martes, 1 de julio de 2014

LAS MENTIRAS DEL GOL.


JOSÉ SÁMANO- Río de Janeiro.
Los ‘nueves’ clásicos pierden protagonismo y hoy más que nunca los tantos son hijos del juego y de la llegada de los "dieces". 

James y Neymar, los 'dieces' de Colombia y Brasil. / AFP
El Mundial, que siempre certifica tendencias, ha concretado definitivamente que en el fútbol ha cambiado el orden numérico: elnueve de ayer es el diez disfrazado de hoy. Los arietes clásicos, jugadores que anidan en las áreas para el punto final, se han extinguido o tienen un papel secundario. El gol de estos tiempos es asunto de jugadores que participan de la arquitectura, que llegan al área de visita y dejan su recado para la gloria: James, Neymar, Messi, Robben, Müller, Benzema… Unos juegan más cerca del portero rival, como el alemán y el francés, pero su radar es amplio, entran y salen de las zonas calientes sin cita previa. Los otros son una amenaza desde la periferia. Y a los seis más distinguidos del campeonato se podrían añadir perfiles como los de Van Persie, Bryan Ruiz, Giovani, Sterling, Jackson Martínez, Shaquiri y otros muchos.

Hasta la fecha, el nueve de toda la vida o no ha tenido impacto alguno (Diego Costa, Fred, Jo, Mandzukic, Mitroglou, Hugo Almeida, Lukaku, Dzeko…) o solo ha sido el último recurso. Es el caso de Klose y Huntelaar, reservas que tienen carrete cuando la cosa está cruda y ya solo queda devastar el área con ollazos. En la Francia empachada de goles de Henry, Platini y Zidane, que atacaban desde el horizonte con el frac puesto, hoy entra y sale Giroud, el viejo prototipo de delantero al que medían en la báscula. Sin él, con el ligero Griezmann y Benzema con otra panorámica, los bleus dieron su mejor versión ante Nigeria,jugaron más y remataron el triple.

Cierto que los delanteros puros más reputados se han quedado sin Mundial, como Ibrahimovic y Lewandowski. Y que en el infinito repertorio que ofrece el fútbol, en el que no hay una teoría única, no han sido pocos los nuevazos de leyenda: Zarra, Seeler, César, Gerd Müller, Quini, Hugo Sánchez… Por distintas causas, hoy parecen recusados. La España del nueve mentiroso, el Real Madrid de Cristiano o el Barça de Messi han terminado por imponer la corriente. Resulta que no era una extravagancia situar a Silva o Cesc como delanteros postizos. Ni siquiera la selección española fue pionera en el simulacro. 

Los precedentes apuntan a los mejores equipos de la historia, que fingían con puntas que se alejaban de las retaguardias e irrumpían de un portazo, sin previo aviso, para alarma de los zagueros, la mayoría rígidos como estacas. Fue el caso de Pedernera en La Máquina de River, Hidegkuti en la fabulosa Hungría de los cincuenta, Di Stéfano y Puskas en el Madrid que colonizó la Copa de Europa. Y del Brasil más genuino y universalmente festejado. Ni Pelé era un nueve, ni mucho menos lo era el sutil delineante que era Tostão. De la mítica Canarinha del 82, capaz de ser legendaria sin ganar el título, no hay quién recuerde a Serginho, un cuerpo extraño entre Zico, Falcao, Cerezo y Sócrates.

Lo mismo cabe decir de la Naranja Mecánica, en la que Cruyff era un espíritu libre con el 14 a la espalda y las posiciones del 1 y el 9 eran irrelevantes. El máximo goleador del Mundial 74 fue un medio tapón como Neeskens, y quienes también flirteaban con el gol eran Rep y Rensenbrink. El propio Cruyff construyó un Dream Team en el que Laudrup podía ser el delantero central. Y la máxima expresión llegó con Guardiola y su envite por Messi como aparente broche goleador. Con estos antepasados, es chocante que precisamente España y Brasil hayan apostado por un faro permanente en el área. Ya ni los ingleses —Rooney, Sturridge— o alemanes, que siempre llevaron en su manual el dogma del tanque.

James, Neymar, Messi, Robben, Müller y Benzema llegan al área de visita.
Los cazadores del gol han perdido el rastro y el gol es cosa del talento. Ellos se crean su propia diana con una puntería asombrosa: James ha hecho 15 remates y solo uno no ha ido entre los tres palos —Robben (12/1), Messi (13/6), Benzema (25/6), Neymar (15/2) y Müller 13/5)—. Un viejo axioma decía que para el gol hay que estar fresco. Pues no es necesario del todo.Thomas Müller es el quinto jugador que más distancia ha recorrido (46,4 kilómetros; 19,8 con balón, 13,6 sin él y 29,2 km/h de velocidad máxima). Entre el top-6 goleador le siguen Robben, que ha hecho 42,7 kilómetros (15,7 con el balón y 14,5 sin él, y 31km/hora); Neymar (40,8 km: 15,7 con balón y 13,4 sin, y 31,8 km/hora); Benzema (37,9: 14,8 con y 11,6 sin, y 29,1 km/hora); y James (36: 13 y 12,6, y 30,9 km/hora). Y con un partido menos, Messi (22,3: 10,5 y 5,6, y 29,6 km/hora). Queda claro que el argentino es, de largo, el que menos distancia ha recorrido, con la pelota y menos aún sin ella.



Robben, ante el meta mexicano Ochoa. /AFP
Con ellos en la portada del juego y el gol, anotar ha dejado de ser cuestión de tamaño, se puede ser espigado (Müller), un ratón como Messi o tener una talla media como James o Benzema. Y se puede ser tan cerrado como zurdo que como diestro. También son versátiles para dibujar el gol. Entre los seis jugadores suman 23: seis desde fuera del área, 12 con la pierna izquierda, 10 con la derecha, tres de penalti y solo uno con la cabeza (James). Si hay que asistir, lo hacen y ya contabilizan siete pases previos al éxito.

El gol tiene otro trato y cuesta rebobinar hasta descubrir quién fue el último de aquellos nueves con pinta de peso pesado que se extraviaban fuera del área, etiquetados por su olfato para rebañar. Si el último Mundial fue cosa de Iniesta, la Eurocopa más cercana la resolvieron dos centrocampistas (Silva y Mata), un delantero (Torres) y un defensa (Alba). Tan defensa como el Godín que decidió la Liga para el Atlético y repitió en la final de Champions de Lisboa, donde otro zaguero (Ramos) rescató al Madrid hasta la irrupción en la prórroga de dos extremos (Bale y CR) y, entre medias, un lateral (Marcelo).
¿Y los arietes que parecían más de verdad que de mentira? Un atavismo. Hoy más que nunca los goles son hijos del juego. Y de los que juegan a algo más que a apretar el gatillo.


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