23 agosto, 2016
Recetas de un “donnadie”.
Por ivanero9
Cuando Rafa Nadal ganó el campeonato
de España infantil, siendo todavía un niño, su tío le enseñó una lista con los
vencedores de las ediciones anteriores y le preguntó quiénes habían llegado a algo.
La mayoría se habían quedado en el camino. La lección de Toni Nadal a
su pupilo era doble: jugar bien a un deporte no te hace más importante y
vuelve mañana para entrenar como si fueras undonnadie, o tampoco a ti te
recordarán dentro de unos años. La forma en la que se educó el mejor deportista
que ha tenido España fue una de las claves de su éxito y explica también por
qué cada vez que hacemos una predicción sobre su final -“esta vez no se
recupera”-, terminamos tragándonos nuestras palabras.
Hay jugadores decenas de puestos por debajo de Nadal en el
ránking de la ATP que son mejores técnicamente. Pero no hay ninguno, ni por
encima ni por debajo, que tenga su fortaleza mental o su capacidad para
aprender, mantenida en el tiempo incluso después de alcanzar lo que para muchos
habría sido la cima.
A los españoles nos gusta Nadal porque gana, pero quizá aún
más porque lo hace sin mostrar los defectos que nos rodean a diario. En
una España donde la trampa es parte de la cultura nacional, el de Manacor representa
el premio al esfuerzo; en el país de la exhibición burda del pelotazo, el
éxito llevado con discreción; frente al espectáculo diario de los políticos y
periodistas insultándose en público, el respeto al rival; y ante esa tradición
cada vez más española de no asumir responsabilidades por nada, la aceptación de
las derrotas sin excusas.
Nadal tendrá sus defectos, pero hay en su forma de
competir en la pista y de comportarse fuera de ella una coherencia que
transmite autenticidad. Cuando le preguntamos por la situación política en
la entrevista que publicamos ayer, su respuesta fue razonablemente simple: los
españoles no votaron blanco o negro el pasado mes de diciembre, sino gris para
que los políticos se pusieran de acuerdo. “[El bloqueo] se puede resolver si se
deja de mirar por los beneficios personales, y se deja de radicalizar todo”,
decía.
Recordaba Javier Martínez en la misma
entrevista que hay incluso quienes simbólicamente proponen al tenista para
presidente, una buena idea si quisiéramos llevar a lo surrealista el concepto
de que cualquiera puede dirigir nuestro país y una garantía de que lo
hundiríamos del todo. En realidad bastaría con Nadalizar España
un poco, empezando por inculcar desde la infancia los principios del
esfuerzo, la superación personal y la responsabilidad que nuestro
abanderado en Río 2016 recibió desde pequeño.
Sus triunfos no fueron celebrados como bodas ni sus derrotas
como funerales. No se le consintieron rabietas o faltas de respeto, ni
a sus mayores ni a los rivales. Y desde el principio se le transmitió la
idea, en ocasiones con extrema dureza, de que nadie haría las cosas por él:
cuentan que en una ocasión se olvidó llevar agua a la pista y que su tío le
dejó todo el partido sin beber, para que en adelante se acordara de preparar
sus partidos. Después, ya millonario e idolatrado, en esos torneos donde se ve
a entrenadores cargar con las bolsas y raquetas de sus jugadores, Rafa Nadal
siguió llevando la suya, cargando con su responsabilidad.
Fue así como se construyó una personalidad que, ante
la adversidad de una lesión o una mala racha como la que ha pasado hasta su
reciente victoria en Montecarlo, permite a Nadal reaccionar peleando. Tras
la derrota de ayer no será distinto. Un día nos anunciarán su final deportivo y
será verdad. Es fácil apostar a que se retirará a su manera y que no será ese
invitado de boda ebrio que sigue bailando cuando se ha apagado la música o el
político que se aferra a su decadencia, incapaz de renunciar a lo que fue.
Nadal probablemente se marchará, como cuando ganaba sus
torneos infantiles o perdía en los Grand Slams, sin hacer demasiado ruido o
darse excesiva importancia. Mientras llega ese día, la única certeza es que
seguirá aferrado a la cita de Benedetti que acompañaba la cabecera de EL MUNDO
el pasado jueves, sacada de un poema para tiempos difíciles: “No te rindas que
la vida es eso, continuar el viaje”.
DAVID
JIMÉNEZ
31 marzo, 2016
“¿Qué haría, Johan?” por Jorge Valdano
Por ivanero9
Disfrutaba de Madrid paseando en una mañana soleada
y, de pronto, del cielo despejado cayó un rayo que apareció por mi teléfono: “Ha
muerto Cruyff”.
