, y me encontré con una bandera donde estaban el Che
Guevara, Evita, Gardel y Maradona. Claro, si
uno está muerto sale indemne de todo eso, pero ser un mito viviente es
incomodísimo.
En cambio, ¿por qué parece tan fácil ser Messi?
Son personalidades distintas. Diego era muy volcánico, y eso
lo convirtió en un producto de consumo informativo permanente, dentro y fuera
de la cancha. Lo fui a visitar alguna vez a Nápoles y era como un carnaval
permanente. Él salía en coche de su casa y abajo lo esperaban veinte o treinta
chicos con motocicletas que lo iban acompañando, alguno lo adelantaba e iba
gritando “Arriva Maradona!”, y entonces salía el almacenero, el del bar… todos
los días se daban situaciones que sólo se podían dar con un personaje como
Maradona. No me imagino un episodio parecido con Messi en Barcelona, a pesar de
que el fútbol no ha hecho más que crecer desde hace veinte años hasta ahora.
Todos sabemos que Messi no podrá tomar un café en una terraza cerca de la
Sagrada Familia, pero en ningún caso atrae tanta expectación cuando no juega a
fútbol. La atrae desde que empieza el partido hasta que acaba, y luego deja de
interesar.
¿Eso es por él o por el entorno, porque no está en
Nápoles o Argentina?
Creo que también es por él. Maradona ha tenido opiniones
sobre todas las cosas, y eso lo fue transformando cada vez más en un personaje
de dimensión mundial. En la Copa del Mundo de 1986, a medida que las
selecciones caían eliminadas los futbolistas se volvían a casa. Pero los
periodistas se quedaban. Al final, cuando hace una rueda de prensa cualquiera
de los dos equipos que van a luchar por el campeonato al día siguiente, llegan
a una concentración 2.000 periodistas. La última rueda de prensa de Maradona en
aquel Mundial fue algo impresionante: él, tras una valla de alambre, caminando,
y todos los periodistas intentando llamar su atención para conseguir algún tipo
de complicidad que hiciera que él se detuviera y le dedicara una respuesta. Y
ahí estábamos Burruchaga, Passarella y yo siendo
espectadores del espectáculo como si fuéramos hinchas y no protagonistas del
mismo partido al día siguiente. La fama, sobre todo en esa dimensión, tiene un
efecto hipnótico. Pero además Maradona tuvo una enorme carga simbólica en
Argentina, porque coincidió con un momento de un país al que se le fue cayendo
el relato histórico. Argentina, se decía desde siempre, es un país donde nunca
va a haber hambre. Y aparecieron problemas de desnutrición gravísimos. “Estamos
lejos de cualquier conflicto y aquí no habrá guerra nunca”, y llega la guerra
de las Malvinas… Iban derrumbándose mitos nacionales cuando surgió Maradona,
que gana a Inglaterra y se convierte en una celebridad mundial. Fue una manera
de decir: “Argentina existe, estoy aquí. El relato no es el mismo, pero
seguimos siendo un país que cuenta en el mundo.”
El mayor cómplice del Mundial del 78 fue la FIFA, porque le
dio un certificado de autenticidad a la dictadura argentina, y el que padeció
esa injusticia fue el equipo, porque jugaba muy bien al fútbol. Esos jugadores
se sentían representantes de la gran pasión popular argentina. Lo que pasa es que
cuando hay que levantar la copa el que capitaliza la fuerza de esa imagen es el
dictador. Y esa foto ha condicionado el aprecio al campeón.
El 86 fue el momento de decir que se podía ganar sin
Videla y fuera de casa.
Campeonato de visitante, una figura indiscutible, el gran
héroe de esos tiempos con la camiseta de Argentina y ninguna sospecha en el
camino. No hizo falta ni una prórroga.
Ni porteros peruanos que se dejan golear.
Ni porteros peruanos.
¿Crees que las circunstancias que rodearon a ese Mundial
del 78 perjudicaron la figura histórica de Kempes como futbolista?
