MUERE LUIS ARAGONÉS
El eterno cancheroMuere Luis Aragonés, el hombre que cambió el destino de la selección
“¡Qué grande has sido!”
José Sámano 1 FEB 2014 -
Genio y figura, Luis era
trinitario: en un minuto podía ser Luis, Aragonés o Suárez. Los tres eran igual
de complejos, taciturnos, socarrones, hilarantes, ásperos, dicharacheros,
retraído, directo como un aguijón. Solo tenían un nexo en común, Luis Aragonés
Suárez nunca dejaba impasible. Resultaba tan inescrutable que con sus cosas no
siempre sabía uno a qué atenerse, si llorar o reír. Un personaje enciclopédico
tras su perpetuo “tal y tal” que siempre cautivaba a los vestuarios, incluso
por las bravas, como bien sabe su ahijado Eto’o.
Destilaba fútbol y más fútbol y a
los jugadores les llegaba hondo con su verbo directo, punzante, cómico incluso.
Un pillo que sabía demasiado. Lo mismo les sorprendía con los nombres y
apellidos de los linieres —así flirteaba con ellos desde la banda, porque
sostenía que les orgullecía que les conociera—, que se hacía el abuelete y se
refería a Ballack como el “Wallace ese” para quitar hierro a la final de Viena.
Luis entendía como pocos lo que
se cuece en un vestuario, porque toda su vida fue entrenador-jugador, dualidad
que jamás disoció. Lógico si se repara en que fue alumno y jefe de sopetón
desde los 36 años. Todo en unas horas, las que tardó Vicente Calderón en
quitarle el pantalón corto y ponerle un chándal.
“Los entrenadores siempre deben ir en
chándal”, acostumbraba a decir este hombre tan canchero y obsesivo que llegó a
dirigir una sesión de precalentamiento con una pelliza puesta en El Plantío y
sus alborotadas e infinitas patillas descolgadas bajo unas gafas de otro siglo.
La única imagen que le preocupaba era la del fútbol, ahí donde se sentía
plenamente realizado.
Ya de entrenador, como nunca se
jubiló como futbolista, era habitual verle tocar y tocar la pelota en los
ensayos. Mientras los chicos correteaban, él siempre estaba rodeado de balones,
sin importarle un rábano cargar con la bolsa de las pelotas. Y hasta tirar
faltas, de lo que presumía ante sus pupilos. No le faltaba razón, Aragonés era
un zapatones, pero un zapatones de seda.
Luis concitaba numerosas
fidelidades en la distancia corta, en la que lucía una socarronería que nade
tenía que ver con su imagen hosca, la del gruñón ante los focos. Con tantas
afinidades hasta se rebajaban sus exabruptos, sus desplantes a los ramos de flores
o sus arengas excesivas con Henry de por
medio. Las cosas de Luis, de Aragonés o de Suárez, vaya usted a saber.
ADIÓS A UN TÉCNICO EXCEPCIONAL
Un entrenador de los pies a la cabeza
Ramón Besa Barcelona 1 FEB 2014
A su paso por cada equipo, y naturalmente por
la selección, Luis Aragonés siempre dejó una anécdota para el recuerdo, un
momento que expresaba su manera de entender el juego y también su inconfundible
personalidad, única en el fútbol.
Nada más llegar a Alemania en
2006 con La Roja, término muy utilizado durante su estancia en la federación
porque funcionaba incluso como recurso para quienes la palabra España les provocaba
urticaria, mandó a paseo al comité de recepción de la Copa del Mundo en
Dortmund. Luis despreció las flores que le ofrecía una azafata: “Me van a dar a
mí un ramo cuando no me cabe por el culo ni el pelo de una gamba”.
Los traductores las pasaban canutas
para explicar sus expresiones, a veces tan castizas que resultaban incluso
imposibles para muchos españoles, como cuando hablaba de la estanquera y de la
pipera de Vallecas. No siempre era fácil entender a Luis. El día que arengaba a
Reyes en un entrenamiento al grito de que era mejor que “ese negro de mierda”
en referencia a Henry se armó la de Dios es Cristo porque se le consideró un
racista.
Igual que
motivaba a un andaluz se las tenía con Romario: “Míreme a los ojos cuando le
hablo”. Y el “negro”, que siempre iba con la cabeza gacha, le atendía de
soslayo. El día que supo que las cámaras le escrutaban en Mallorca no tardó en
desenchufar cuantos cables encontró cerca de su banquillo.
Nunca fue anónimo, ni cuando pasó
por el Camp Nou en una de las peores épocas del Barcelona. Víctima al inicio de
una crisis de ansiedad fóbica, acabó alineado con sus jugadores la tarde en que
pedían la dimisión del presidente Núñez. Luis ganó la Copa a aquella Real que
acabó por ser unos de los proveedores del dream team de Cruyff.