Fue incredulidad más que impacto, porque hay personajes
tan llenos de energía que ni se nos ocurre pensar que la muerte pueda
alcanzarlos.
Cuentan que en una ocasión, siendo entrenador, el equipo
llegó de viaje a altas horas de la madrugada tras un partido jugado como
visitantes y se encontraron con las puertas del estadio cerradas a cal y canto.
Cruyff se bajó del autobús para examinar la situación y
un jugador se preguntó en voz alta: “¿También sabe de candados?”. Nadie con
tanta convicción como para merecer el apodo de “dios”, que le adjudicaron esos
mismos jugadores del Dream Team.
Un día quedamos para hablar de fútbol en un hotel de
Santander. Estábamos instalados cómodamente en uno sillones, pero el día era
tan bueno que decidimos seguir la conversación en la terraza. Cuando íbamos
hacia la puerta aceleré para llegar primero y Johan quedó sorprendido, pero aún
no había perdido la carrera.
Fue entonces cuando me dijo: “Se abre hacia fuera” (¡la
puerta!).
Ese simple acto lo proclamó autor intelectual de la
apertura de puerta y yo quedé como un simple operario de la función. Así que
ahí va, a donde sea que vaya, a competir con quien sea que le espere. Porque
este dios del fútbol era un competidor excepcional.
También jugaba al fútbol como los dioses. Es inolvidable
esa estampa que parecía una postal de fútbol y la fuerza de su carisma, que
atraía las miradas incluso cuando no tocaba la pelota. Le decían “Flaco” y lo
era, pero mi sensación cuando tenía la pelota es que a ese cuerpo ligero,
espigado y ágil, lo habían fabricado para jugar al fútbol.
Corría con la elegancia de un cervatillo y la convicción
de un león. Su visión era la de un gran angular que le permitía jugar en
cualquier puesto porque su influencia pesaba en toda la cancha.
El era el “jugador total” del “fútbol total” que
practicaba el fascinante Ajax y que se prolongaba en la Selección holandesa de
los años setenta.
Una especie de John Lennon que revolucionó el fútbol,
como los Beatles revolucionaron la música.
Tenía una velocidad endiablada, pero adornaba sus
carreras con engaños: cambiaba de ritmo y de dirección con una astucia letal.
Parecía imposible pararlo dentro del reglamento. La pelota siempre se adaptó a
sus frenos y a sus arranques como si fuera un animal de compañía que hacía lo
que su amo le ordenaba.
Y si entramos en el capítulo de la personalidad debo
decir que nunca he visto a nadie gobernar los partidos con la autoridad con que
lo hacía Johan. Movía los brazos como quien dirige el tráfico, hablaba hasta en
mitad de un regate, pedía la pelota como si fuera solo suya. Mandaba él.
Se permitía desafiar la autoridad de su entrenador
modificando, en medio de un partido, las posiciones de sus compañeros y la suya
propia sin ningún complejo. Pero también mandaba sobre los árbitros, a los que
hacía sentir el poder de su talento, hablando con ellos entre jugada y jugada
como si fueran sus empleados.
Lo conocí cuando yo apenas cruzaba los veinte años y él
ya era un jugador consagrado (en ese tiempo ya había levantado tres Copas de
Europa con el Ajax y tres balones de oro). Nos enfrentamos en un partido de
Copa del Rey y mantuvimos una discusión sin importancia. Me preguntó de dónde
era, luego mi nombre y finalmente mi edad.
Cada pregunta la hacía con mucha seriedad, como si le
interesara de veras. Yo le contestaba a todo con la obediencia que merecía una
leyenda de su tamaño pero Johan, sin piedad, me disparó a matar: “Con veinte
años a Johan Cruyff se le trata de usted”. No fue un buen comienzo, sin embargo
eso no modificó mi admiración.
Siempre creí que la de entrenador era una profesión apta
para jugadores inteligentes, pero con algún tipo de limitación. Gente que tiene
que pensar para sobrevivir en el profesionalismo. Los cracks absolutos vienen
aprendidos desde la cuna y resuelven los problemas más complejos con la
velocidad punta del instinto. Razón suficiente para subestimar a Johan, el
hombre que había nacido para jugar.
Cuando llegó al Barcelona como entrenador tardé en darme
cuenta de que estábamos ante un revolucionario. Pensé que se trataba de un
excéntrico, pero viéndolo en perspectiva sus primeras decisiones fueron las de
un genio que tenía un plan. En un tiempo en que se permitían dos extranjeros
por club, los equipos grandes tenían que apuntar muy bien. Ahí estaba la
posibilidad de marcar diferencias. Generalmente, se apostaba por grandes
delanteros porque el gol suele tener nombre propio.
