domingo, 7 de diciembre de 2014

ALBERTO MANGUEL. escritor


Arte de la lectura
IGNACIO F. GARMENDIA  |  ENSAYO · MERCURIO.

El sueño del Rey Rojo
Alberto Manguel
Trad. Juan Tovar Elías
Alianza



Buenos Aires, 1948. Escritor, traductor y editor argentino-canadiense. En su juventud fue el lector personal de Jorge Luis Borges. Vivió en Francia, Italia, Inglaterra y Tahití, sin dejar de traducir, escribir revisar  En 1982 se muda a Toronto y adquiere nacionalidad canadiense.y leer.
Autor de numerosas obras: Guía de lugares imaginarios(1993), noticias del extranjero/1991), leyendo imágenes(2002), Diario de lecturas(2004), Una historia de la lectura(1998),Lecturas sobre la lectura(2011).
Doctor honorario de la Universidad de Lieja, miembro del colegio de Artes y Letras de Francia. Actualmente vive en Francia.

No fue Alberto Manguel el único lector que hizo de intermediario para el anciano Borges en la noche de su ceguera, pero parece claro que aquel episodio de adolescencia —el joven lazarillo no tenía ni veinte años— marcó para siempre a un escritor que ha dedicado desde entonces centenares de páginas valiosas al hecho mismo de la lectura.

De igual modo que su maestro, Manguel tuvo una formación autodidacta y apenas pisó la Universidad, lo que no le ha impedido convertirse en un formidable erudito que sabe transmitir su lección sin servirse de jergas abstrusas, lejos de los resabios académicos o la oscuridad gratuita. 

De Borges heredó asimismo la pasión por las bibliotecas o por las enciclopedias y no pocas de sus predilecciones estéticas, aunque al contrario que aquel, famosamente bilingüe, Manguel eligió el inglés como lengua literaria.

Libros como su Guía de lugares imaginarios (1980), escrito en compañía de Gianni Guadalupi, o Una historia de la lectura (1996), ambos disponibles en hermosas ediciones ilustradas, son referencias inexcusables para los amantes de la literatura o de la historia de la literatura, pero la obra de Manguel contiene otros muchos títulos dedicados a glosar a sus autores preferidos.

Las “lecturas y relecturas” reunidas en su última entrega, El sueño del Rey Rojo, donde se incluyen varios artículos de En el bosque del espejo (1998), versan sobre algunas de sus devociones conocidas y mezclan, como otras veces, el ensayismo y la crítica con ocasionales incursiones en la autobiografía, que para Manguel es indisociable de los libros. Borges, por supuesto, pero también Homero, Dante, Cervantes o Lewis Carroll.

Con el imaginario de Alicia como elemento vertebrador, presente no solo en el título sino en las citas que abren los diferentes capítulos, Manguel trata sobre todo de literatura, pero también deja constancia de su itinerario vital, se define como “anarquista moderado”, elogia el libro impreso o polemiza con Vargas Llosa a propósito de los juicios a la dictadura argentina.

La lectura es “la más humana de las actividades creadoras”, dado que leer no es un hábito meramente pasivo ni el lector permanece igual en el tiempo —“nadie se sumerge dos veces en el mismo libro”— ni su disposición equivale a recibir sin más una información codificada. “Considero que somos, en esencia, animales lectores y que el arte de la lectura, en su sentido más amplio, nos define como especie”, pero la literatura se mueve en unas coordenadas históricas y a ellas Manguel vuelve a menudo, para contextualizar las obras y también el modo como fueron leídas a lo largo del tiempo o dejaron su rastro en el propio ensayista.

La imagen tan querida por Borges del universo como una vasta biblioteca o la convicción de que “la palabra impresa le da coherencia al mundo” son invocadas como argumentos para sostener que la lectura, más allá de su prestigio menguante, es o puede ser una razón de vida.

Habrá quienes piensen que Manguel se acoge a autores demasiado canónicos, pese a DEFENDER CON BUENAS RAZONES LA LIBRE ELECCIÓN DE CADA CUAL A LA HORA DE CONFORMAR GUSTOS, o que su entusiasmo sigue un rumbo en exceso previsible, por moverse casi siempre en el terreno de lo universalmente celebrado, pero nadie puede negarle las dotes de persuasión, la claridad de juicio, la elegancia de un discurso incitador que jamás condesciende al solipsismo.

 Puede que no sea tan brillante como Borges, pero se muestra más interesado por los problemas de la vida real y su ensayismo tiene la misma admirable capacidad de inculcar la fe en la gran literatura.

CULTURAL / LIBROS
«El sueño del Rey Rojo», todas las lecturas de Alberto Manguel
Leer no es reconstruir una historia, sino volver a crearla. Lo dice Alberto Manguel en «El sueño del Rey Rojo» (Alianza). Una travesía con escalas por su verdadera patria: la literatura
JUAN MALPARTIDA@ABC_CULTURAL


 El nombre de Alberto Manguel está unido al acto mismo de la lectura, porque ha hecho de su gran amor a los libros una literatura que abarca la Historia (de la lectura, por supuesto, pero también de las circunstancias históricas de muchos textos y autores), la filología, la biografía, el comentario, la crítica y la memoria. De alguna manera, este hermoso libro, que recoge textos de diversas épocas –aunque pareciera hecho ad hoc–, reúne todas las características mencionadas.

Aquí están «La Odisea» y Dante, Cervantes y Borges; y el «ebook».

