jueves, 12 de febrero de 2015

ESTO ES UN JUEGO.


por Ignacio Benedetti/
Martiperarnaumagazine.

 “Y lo serio es incompatible con juego. O con jugar. Porque jugar es, en alguna medida (aunque se lo haga por dinero). dar curso a lo irresponsable. Que en el caso del fútbol no es forzosamente sinónimo de desinterés o de falta de responsabilidad. Interprétese que es sinónimo de libertad para crear imprevistamente”.
Dante Panzeri

Quizá deba disculparme ante la audiencia por mi insistencia. Me cuesta creer que del fútbol emanen tantos lamentos y reflexiones que muestren a esta actividad como una tarea nociva para la salud. Y quizá deba pedir perdón por no explicarme mejor y ser parte de este círculo vicioso que contribuye al crecimiento de este monstruo, que no es otro que el circo en el que se ha convertido este deporte.
 Un pobre espectáculo en el que alguien como Luis Enrique Martínez, entrenador del F. C. Barcelona, se da el gusto de expresar en rueda de prensa una opinión tan extraña como contradictoria al espíritu del cargo que ejerce:
El problema del entrenador es que no disfrutas nada. Nunca eres feliz. Tal vez solo cuando termina la temporada y consigue su objetivo. No puedes vivir del pasado ni del futuro. Solo del presente. Acaba un partido y ya estás centrado en el siguiente”.


Tomemos en cuenta que el puesto que detenta el señor Martínez es el de conductor del equipo de primera división del F. C. Barcelona, una de las instituciones más reconocidas y con menos problemas –desastre directivo aparte– del mundo. Por ello, si al asturiano le cuesta encontrar razones para disfrutar su actualidad, apaguemos la luz y vayámonos todos.

El fútbol es un negocio; ir en contra de esa noción no constituye una respuesta romántica o rebelde, sino un profundo desconocimiento de la realidad. El hecho de que mueva tanto dinero a su alrededor ha posibilitado que algunos –una aparente mayoría– se hayan olvidado que, ante todo, esto es un juego, un deporte en el que apoyados en unas reglas, se compite para vencer, no para aniquilar ni destruir. Esto no es una batalla en la que se dirime el honor ni el buen nombre de nadie, sencillamente es una actividad destinada a formar mejores ciudadanos bajo los valores y los principios de la competencia: el reconocimiento del contrario, la aceptación del resultado y el aprovechamiento de cada caída y cada derrota para aprender y aprehender las lecciones. El deporte, visto desde esa óptica, no es más que una representación de la vida misma.

Entonces uno debe preguntarse si, más allá de lo que significa una derrota, ¿no hemos cruzado una línea en la que el juego dejó de ser juego para convertirse en el vertedero de miserias y temores de nuestra especie? Y es en este momento cuando comprendo que debo pedir nuevamente excusas, a usted que me lee, por mi intolerancia ante lo que siento es el mayor atentado que se le puede hacer a la actividad más noble que haya creado nuestra especie: el deporte.

La seriedad, comprendida como la negación de la alegría y del sentido lúdico del juego, es una peligrosa epidemia que promete acabar con todo lo bueno que caracteriza al fútbol. Darle carácter de seriedad al juego no contribuye a que este se interprete o se desarrolle de una mejor manera. Todo lo contrario: desde que el drama se apoderó de esta tarea y se transformó en la emoción predominante, el juego dejó de ser juego hasta convertirse en una serie de números, resultados y estadísticas que a pocos alegran más allá de la media hora inmediata a su consecución.

Los defensores de este disparate se aferran a que todo vale en pos de una victoria, como si el deportista, salvo tristísimas excepciones, no tuviese como meta principal la consecución del triunfo. Lo que estos militantes de lo indefendible intentan con su mensaje es promover el desprecio por el espíritu del deporte, que es competencia limpia y legal; estimulan la trampa y han disfrazado de atajos a grandes despeñaderos de los que nadie regresa.

A propósito de los Juegos Olímpicos Londres 2012, Martí Perarnau explicaba: “Los Juegos tienen más derrotados que ganadores. Normal, no en vano los Juegos son la vida y en la vida perdemos muchas más veces que ganamos. Los Juegos son un soplo de esperanza porque incluso perdiendo, nos demostraron que vale la pena competir”

Un concepto muy cercano al expresado por Pep Guardiola a Fernando Trueba en una charla publicitaria que va justamente por ese camino:
“Al final es un juego; lo hemos pervertido, lo hemos convertido en parte de un negocio del que todos vivimos, y muchísima gente vive de él, pero al final olvidamos, que es lo que da sentido a mi profesión, si no no lo haríamos, que es un juego en el que yo quiero hacerlo mejor que tú y tú quieres hacerlo mejor que yo; con tus armas y yo con mis armas, y si te conozco en estas cosas… Soñar eso, planear el día antes cómo hacerlo y transmitirlo a tu gente para cómo hacerlo es el motor ahora mismo de mi profesión. Pero es un juego. ¡Es un juego! Nada complicado. Conocerlo a él para hacerlo mejor que él. No para batirle”.

Trabajar con algunos de los mejores jugadores del mundo, gozar de la oportunidad de competir por los más grandes trofeos y cobrar un salario por ello no debe representar una carga, por más que los medios, el entorno y los propios jefes hagan lo imposible para hacer creer que se puede ser infeliz en semejante situación. Ahora que lo pienso mejor, no debo excusarme ante el auditorio. Quien sí tiene que pedir perdón es aquel que no comprende que el fútbol es un juego y que, amparado en un injustificable dramatismo, ha colaborado en la degradación de esta hermosa actividad en un no juego capaz de alejar al hincha del estadio para acercarlo a las columnas estadísticas, arrastrándolo a lo que el mismo Panzeri definía como “la actual realidad en la que el mismo juego constituye hoy una angustiosa preocupación que impide jugar”.

Disfrute, sr. Martínez. Juegue y disfrute, que así encontrará la felicidad en su cargo. No deje de lado que su obligación es pasarla bien en su trabajo, al fin y al cabo, esto es solo un rato, un lapso de tiempo, el compás de espera entre esta aventura y la próxima.
* Ignacio Benedetti. 

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