No creo. Kempes es uno de los jugadores más humildes que he
visto en mi vida y fue él mismo el que se escondió de la celebridad que proponía
el momento. Era el mejor jugador del mundo, y al día siguiente estuvo
ilocalizable porque se fue a su pueblo a cazar perdices por el placer de
caminar por el campo y estar solo.
Lo digo en el sentido de que si se hubiera ganado el
mundial del 78 sin esas sospechas, ¿no estaría Kempes más reconocido?
Creo que tiene que ver con el impacto que producen las
personas, y Mario era un tipo muy particular en ese sentido. Cuando se juega el
Mundial del 82 Menotti da las camisetas por abecedario, y a Kempes le toca el
10. Maradona, entonces, le pide el 10 y Kempes se lo da sin ningún problema.
Era un tipo que nunca se dio importancia a sí mismo, y fue un talento superior,
aunque no de niveles maradonianos.
Y cuando se marca un gol en la final… ¿qué?
Es algo que te supera. Es como un relámpago, un “esto no me
está pasando a mí, no puede ser verdad. Ahora vendrá mi mamá, me despertará y
me dirá que hay que ir a colegio, como a Felipe, el de Mafalda.” La felicidad
tiene un límite y ese es un episodio que supera ese límite. Desde que nací
hasta que metí el gol pasó más o menos el mismo tiempo que desde que metí el
gol hasta hoy, y puedo decir que fue mucho más bonito soñarlo que recordarlo.
Cuando veo el gol veo a un tipo que mete un gol, no me veo a mí metiéndolo; es
una cosa extrañísima, no me produce ninguna emoción distinta al gol que metió
Diego contra Inglaterra, que también veo de vez en cuando.
¿Sigues soñando con marcar goles?
Ahora sólo dormido, pero cada vez fallo más. El
subconsciente sigue ahí, entreteniéndose con los goles. Y hay otro sueño
recurrente, que es que estoy jugando un partido pero ya estoy viejo, y quizá
ese sea el último partido, y es una sensación horrible porque lo que intento
durante todo el partido es que los demás no se den cuenta de que ya no sirvo
para eso. Creo que es el miedo al final, que el futbolista sufre los últimos
tres o cuatro años de su carrera, y que ha quedado en algún lugar.
Tú no tuviste ese final agónico.
No, una hepatitis me ayudó a no tomar la decisión. Fue el
cuerpo el que decidió por mí.
Pero aún te quedaba fútbol.
Tenía apalabrado un contrato para irme al Nantes tres años,
por lo que ni siquiera veía la inminencia del final y, de pronto, llegó
impuesto.
¿Cómo lo llevaste?
Bien, porque empecé a escribir en El País,
empecé a hablar en la Ser, empecé a hacer comentarios en Canal
Plus… y de pronto descubrí que del otro lado también había vida.
Pero vida sin goles.
Sí, pero con noches, con salsa, con un cierto desorden a la
hora de vivir… Yo me había tomado la vida de futbolista con mucho rigor y
seriedad, y sentí aquello como un alivio vital. Ya podía distenderme y
abandonarme un poco. Podía salir una noche y estar hasta las tres de la mañana
sin sentirme vigilado por un socio del Madrid que dijera: “Mira este por qué falla
lo que falla, no me extraña.”
Como persona relacionada con el deporte y como lector,
¿te satisface el periodismo deportivo tal y como está ahora?
Al periodismo deportivo le pasa lo mismo que al fútbol: que
exagera. Y lo hace para los dos lados posibles, porque hay un muy buen
periodismo deportivo, gente que convierte una crónica en un cuento y, en
ocasiones, la crónica supera en belleza al partido del que se habla; y luego
hay otro tipo de periodismo que no bastardea el fútbol pero sí bastardea el debate.
Se concentra mucho en la polémica arbitral y en las declaraciones de los
protagonistas, y envuelve todo eso en un debate interminable que da la
sensación de que contamina la pureza del juego.
¿Hasta qué punto es inevitable que la tendencia sea hacia
lo malo?