El ambiente era tan deprimente
por entonces que una mañana me referí al Barcelona como el equipo de “Aurelio y
los vagabundos”, sin reparar en la banda de música sino en una banda de
jugadores al mando de un técnico al que alguno le apreciaba un físico simiesco.
“¿Está aquí el que ha escrito esto?", preguntó en la sala de prensa. “Sí”,
respondí. “Pues mire chaval: métase lo que quiera con Aurelio, pero a los
vagabundos me los deja en paz, ¿vale?”. Una lección de periodismo de
parte de un gruñón encantador que siempre defendió a sus jugadores.
A Luis se le consideró el rey del
contraataque antes de ganar la Eurocopa con España. Nadie respetó más el juego
de los centrocampistas en una tierra enamorada de la furia de los centrales y
mediocentros de nombre Belauste y de la hipnosis de delanteros como Butragueño.
No solo dio juego al equipo sino que además lideró con una personalidad asombrosa
una transición que supuso el fin de la internacionalidad española de Raúl.
Arisco, anduvo murmurando sobre
el fútbol de la selección cuando fue sustituido por Del Bosque, no por nada,
sino porque, ejerciera o no, siempre se sintió entrenador. No hace mucho cuando
se hablaba de que abandonaba los banquillos, mandó rectificar la información en
unos minutos porque a Luis no le retiraba nadie, solo la muerte.
Gracias, Don Luis.
Josep Guardiola 15 Junio 2006
Hace mucho, muchísimo tiempo que
no hablo con el señor Cruyff. No sé qué estará pensando, pero creo que ayer
hubo un partido jugado en Leipzig que al señor Cruyff le hizo muy feliz. Y no
creo que fuera por la victoria. Ya se sabe: es holandés. Pero estará feliz por cómo
se hizo la victoria.
Hasta su llegada como técnico a
Barcelona, el juego de mi amado equipo era lo que era su entrenador. Jugábamos
a la argentina como Menotti y a la alemana con Lattek e incluso con Venables, a
la inglesa, una Liga ganamos. Pero un día de verano llegó el señor Cruyff y
empezó a decir y a hacer unas cosas que hoy, 16 años después, aún perduran.
Hoy durante una hora y cuarenta y
cinco minutos de un maravilloso partido de España, las he visto.
Como las habrá visto la gente de
la Quinta del Buitre y la gente que les vio jugar. A Michel, Martín
Vázquez y los demás, seguro que también lo habrán visto. A ellos, que con la
camiseta blanca jugaron tan bien al fútbol, estarán contentos y nosotros
deberíamos estarles agradecidos por ser unos pioneros en amar este juego a
través de la pelota.
De la misma manera que ellos lo
estarán con Cruyff. Pero hoy toca dar un beso al señor Aragonés. Y un abrazo. Y
me atrevo a hacerlo sin conocerlo. Y todo el agradecimiento. Por creer en algo.
Por creer, que "no sabemos
cómo acaba pero que todo empieza por la pelota". Porque nadie sabe cómo
acaban las cosas. Pero sí como quieres empezarlas.
Por creer, que como somos bien
poquita cosa, está bien juntarse a través de la pelota. Por creer en algo, en
el que nadie o muy pocos creen: que el balón pase por los Xavi, Senna, Albelda
y....
Por creer, que en el sitio donde
todo el mundo pone a dos centrocampistas defensivos para dar equilibrio,
equilibrio, equilibrio, nosotros ponemos a uno (Xabi Alonso) sólo porque ese
uno hará correr a los dos. Y de paso, tener más equilibrio.
Por pensar, que lo primero es la
pelota y después lo demás. Por pensar primero en ti y luego en Shevchenko.
Por creer, que las piernas se
usen detrás (Puyol-Pablo-Sergio Ramos) y delante (Torres-Villa) para ser más
rápidos. Y por creer que en el medio (los Xavis y demás) se use la pelota, para
ser más veloces. Por tocarlo mucho y tenerla poco (gracias Juanma por el
consejo).
Por creer señor Aragonés, maestro
del contraataque, jugar a algo más que al contraataque sabiendo que las
acciones de contraataque, ahí están.
Y agradecido por ser tan mayor,
señor Aragonés, por utilizar a la mínima que pudo al gran Raúl y a Albelda
porque sabe que teniéndolos, los tiene a todos.
Por todo esto, me gustaría señor
Aragonés poder darle otro beso y otro abrazo en el próximo partido. Ahora le
mando el que le prometí. Y me sigo atreviendo a hacerlo. Por amor al fútbol.
