viernes, 10 de agosto de 2018



23 agosto, 2016
Recetas de un “donnadie”.
Por ivanero9
 Cuando Rafa Nadal ganó el campeonato de España infantil, siendo todavía un niño, su tío le enseñó una lista con los vencedores de las ediciones anteriores y le preguntó quiénes habían llegado a algo. La mayoría se habían quedado en el camino. La lección de Toni Nadal a su pupilo era doble: jugar bien a un deporte no te hace más importante y vuelve mañana para entrenar como si fueras undonnadie, o tampoco a ti te recordarán dentro de unos años. La forma en la que se educó el mejor deportista que ha tenido España fue una de las claves de su éxito y explica también por qué cada vez que hacemos una predicción sobre su final -“esta vez no se recupera”-, terminamos tragándonos nuestras palabras.

Hay jugadores decenas de puestos por debajo de Nadal en el ránking de la ATP que son mejores técnicamente. Pero no hay ninguno, ni por encima ni por debajo, que tenga su fortaleza mental o su capacidad para aprender, mantenida en el tiempo incluso después de alcanzar lo que para muchos habría sido la cima.

A los españoles nos gusta Nadal porque gana, pero quizá aún más porque lo hace sin mostrar los defectos que nos rodean a diario. En una España donde la trampa es parte de la cultura nacional, el de Manacor representa el premio al esfuerzo; en el país de la exhibición burda del pelotazo, el éxito llevado con discreción; frente al espectáculo diario de los políticos y periodistas insultándose en público, el respeto al rival; y ante esa tradición cada vez más española de no asumir responsabilidades por nada, la aceptación de las derrotas sin excusas.

Nadal tendrá sus defectos, pero hay en su forma de competir en la pista y de comportarse fuera de ella una coherencia que transmite autenticidad. Cuando le preguntamos por la situación política en la entrevista que publicamos ayer, su respuesta fue razonablemente simple: los españoles no votaron blanco o negro el pasado mes de diciembre, sino gris para que los políticos se pusieran de acuerdo. “[El bloqueo] se puede resolver si se deja de mirar por los beneficios personales, y se deja de radicalizar todo”, decía.
Recordaba Javier Martínez en la misma entrevista que hay incluso quienes simbólicamente proponen al tenista para presidente, una buena idea si quisiéramos llevar a lo surrealista el concepto de que cualquiera puede dirigir nuestro país y una garantía de que lo hundiríamos del todo. En realidad bastaría con Nadalizar España un poco, empezando por inculcar desde la infancia los principios del esfuerzo, la superación personal y la responsabilidad que nuestro abanderado en Río 2016 recibió desde pequeño.

Sus triunfos no fueron celebrados como bodas ni sus derrotas como funerales. No se le consintieron rabietas o faltas de respeto, ni a sus mayores ni a los rivales. Y desde el principio se le transmitió la idea, en ocasiones con extrema dureza, de que nadie haría las cosas por él: cuentan que en una ocasión se olvidó llevar agua a la pista y que su tío le dejó todo el partido sin beber, para que en adelante se acordara de preparar sus partidos. Después, ya millonario e idolatrado, en esos torneos donde se ve a entrenadores cargar con las bolsas y raquetas de sus jugadores, Rafa Nadal siguió llevando la suya, cargando con su responsabilidad.

Fue así como se construyó una personalidad que, ante la adversidad de una lesión o una mala racha como la que ha pasado hasta su reciente victoria en Montecarlo, permite a Nadal reaccionar peleando. Tras la derrota de ayer no será distinto. Un día nos anunciarán su final deportivo y será verdad. Es fácil apostar a que se retirará a su manera y que no será ese invitado de boda ebrio que sigue bailando cuando se ha apagado la música o el político que se aferra a su decadencia, incapaz de renunciar a lo que fue.
Nadal probablemente se marchará, como cuando ganaba sus torneos infantiles o perdía en los Grand Slams, sin hacer demasiado ruido o darse excesiva importancia. Mientras llega ese día, la única certeza es que seguirá aferrado a la cita de Benedetti que acompañaba la cabecera de EL MUNDO el pasado jueves, sacada de un poema para tiempos difíciles: “No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje”.                                                                               
                                                                                                     DAVID JIMÉNEZ



31 marzo, 2016
“¿Qué haría, Johan?” por Jorge Valdano
Por ivanero9

 Disfrutaba de Madrid paseando en una mañana soleada y, de pronto, del cielo despejado cayó un rayo que apareció por mi teléfono: “Ha muerto Cruyff”.
Fue incredulidad más que impacto, porque hay personajes tan llenos de energía que ni se nos ocurre pensar que la muerte pueda alcanzarlos.