El fútbol se ha convertido en un producto de consumo, y todo
aquello que se transforma en un negocio termina perdiendo valores de
referencia. Es inevitable. Además, el mismo devenir del periodismo provoca esta
especie de conexión salvaje entre la opinión pública y el fútbol. La sociedad
se ha infantilizado, estamos en la sociedad del espectáculo… el fútbol consagra
todo eso, y hay que contarlo en el lenguaje que sea. Lo que pasa es que la
sociedad del espectáculo no convierte en célebres solamente a los jugadores,
sino que para sobrevivir el periodista tiene que convertirse en célebre o, por
lo menos, en visible. Y para ser visible, como me dijo un periodista de
televisión hace poco, o se está buena o se dicen burradas. Él lo culminó
diciendo “yo buena no estoy”, así que la opción que había elegido quedó
claramente expresada. Pero en alguna parte del periodismo hay una consciencia
de que sin decir burradas, sin ponerle mucho acento a la polémica, sin emplear
palabras muy fuertes… se hace difícil hasta conservar el trabajo.
Parece lógico que si el fenómeno es claramente irracional
porque está envuelto en sentimientos, forzar la irracionalidad te lleve a las
conspiraciones, las paranoias, las fantasías…
Es un deporte altamente opinable… Están las estadísticas y
las opiniones, por eso ganar es cada vez es más importante, ya que es como un
martillazo sobre la mesa: “He ganado, luego tengo razón. No importa cómo, tengo
razón.” Pero luego está todo lo opinable, y ese es un mundo con tantas
variables posibles que da pábulo a cualquier barbaridad. Hay quien ve
conspiraciones judeo-masónicas hasta en un Calahorra-Zaragoza B. Es una cosa
que el fútbol admite hasta con naturalidad. Además es un medio donde los buenos
son los míos y los malos los demás, y ese maniqueísmo se lleva hasta las
últimas consecuencias.
Cuando uno lo ve desde arriba porque está en un peldaño
de gestión, ¿sigue existiendo ese maniqueísmo? ¿Sigues pensando en “los míos” y
“ellos” o hay una conciencia de clase, de que estamos todos en el mismo negocio?
Creerte el cuento es una cuestión de supervivencia porque al
fin y al cabo estás defendiendo los intereses de un club con obsesiones muy
particulares. Cuando entras en un club tienes que entrar convencido de que los
buenos somos nosotros.
¿Puedes autoconvencerte?
Cuando uno es profesional de esto durante mucho tiempo ha de
tener un poco de flexibilidad y generosidad. Hay que tener en cuenta que el fútbol
debe estar siempre por encima de nuestra obsesión particular, que es nuestro
equipo, porque a fin de cuentas del fútbol vivimos todos, así que debemos
cuidarlo. Todo tiene un límite.
Pero es que incluso a quien intenta mantener ese límite,
y estoy pensando en Guardiola, que no hace declaraciones espectaculares y
procura respetar al contrario, se le critica, se dice que es un falso.
Existe un deseo de que Guardiola sea malo, y como no
representa ese papel, entonces está simulando porque él, en esencia, es malo.
Es un juego que tiene que ver con esta historia de buenos y malos. Para
disfrutar del fútbol en toda su plenitud hay que querer a un equipo y hay que
odiar un poco a otro. Eso a veces se lleva demasiado lejos y termina creando un
clima pre-violento que debiéramos cuidar porque nunca sabemos dónde está la
raya roja. Hay gente, y uno eso lo descubre en los foros, que vive al límite.
Uno lee comentarios y piensa: “Espero no encontrarme con este tipo en ninguna
esquina porque eso no puede terminar más que mal.”
¿El Valdano aficionado todavía es tan aficionado como
para odiar a algún equipo?
No, para odiar a un equipo no. A eso no llego. No soy un
buen hincha, soy capaz de admirar al enemigo.
¿Incluso a “los canallas”?
Bueno, eso es mucho decir. Pero si Messi fuera “canalla”
trataría de disfrutarlo. Tengo a un amigo de Newell’s que no ha leído nunca al
“Negro” Fontanarrosa porque era de Central. Y es profesional, así que la
pregunta está bien traída, porque podría ser perfectamente posible.
Paralelamente al fútbol te has dedicado a la didáctica
sobre formación de equipos empresariales. ¿Realmente se extraen experiencias
válidas del fútbol?