Por la Quinta del Buitre y por Cruyff.
MÍSTER, NUNCA FUIMOS JAPONESES
“Usted no es japonés, usted me
entiende lo que le digo”. Me dijo una noche. Le estoy viendo, en la habitación
de un hotel y sé que le echaré de menos. Mucho. Porque yo a Luis Aragonés le
quería mucho. Y con Luis hablé mucho.
Sabía que no estaba fino, pero
nunca pensé que tenía algo tan grave, que se iba a ir tan pronto, tan rápido,
de esta manera. “Estoy bien, estoy bien”, me decía cuando le preguntaba.
Hablaba de vez en cuando con él, porque para mí siempre, desde el día que le
conocí, fue un referente absoluto.
Supongo que es el entrenador con
el que más horas he pasado hablando de fútbol. Subía a la habitación y
hablábamos horas, a veces del estilo “esa es la clave, Xavi, saber a qué
queremos jugar”, siempre de la importancia de juntar a los buenos en el campo y
también de lo importante que era no tener miedo a nadie, a ningún equipo, por
mucho que corran más.
“Usted y yo sabemos que la pelota corre más
que ellos. Y que la tocamos mejor que ellos”, me dijo. De Luis tengo los
mejores recuerdos de una charla, de un encuentro por los pasillos, de una
aparición en el comedor, porque siempre te dejaba algo. Y siempre tenía razón,
siempre.
Luis es fundamental en mi carrera
y en la historia de La Roja. Sin él, nada hubiera sido lo mismo, imposible. Con
él empezó todo
Luis iba de cara; te miraba en el
entrenamiento, se acercaba y te decía: “Usted está haciendo el jeta, ha venido
a entrenarse y no le veo. ¡A mí no me gustan los jetas!”. Y se iba. Luis nunca
engañaba, iba de cara. “Tú no juegas porque has dado pena esta semana”, “¿Estás
cansado o qué?”, “Hoy has estado fantástico, esta semana lo vas a bordar”. “¿Se
cree que yo me chupo el dedo, que soy gilipollas?” Así era Luis, cercano, de
verdad.
El otro día recordé una anécdota
de la primera vez que me convocó para la selección. No me había llamado a la
primera convocatoria y en septiembre, nada más llegar, me estaba esperando.
“¿Qué pensaba usted? ¿Que el hijo de puta del viejo no lo iba a traer, eh?”. Y
yo, acojonado, le dije: “No, no, en ningún momento he pensado algo así,
míster”. Y él, puro Luis, me dijo: “Sí, sí, sí, a mí me va a engañar. Venga,
para arriba y ya hablaremos”. Y hablamos ese día y mil horas.
Luis es fundamental en mi carrera
y en la historia de La Roja. Sin él, nada hubiera sido lo mismo, imposible. Con
él empezó todo, porque nos juntó a los pequeños, Iniesta, Cazorla, Cesc, Silva,
Villa... Con Luis hicimos la revolución, cambiamos la furia por el balón y le
demostramos al mundo que se puede ganar jugando bien.
Si no ganamos la Eurocopa no
hubiéramos ganado el Mundial, claro que en ese sentido, fue fundamental la
llegada de Del Bosque, otro fenómeno.
Con Luis
hicimos la revolución, cambiamos la furia por el balón y le demostramos al
mundo que se puede ganar jugando bien
A Luis le dieron mucha caña pero fue
él quien marcó el camino, quien le dio a España el estilo que tiene hoy. En
eso, siempre coincidimos. Fue Luis quien vio lo que había y apostó por bajitos.
“Voy a poner a los buenos, porque son tan buenos que vamos a ganar la
Eurocopa”. Y la ganamos. Fue inteligente y muy valiente.
En lo personal, Luis me hizo
sentir importante cuando mi autoestima era un desastre. Me dio el mando de la
selección cuando no lo tenía ni en el Barça. “Aquí manda usted”, me dijo, “y
que me critiquen a mí”. Decidí devolverle la confianza en el campo. Si fui
elegido el mejor jugador de la Eurocopa fue por él, aunque él siempre me lo
negaba. Conmigo tuvo detalles inolvidables.
A Alemania no llegué bien, pero
me esperó. Venía a verme a Barcelona, preocupado por mi rodilla. Vino Paredes
[preparador físico] a subir a La Mola mientras me recuperaba... Luis me llamaba
cada dos por tres. “Apriete Xavi, no se duerma que le espero”.
La palabra fútbol en el
diccionario tendría que llevar al lado la foto de Luis. Luis es el fútbol hecho
hombre, el fútbol hecho persona.
Hasta siempre, mister. Y gracias
por todo. Y que lo sepa: usted y yo nunca fuimos japoneses.
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