El hilo estructurador quizás sean las citas de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo, que abren cada capítulo, sin duda por ser ambas obras la encarnación del reino de las metamorfosis. Porque si algo hace la lectura es cambiarnos. Un buen lector es construido por lo que lee, al tiempo que posibilita la realidad de la obra, sea el poema de Ariosto o la novela de Proust. Por eso quizás escribió Enis Batur que una biblioteca personal está habitada por una sola persona: su lector. «La lectura –afirma Manguel– es la más humana de las actividades creativas.» Cierto. Aunque la música o la pintura son universales, no alcanzan a todos, pero sí el habla: no hay pueblos sin lenguaje, y todos ellos, como ha mostrado Steven Pinker, complejos. Quien habla, fabula.

Cuando leemos a Alberto Manguel nos dan ganas de leer no solo su libro, sino los que él lee y los que tenemos apilados en la mesilla, aquellos que ya leímos y esperan ser revisitados. Manguel, heredero de Borges (y no solo, en los mejores momentos, por cierta felicidad de la prosa), sabe que toda biblioteca es un diálogo: supone siempre la existencia de un interlocutor.

Por cierto, Borges, a quien Manguel trató durante unos años, es rememorado en algunos de estos textos, como en «Borges enamorado», donde nos encontramos con Estela Canto y El Aleph. Borges y sus sugerencias, como la de que Dante escribió la Commedia para poder estar, por un momento, con Beatriz. ¿No es acaso eso lo que ha hecho toda la gran literatura, lograr estar por un momento con el Tiempo, encarnado en Beatriz o en un trazo de amarillo de una tela de Vermeer?

El lector ideal, según Manguel, asocia, salta de una obra a otra y funde.

Todo libro supone un autor (o varios, es lo mismo), por eso los primeros lectores, reflexiona Manguel en «El tenedor de libros ciego», «tuvieron que concebir a un autor para que el poema fuera concebible». Esa concepción supone la invención del lector mismo. Homero, ciego, es la encarnación del autor por naturaleza: vuelto hacia el libro, sus ojos ciegos en la realidad ven a través del acto imaginario del lector.

Manguel nos muestra una ética de la lectura, sus ideas políticas (cierto anarquismo que colinda, creo, con lo mejor del liberalismo), su quijotesca defensa de la justicia y su exaltación de la memoria, no del olvido. De ahí el texto, lúcido, en el que polemiza con Vargas Llosarespecto a la necesidad de juzgar a los responsables de las torturas y asesinatos de la dictadura argentina de 1976-1983.
Víctimas con nombres y apellidos.

Mario Vargas Llosa afirmó que la complicidad abarcaba no solo a los dirigentes militares y, por lo tanto, era imposible juzgar (Carlos Menem promulgó, como se sabe, una amnistía que incitaba a la desmemoria). Pero Manguel, apoyado en las víctimas, con nombres y apellidos, cree que el crimen no puede quedar impune, por muy inextricable que parezca a veces la trama de la Historia.
Cuando leemos a Manguel nos dan ganas de leer no solo su libro, sino los que él lee.

Elogio del lector, El sueño del Rey Rojo lo es también del acto creativo. De hecho, para Manguel el lector ideal no es el que reconstruye una historia, sino el que la crea al leerla. Este es, sin duda, Alonso Quijano, cuyo acto de lectura lo transforma en Don Quijote. «El lector ideal no es un taxidermista», asegura Manguel (¿han tomado nota, señores profesores?). El lector ideal asocia, salta de una obra a otra, funde y hasta confunde. No es Polifemo, es «politeísta»; por lo tanto, no tiene un Autor, ni un Libro: como el judío errante, su signo es ir de patria en patria sabiendo que ninguna lo es del todo y que todas lo son de alguna manera. «El lector ideal es el personaje principal de una novela.» Por eso nos cautiva pronto La historia interminable–añado–, porque el niño se ve interpelado por el libro, y el libro oye lo que el lector le dice. Ay de quien esté libre de esta alucinación creativa.

Tras enumerar diversas cualidades, Alberto Manguel cierra su lista con esta frase: «La literatura no depende de lectores ideales, solo de lectores bastante buenos». En efecto; pero sin algunas de las cualidades mencionadas, la lectura no le pone ojos a Homero.

Vida errante
Manguel no evita comparar el libro como objeto de papel, individual, y el ebook. Alguien que encontró su hogar en su biblioteca (en una antigua casa de piedra al sur del Valle del Loira) es obvio que ha de defenderla, pero sus argumentos son sólidos y nos parecen reales. Los libros son presencias individuales tangibles, con cualidades materiales de las que carece la pantalla. La utilidad sin duda del ebook quizás nunca desplace a un bello libro, sus ilustraciones, tacto, grosor, peso, olor, y su vida errante en mercadillos y librerías de saldo.

El autor de «El sueño del Rey Rojo» sabe que toda biblioteca es un diálogo.

La Odisea y Dante, Cervantes y Borges, la traducción –que se apoya en la universalidad de la imaginación y en lo común básico de toda cultura–, las tablillas sumerias y el libro electrónico, la biblioteca errante (que es cada verdadero lector) y los afectos, la literatura erótica (plural) y la pornográfica (reaccionaria); las relecturas, que son libros inexistentes en las bibliotecas, salvo cuando quien relee se llama Johnson, Sainte-Beuve, Eliot o Reyes. Frente a la lectura literal (lenguaje inequívoco) del personaje de Pinocho, la lectura analógica y fantástica de Alicia.
Muchas cosas se pueden decir de los libros de Manguel, pero todas coinciden en esta: el placer de leer.

«El sueño del Rey Rojo. Lecturas y relecturas sobre las palabras y el mundo»
ALBERTO MANGUEL
Traducción de Juan Tovar Elías. Alianza. Madrid.

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