Cuentan que en una ocasión, siendo entrenador, el equipo llegó de viaje a altas horas de la madrugada tras un partido jugado como visitantes y se encontraron con las puertas del estadio cerradas a cal y canto.

Cruyff se bajó del autobús para examinar la situación y un jugador se preguntó en voz alta: “¿También sabe de candados?”. Nadie con tanta convicción como para merecer el apodo de “dios”, que le adjudicaron esos mismos jugadores del Dream Team.
Un día quedamos para hablar de fútbol en un hotel de Santander. Estábamos instalados cómodamente en uno sillones, pero el día era tan bueno que decidimos seguir la conversación en la terraza. Cuando íbamos hacia la puerta aceleré para llegar primero y Johan quedó sorprendido, pero aún no había perdido la carrera.

Fue entonces cuando me dijo: “Se abre hacia fuera” (¡la puerta!).
Ese simple acto lo proclamó autor intelectual de la apertura de puerta y yo quedé como un simple operario de la función. Así que ahí va, a donde sea que vaya, a competir con quien sea que le espere. Porque este dios del fútbol era un competidor excepcional.
También jugaba al fútbol como los dioses. Es inolvidable esa estampa que parecía una postal de fútbol y la fuerza de su carisma, que atraía las miradas incluso cuando no tocaba la pelota. Le decían “Flaco” y lo era, pero mi sensación cuando tenía la pelota es que a ese cuerpo ligero, espigado y ágil, lo habían fabricado para jugar al fútbol.

Corría con la elegancia de un cervatillo y la convicción de un león. Su visión era la de un gran angular que le permitía jugar en cualquier puesto porque su influencia pesaba en toda la cancha.
El era el “jugador total” del “fútbol total” que practicaba el fascinante Ajax y que se prolongaba en la Selección holandesa de los años setenta.
Una especie de John Lennon que revolucionó el fútbol, como los Beatles revolucionaron la música.
Tenía una velocidad endiablada, pero adornaba sus carreras con engaños: cambiaba de ritmo y de dirección con una astucia letal. Parecía imposible pararlo dentro del reglamento. La pelota siempre se adaptó a sus frenos y a sus arranques como si fuera un animal de compañía que hacía lo que su amo le ordenaba.

Y si entramos en el capítulo de la personalidad debo decir que nunca he visto a nadie gobernar los partidos con la autoridad con que lo hacía Johan. Movía los brazos como quien dirige el tráfico, hablaba hasta en mitad de un regate, pedía la pelota como si fuera solo suya. Mandaba él.
Se permitía desafiar la autoridad de su entrenador modificando, en medio de un partido, las posiciones de sus compañeros y la suya propia sin ningún complejo. Pero también mandaba sobre los árbitros, a los que hacía sentir el poder de su talento, hablando con ellos entre jugada y jugada como si fueran sus empleados.

Lo conocí cuando yo apenas cruzaba los veinte años y él ya era un jugador consagrado (en ese tiempo ya había levantado tres Copas de Europa con el Ajax y tres balones de oro). Nos enfrentamos en un partido de Copa del Rey y mantuvimos una discusión sin importancia. Me preguntó de dónde era, luego mi nombre y finalmente mi edad.
Cada pregunta la hacía con mucha seriedad, como si le interesara de veras. Yo le contestaba a todo con la obediencia que merecía una leyenda de su tamaño pero Johan, sin piedad, me disparó a matar: “Con veinte años a Johan Cruyff se le trata de usted”. No fue un buen comienzo, sin embargo eso no modificó mi admiración.

Siempre creí que la de entrenador era una profesión apta para jugadores inteligentes, pero con algún tipo de limitación. Gente que tiene que pensar para sobrevivir en el profesionalismo. Los cracks absolutos vienen aprendidos desde la cuna y resuelven los problemas más complejos con la velocidad punta del instinto. Razón suficiente para subestimar a Johan, el hombre que había nacido para jugar.
Cuando llegó al Barcelona como entrenador tardé en darme cuenta de que estábamos ante un revolucionario. Pensé que se trataba de un excéntrico, pero viéndolo en perspectiva sus primeras decisiones fueron las de un genio que tenía un plan. En un tiempo en que se permitían dos extranjeros por club, los equipos grandes tenían que apuntar muy bien. Ahí estaba la posibilidad de marcar diferencias. Generalmente, se apostaba por grandes delanteros porque el gol suele tener nombre propio.