Muchas. Dentro del mundo del fútbol he pasado por todos los
sitios: jugador, entrenador, director deportivo, director general, medios de
comunicación… y ser un protagonista central de un medio tan abrupto
inevitablemente te contamina y te hace mirar todo desde un lugar diferente. Lo
único que no he perdido es la fe en el deporte como vehículo de formación.
Primero, porque entiendo que de la exageración siempre se vuelve con
enseñanzas, y el fútbol es un mundo de exageraciones; en segundo lugar, porque
en estos momentos se hace muy difícil captar la atención de un niño, y el
deporte es una excusa perfecta. Cuando uno atrae hacia el juego a un niño lo
predispone de una manera muy positiva, y hay que aprovechar esa predisposición
para meterle en la cabeza la mayor cantidad de valores y mensajes edificantes
posible. No es que considere que el fútbol puede cambiar al mundo, pero sí
puede ser un instrumento para ayudar a cambiar al hombre. ¿Qué es lo que en
estos momentos cuesta mucho con los chicos? Hacerles creer que el esfuerzo es
un valor, por ejemplo. A través del deporte eso se lo hacemos entender de una
manera apasionada, recreativa y placentera. Y ahí me parece que hay un arma de
formación muy potente.
¿Qué puede aprender del fútbol un empresario?
Cualquiera, en cualquier ámbito profesional, tiene que creer
en un producto: en un café, en un teléfono móvil, en un coche… La excelencia de
ese producto hace más fácil la venta, y su mediocridad la dificulta. En los
equipos deportivos el producto es el equipo, por lo que es un medio
exageradamente humano, y la materia prima del equipo son los seres humanos con
sus debilidades y fortalezas. Además son gente sin mucha formación que juegan y
tienen miedo.
Esto es diabólico.
No, no es diabólico. Digamos que son tres elementos que te
ayudan a ver la naturaleza del hombre. En un vestuario, si uno mira con cierta
atención, ve lo que se ve en otro lado: el líder, el vice-líder, el
melancólico, el sindicalista, el generoso, el mezquino, el valiente, el
cobarde… Se descubre muy fácilmente. De ahí se pueden extraer lecciones que son
perfectamente aplicables a otro mundo. Si yo le digo a un directivo que el
genio de una persona nos hace mejores como grupo, el concepto hará más o menos
fortuna, pero si lo acompaño con unas imágenes de Maradona con el suficiente
impacto, ese concepto pegado a una imagen o una anécdota es mucho más fácil que
quede registrado. Quizá no el concepto, pero seguramente la anécdota sí, y la
anécdota tirará del concepto. Ese es el instrumento del que me valgo y en el
que creo seriamente.
¿Cuál es el mejor líder que has conocido?
Camacho. Un tipo elemental que no te decía catorce
cosas, te decía tres, pero estaba tan convencido de las tres que no te permitía
dudar. Sobre todo de una: que el domingo íbamos a ganar. Y eso lo transmitía
como si se tratara de un imperativo. Te despertaba a las siete de la mañana y
te preguntaba cómo ibas a saltar esa noche. Te tenías que levantar de la cama,
saltar y sólo entonces se iba y te dejaba seguir durmiendo. Era muy eficaz para
este mundo, que es un poco primitivo pero requiere de un estímulo permanente,
ya que, al fin y al cabo, cada tres días hay un nuevo reto y tiene que parecer
único, aunque sea parte de la rutina del profesional.
¿Nunca has sentido que estabas en un mundo demasiado
primario, demasiado provisional?
No, siempre me he sentido y me siento muy cómodo dentro del
mundo del fútbol, y he conocido a gente muy inteligente. No instruida, pero sí
muy inteligente. Generalmente, el crack es un tipo muy inteligente y lo
disimula porque no quiere proyección mediática. Son gente que tienen la
intuición, que es la velocidad punta de la inteligencia, y la tienen muy
afilada para descubrir quién es bueno, quién es malo, quién se acerca para
utilizarlo, quién para ayudarlo… Ese tipo de lectura la hace casi
instantáneamente.
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