Johan empezó comprando a un defensa a punto de estar
gordo que se llamaba Ronald Koeman y que tenía un toque de balón extraordinario.
Porque el gol, según Cruyff, es tan hijo del juego como de los especialistas. Y
el juego hay que proponerlo desde atrás. Más tarde llegó Laudrup, un jugador
finísimo rechazado por el táctico fútbol italiano de aquellos días. Otra
estación intermedia antes de llegar al arco.
Así, eslabón a eslabón, terminó creando un equipo que
dividía el campo en cuadrículas. La cuadrícula central se la terminó dando a
Pep Guardiola, otro flaco famélico que jugaba con una inteligencia superior y
que se alimentó de ese fútbol para terminar poniéndole método al colosal
instinto de Johan. Se equivocan aquellos que dicen que Johan creó un gran
equipo. Eso es reducir mucho su legado.
Creó una escuela que cambió la historia del Barça y del
fútbol español. Basta con decir que desde 1960 hasta 1991 el Barcelona había
ganado dos títulos. Desde 1991 hasta hoy, en el Barça solo ganaron campeonatos
aquellos entrenadores que, siendo holandeses o españoles, son respetuosos con
su estilo. Y no son pocos.
De hecho, son más de la mitad de los títulos disputados
desde entonces. 4 Johan, 2 Van Gaal, 2 Rijkaard, 3 Guardiola, 1 Tito Vilanova y
1 Luis Enrique. En el mismo periodo, el Barça ganó sus primeras cinco Copas de
Europa. Esto viene a significar que el romántico fútbol de Johan Cruyff, lo
primero que le enseñó al Barça fue a ganar. Y también a España, cuya revolución
formativa hubiera sido imposible sin su influencia.
No era fácil entender a Johan. Por un lado porque, como
el mismo decía, hablaba mal en cinco idiomas. En segundo lugar porque, como
todos los genialoides, se saltaba eslabones cuando pretendía explicar algo. Y,
principalmente, porque amaba las simplificaciones.
Un día jugaban contra el Atlético de Madrid de Manolo, un
jugador temible por su capacidad de desmarque. Cuando los jugadores vieron
en la pizarra que Manolo no tenía asignada ninguna vigilancia especial se lo
hicieron notar. Cruyff pregunto: “¿Cuál es la mayor cualidad de Manolo?”. Todos
coincidieron que el desmarque. Cruyff remató con su contundencia de siempre:
“Entonces lo mejor es no marcarlo”.
Y se quedaba tan ancho como sorprendido porque alguien
preguntara por una cuestión que se contestaba sola desde la lógica más
elemental. Lo cierto es que sus equipos terminaron hablando por él.
Nadie en la historia del fútbol ha conjugado con tanto
éxito su carrera de jugador con la de entrenador. Nadie con tanta fuerza para
convertir el buen fútbol en una cultura. Hace exactamente una semana vi el
apasionante Bayern – Juventus. Un partido que al Bayern se le fue de las manos.
Perdía dos a cero y Guardiola tuvo que tomar decisiones muy arriesgadas para
igualar en tiempo reglamentario y ganar en la prórroga. Al día siguiente comí
con Pep y me dijo algo extraordinario: “Cuando peor estaba la cosa me pregunté:
¿qué haría Johan en esta situación?”. No se me ocurre un homenaje mejor para
terminar este artículo.
18 noviembre, 2015
¡DEJADLES JUGAR!
Por ivanero9
Abro Facebook y Decathlon me ofrece un anuncio: “Ser
niño es jugar, correr, saltar, descubrir…” Se inicia el curso y es el
momento perfecto para esta campaña. Niños y niñas comenzarán sus clases de
Educación Física, sus actividades de deporte escolar y extraescolar, sus juegos
en el patio. La empresa lo sabe y refuerza su campaña.
No me llama tanto la atención la pertinencia de su campaña
sino su mensaje. Decathlon, una empresa en principio deportiva, no cita en
ningún momento la palabra deporte, ninguna modalidad, ningún tipo de actividad
directamente relacionada con el deporte. Habla de lo más básico en la infancia,
el juego, la diversión, el movimiento.
Ese “Jugar, correr, saltar, descubrir…” recoge perfectamente
algo sobre lo que llevo trabajando las últimas semanas. ¿Dónde está la
actividad física de los niños? ¿Dónde la realizan? ¿Qué les gusta hacer?
¿Cuándo la realizan? Preguntas que considero fundamentales a la hora de
promover la actividad física en edad escolar.
Me interesa este enfoque, ya que en muchas ocasiones la
tendencia adulta esespecializar las horas y los equipamientos para buscar
una mayor eficiencia del tiempo y del espacio: Horas de escuela, horas de
idiomas, horas de música, horas de deporte… Aulas, gimnasio, campos de fútbol,
canchas de baloncesto… ¿Dejamos a los niños tiempo libre para jugar y moverse?