Johan empezó comprando a un defensa a punto de estar gordo que se llamaba Ronald Koeman y que tenía un toque de balón extraordinario. Porque el gol, según Cruyff, es tan hijo del juego como de los especialistas. Y el juego hay que proponerlo desde atrás. Más tarde llegó Laudrup, un jugador finísimo rechazado por el táctico fútbol italiano de aquellos días. Otra estación intermedia antes de llegar al arco.
Así, eslabón a eslabón, terminó creando un equipo que dividía el campo en cuadrículas. La cuadrícula central se la terminó dando a Pep Guardiola, otro flaco famélico que jugaba con una inteligencia superior y que se alimentó de ese fútbol para terminar poniéndole método al colosal instinto de Johan. Se equivocan aquellos que dicen que Johan creó un gran equipo. Eso es reducir mucho su legado.

Creó una escuela que cambió la historia del Barça y del fútbol español. Basta con decir que desde 1960 hasta 1991 el Barcelona había ganado dos títulos. Desde 1991 hasta hoy, en el Barça solo ganaron campeonatos aquellos entrenadores que, siendo holandeses o españoles, son respetuosos con su estilo. Y no son pocos.
De hecho, son más de la mitad de los títulos disputados desde entonces. 4 Johan, 2 Van Gaal, 2 Rijkaard, 3 Guardiola, 1 Tito Vilanova y 1 Luis Enrique. En el mismo periodo, el Barça ganó sus primeras cinco Copas de Europa. Esto viene a significar que el romántico fútbol de Johan Cruyff, lo primero que le enseñó al Barça fue a ganar. Y también a España, cuya revolución formativa hubiera sido imposible sin su influencia.

No era fácil entender a Johan. Por un lado porque, como el mismo decía, hablaba mal en cinco idiomas. En segundo lugar porque, como todos los genialoides, se saltaba eslabones cuando pretendía explicar algo. Y, principalmente, porque amaba las simplificaciones.
Un día jugaban contra el Atlético de Madrid de Manolo, un jugador temible por su capacidad de desmarque. Cuando los jugadores vieron en la pizarra que Manolo no tenía asignada ninguna vigilancia especial se lo hicieron notar. Cruyff pregunto: “¿Cuál es la mayor cualidad de Manolo?”. Todos coincidieron que el desmarque. Cruyff remató con su contundencia de siempre: “Entonces lo mejor es no marcarlo”.

Y se quedaba tan ancho como sorprendido porque alguien preguntara por una cuestión que se contestaba sola desde la lógica más elemental. Lo cierto es que sus equipos terminaron hablando por él.
Nadie en la historia del fútbol ha conjugado con tanto éxito su carrera de jugador con la de entrenador. Nadie con tanta fuerza para convertir el buen fútbol en una cultura. Hace exactamente una semana vi el apasionante Bayern – Juventus. Un partido que al Bayern se le fue de las manos. Perdía dos a cero y Guardiola tuvo que tomar decisiones muy arriesgadas para igualar en tiempo reglamentario y ganar en la prórroga. Al día siguiente comí con Pep y me dijo algo extraordinario: “Cuando peor estaba la cosa me pregunté: ¿qué haría Johan en esta situación?”. No se me ocurre un homenaje mejor para terminar este artículo.

 18 noviembre, 2015
¡DEJADLES JUGAR!
Por ivanero9

 Abro Facebook y Decathlon me ofrece un anuncio: “Ser niño es jugar, correr, saltar, descubrir…” Se inicia el curso y es el momento perfecto para esta campaña. Niños y niñas comenzarán sus clases de Educación Física, sus actividades de deporte escolar y extraescolar, sus juegos en el patio. La empresa lo sabe y refuerza su campaña.

No me llama tanto la atención la pertinencia de su campaña sino su mensaje. Decathlon, una empresa en principio deportiva, no cita en ningún momento la palabra deporte, ninguna modalidad, ningún tipo de actividad directamente relacionada con el deporte. Habla de lo más básico en la infancia, el juego, la diversión, el movimiento.

Ese “Jugar, correr, saltar, descubrir…” recoge perfectamente algo sobre lo que llevo trabajando las últimas semanas. ¿Dónde está la actividad física de los niños? ¿Dónde la realizan? ¿Qué les gusta hacer? ¿Cuándo la realizan? Preguntas que considero fundamentales a la hora de promover la actividad física en edad escolar.
Me interesa este enfoque, ya que en muchas ocasiones la tendencia adulta esespecializar las horas y los equipamientos para buscar una mayor eficiencia del tiempo y del espacio: Horas de escuela, horas de idiomas, horas de música, horas de deporte… Aulas, gimnasio, campos de fútbol, canchas de baloncesto… ¿Dejamos a los niños tiempo libre para jugar y moverse? ¿Les permitimos hacerlo en espacios abiertos como la calle? ¿Debemos posibilitarlo? ¿El juego libre y la calle son poco “eficientes” para fomentar la actividad física infantil?