¿Les permitimos hacerlo en espacios abiertos como la calle? ¿Debemos
posibilitarlo? ¿El juego libre y la calle son poco “eficientes” para fomentar
la actividad física infantil?
La agenda y el diseño urbano se han convertido en grandes
barreras para la autonomía de niños y niñas, así como para el disfrute del
juego espontáneo. Ya he citado en algún post
anterior los trabajos de Francesco Tonucci sobre “La ciudad de los
niños” o de Gea 21 con la “Guía
Camino escolar seguro”. Entre los muchos beneficios de un diseño urbano que
incluya la perspectiva de los niños, casi todos los trabajos aluden a la
obesidad y a la inactividad física como factores importantes a considerar a la
hora de realizar sus propuestas.
Autonomía, juego y actividad física
Desde un punto de vista científico, invito a leer el
artículo de Roger L. Mackett y James Paskins “Children’s Physical
Activity: The Contribution of Playing and Walking”. El estudio ofrece una serie
de conclusiones muy interesantes acerca del impacto real de caminar y jugar
sobre los niveles de actividad física infantil y es un aval a las propuestas de
los trabajos citados anteriormente.
En su trabajo, Mackett y Paskins monitorizaron la actividad
física de 200 niños de entre 10 y 13 años mediante acelerómetros, durante 4
días a todas horas a excepción de las de sueño. Diferenciaron distintos tipos
de actividades como horas en el colegio, actividad en clubes, compras,
desplazamientos, juego, etc.
Estas son algunas conclusiones más relevantes de la
investigación:
- La
actividad de menor intensidad física es estar en casa (no incluye
dormir). Este resultado no resulta sorprendente y desde todas las guías y
recomendaciones internacionales que he podido leer se insta a reducir al
máximo el tiempo que niños y niñas pasan en sus hogares. El fuerte
crecimiento de las opciones de ocio domésticas, especialmente las
relacionadas con videojuegos, televisión y ordenador, es una tendencia
perniciosa para la salud de niños y adolescentes. De media, los menores
son el doble de activos cuando están fuera de casa.
- La
actividad en la que realizan un mayor gasto calórico por minuto es
la clase de Educación Física, por encima de la que realizan en los
clubes u otras actividades deportivas estructuradas.
- Caminar al
colegio supone mucha mayor actividad física que acudir en coche o
en autobús. De hecho, teniendo en cuenta los tiempos semanales
dedicados a Educación Física y el tiempo que pasan caminando para acudir
al centro, los autores concluyen que los niños que acudía a pie gastaban
más energía a la semana en estos desplazamientos que en esas clases.
- Resulta
tremendamente llamativo que el gasto calórico por minuto de juego
libre es superior al de las actividades deportivas en clubes y
asociaciones. Esto puede deberse a que en los entrenamientos hay más
tiempos parados para explicar y entender conceptos; en cambio la actividad
de juego es más continua durante el tiempo en el que lo disfrutan. Mackett
y Paskins, a partir de los datos de su investigación, demuestran que el
juego libre es el mayor contribuidor a la actividad física de los niños.
- Una
última conclusión muy llamativa y a tener en cuenta: los niños que
caminan no sólo son más activos en el momento de andar, en
el resto de actividades también muestran mayores niveles de intensidad
física que aquellos que acuden en coche. Realizan una actividad
más intensa en las clases de Educación Física y en los clubes e incluso
son más activos en casa. Hay que tener en cuenta que a partir de sus datos
no puede decirse que caminar los haga ser más activos. Es posible que
quienes son más activos por sí mismos, tengan una mayor tendencia a acudir
caminando a la escuela, al club o a hacer compras. Incluso que el papel de
los padres sea muy relevante en estas decisiones y niveles de actividad
física. Pero resulta muy interesante que hayan encontrado esta relación.
Como conclusión, es interesante entender cómo el caminar y
el juego libre contribuyen a los niveles de actividad física en los niños.
Destacaría dos aspectos: por una parte la citada tendencia a la
“especialización de las horas” en las que se centran muchas políticas,
impulsando más horas de actividades organizadas y reduciendo a su vez las
disponibles para el juego libre que, paradójicamente, resulta tener un mayor
impacto positivo. Por otra parte, la importancia del entorno físico, del
espacio urbano, las calles, plazas y parque, a la hora de permitir e incentivar
la movilidad activa y el juego de los niños. Los entornos urbanos
seguros y que promuevan el juego infantil son fundamentales para una infancia
más activa.
Juanma Murua
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