La agenda y el diseño urbano se han convertido en grandes barreras para la autonomía de niños y niñas, así como para el disfrute del juego espontáneo. Ya he citado en algún post anterior los trabajos de Francesco Tonucci sobre “La ciudad de los niños” o de Gea 21 con la “Guía Camino escolar seguro”. Entre los muchos beneficios de un diseño urbano que incluya la perspectiva de los niños, casi todos los trabajos aluden a la obesidad y a la inactividad física como factores importantes a considerar a la hora de realizar sus propuestas.

Autonomía, juego y actividad física
Desde un punto de vista científico, invito a leer el artículo de Roger L. Mackett y James Paskins “Children’s Physical Activity: The Contribution of Playing and Walking”. El estudio ofrece una serie de conclusiones muy interesantes acerca del impacto real de caminar y jugar sobre los niveles de actividad física infantil y es un aval a las propuestas de los trabajos citados anteriormente.

En su trabajo, Mackett y Paskins monitorizaron la actividad física de 200 niños de entre 10 y 13 años mediante acelerómetros, durante 4 días a todas horas a excepción de las de sueño. Diferenciaron distintos tipos de actividades como horas en el colegio, actividad en clubes, compras, desplazamientos, juego, etc.
Estas son algunas conclusiones más relevantes de la investigación:
  • La actividad de menor intensidad física es estar en casa (no incluye dormir). Este resultado no resulta sorprendente y desde todas las guías y recomendaciones internacionales que he podido leer se insta a reducir al máximo el tiempo que niños y niñas pasan en sus hogares. El fuerte crecimiento de las opciones de ocio domésticas, especialmente las relacionadas con videojuegos, televisión y ordenador, es una tendencia perniciosa para la salud de niños y adolescentes. De media, los menores son el doble de activos cuando están fuera de casa.
  • La actividad en la que realizan un mayor gasto calórico por minuto es la clase de Educación Física, por encima de la que realizan en los clubes u otras actividades deportivas estructuradas.
  • Caminar al colegio supone mucha mayor actividad física que acudir en coche o en autobús. De hecho, teniendo en cuenta los tiempos semanales dedicados a Educación Física y el tiempo que pasan caminando para acudir al centro, los autores concluyen que los niños que acudía a pie gastaban más energía a la semana en estos desplazamientos que en esas clases.
  • Resulta tremendamente llamativo que el gasto calórico por minuto de juego libre es superior al de las actividades deportivas en clubes y asociaciones. Esto puede deberse a que en los entrenamientos hay más tiempos parados para explicar y entender conceptos; en cambio la actividad de juego es más continua durante el tiempo en el que lo disfrutan. Mackett y Paskins, a partir de los datos de su investigación, demuestran que el juego libre es el mayor contribuidor a la actividad física de los niños.
  • Una última conclusión muy llamativa y a tener en cuenta: los niños que caminan no sólo son más activos en el momento de andar, en el resto de actividades también muestran mayores niveles de intensidad física que aquellos que acuden en coche. Realizan una actividad más intensa en las clases de Educación Física y en los clubes e incluso son más activos en casa. Hay que tener en cuenta que a partir de sus datos no puede decirse que caminar los haga ser más activos. Es posible que quienes son más activos por sí mismos, tengan una mayor tendencia a acudir caminando a la escuela, al club o a hacer compras. Incluso que el papel de los padres sea muy relevante en estas decisiones y niveles de actividad física. Pero resulta muy interesante que hayan encontrado esta relación.
Como conclusión, es interesante entender cómo el caminar y el juego libre contribuyen a los niveles de actividad física en los niños. Destacaría dos aspectos: por una parte la citada tendencia a la “especialización de las horas” en las que se centran muchas políticas, impulsando más horas de actividades organizadas y reduciendo a su vez las disponibles para el juego libre que, paradójicamente, resulta tener un mayor impacto positivo. Por otra parte, la importancia del entorno físico, del espacio urbano, las calles, plazas y parque, a la hora de permitir e incentivar la movilidad activa y el juego de los niños. Los entornos urbanos seguros y que promuevan el juego infantil son fundamentales para una infancia más activa.

Juanma Murua


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