Reflexiones en torno a La utilidad de lo inútil.
Manifiesto, de Nuccio Ordine (traducción de Jordi Bayod. Barcelona:
Acantilado, 2013).
Laura Luque Rodrigo
La prensa de los últimos días nos ha traído noticias y
entrevistas relacionadas con la publicación en España del último libro del
italiano Nuccio Ordine; un libro que lleva por subtítulo «Manifiesto», ya que,
como el propio autor aclara en la introducción, ha sido un espíritu militante
el que le ha llevado a escribir este ensayo, que se muestra en cierto modo como
una antología de fragmentos de textos tanto occidentales como orientales, que
van desde la Antigüedad a nuestros días, en los que se trata la paradoja de la
«utilidad de lo inútil». No obstante, aclara que su pretensión no ha sido
formar un texto orgánico y que el resultado es un retrato incompleto y parcial.
Divide la obra en tres capítulos, dedicado el primero a la
útil inutilidad de la literatura (y otras artes), el segundo a los efectos
producidos por la lógica del beneficio en el campo educativo, la investigación
y las actividades culturales y, la tercera, sobre la carga de la posesión en
la dignitas hominis, el amor y la verdad. Concluye el texto con un
ensayo de Abraham Flexner (1866-1959), escrito en 1939 y que ciertamente sirven
para cerrar la obra.
Pero merece la pena detenerse en la introducción donde
Ordine hace una declaración de intenciones y ya deja clara su postura. Así,
comienza explicando que con «utilidad» se refiere no sólo a los saberes
humanísticos considerados inútiles al no producir beneficio, sino a todos los
saberes cuyos fines se alejan de cualquier propósito utilitarista y expone que
considera «útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores», sin necesidad
de que esté subordinado al éxito económico, puesto que indica que un exclusivo
interés económico «mata de forma progresiva la memoria del pasado».
Explica que resulta más sencillo entender la eficacia de un
martillo que la de una sinfonía, argumento que conecta con el esbozado por Paul
Auster en el discurso que ofreció en Oviedo en 2006 con motivo de los Premios
Príncipe de Asturias. Allí pronunció unas palabras que Ordine no recoge, pero
que se vinculan con su argumento:
[…] el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el
trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo la
inutilidad? Yo sostengo que el valor del arte reside en su propia inutilidad;
la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas
que pueblan este planeta; y lo que nos define, en lo esencial, como seres
humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo.
En este sentido, Ordine alude a Kakuzo Okakura y a El
libro del té, donde explica que el momento preciso en que la especie humana
se eleva por encima de los animales es cuando un hombre coge una flor para
regalarla a su amada, puesto que supone un doble lujo: el objeto (la flor) y el
acto de cogerla, entrando así en el «reino del arte». De esta forma, y citando
a Ionesco, argumenta que tenemos tanta necesidad de lo inútil para vivir como
de las funciones vitales, especialmente en referencia a la necesidad de
imaginar, de crear. ¿Podríamos definir por tanto el arte como aquello que
distingue el ser humano de los animales? ¿Es el arte una necesidad en el
hombre?
Tolstoi, quien tampoco aparece citado en el libro, en su
obra ¿Qué es el arte? da respuesta a estas cuestiones, bajo la
premisa de que el arte es una de las condiciones de la vida humana, considerado
como un medio de expresión, en tanto en cuanto toda obra artística pone en
relación al hombre que la produce con el que la recibe. En concreto, para el
escritor ruso, lo que hace una obra de arte es lograr que un ser humano
experimente un sentimiento o emoción que, aun teniendo capacidad para sentirla,
quizá no lo había hecho antes, a diferencia de la palabra, que comunica
pensamientos.
Ordine, en definitiva, pretende con esta selección de textos
subrayar la importancia de aquello que no se puede pesar ni medir e invita a
reflexionar sobre la idea contraria, la inutilidad de aquello que creemos no
sólo útil, sino indispensable para nuestra vida, como fruto de un calculado
propósito de los mercados.
De esta forma comienza la primera parte del libro, sobre la
«útil inutilidad de la literatura», donde el autor esgrime argumentos que toma
prestados de escritores, filósofos, políticos e incluso economistas, como
Víctor Hugo, Dante, Shakespeare, Aristóteles, Platón, Kant, Ovidio, Locke,
Zhuang-Zi y muchos otros. Realmente Ordine impone una lógica a la ordenación de
los fragmentos para argumentar que el arte, visual, escrito o sonoro, no tiene
por qué servir para nada, aunque en la introducción había admitido que el arte
puede cumplir una función social. No obstante, de estas líneas se trasluce una
idea romántica del arte y de la creación, por ejemplo, cuando tomando palabras
de Ionesco, explica que la obra de arte exige nacer sin tener en cuenta si es
requerida o no, imponiéndose al propio autor; o cuando trae a colación la
historia de Aureliano Buendía, personaje de Cien años de Soledad de
Gabriel García Márquez, que pasaba su tiempo haciendo pececitos de oro que
cambiaba por monedas, que fundía para hacer nuevos pececitos, porque lo único
que le interesaba era el proceso de creación; también cuando analiza las
palabras de Gautier, quien afirmaba que todo lo que es útil es feo, lo que
queda ejemplificado en el hecho de que lo más útil de una casa sean sus
letrinas; o por citar un último ejemplo, con la idea de Baudelaire de que el
hombre útil es espantoso.
¿Quiere esto decir que debemos huir de la utilidad? ¿Debe el
arte por definición ser inútil para ser bello? Antonio Muñoz Molina, en Ventanas
de Manhattan, afirmaba que «El arte enseña a mirar: a mirar el arte y a mirar
con ojos más atentos el mundo», si aceptásemos esta idea como válida,
estaríamos encontrando una utilidad a toda creación artística. No quisiera
entrar en valorar qué es bello o si el arte debe ser bello por definición pues
nos alejaríamos del tema y necesitaríamos cientos de páginas, pero sí quisiera
referirme a la idea de que no deba o no tenga que ser útil. En efecto, el arte
en cualquiera de sus formas no tiene por qué poseer una utilidad específica,
pero lo cierto es que, a lo largo de la historia, ha tenido diversas funciones,
bien sea catequética, glorificadora, política, puramente estética, etc. Al
final, pues, toda creación tiene una utilidad aunque el resultado, el objeto
final, no tenga interés por parte del creador como sucedía a Aureliano Buendía,
cuyo provecho último era la experiencia, por lo tanto, si lo queremos siempre
hallaremos funcionalidad a toda creación. Ahora bien, para que sea interesante
en términos institucionales, sociales y económicos, que es a lo que se refiere
Nuccio Ordine, debe tener otro tipo de uso que vaya más allá del propio
creador, por ello, tal vez los ejemplos de Gautier o Baudelaire no sean los más
apropiados para continuar con su argumento.
La idea del arte por el arte tiene un cariz decimonónico que
si bien la sociedad aún no ha superado completamente, sí que se ha hecho en los
ámbitos de estudio. Además, un sector importante de artistas actuales está
dedicando su trabajo precisamente a funciones sociales, cabe citar ejemplos
como JR, Boa Mistura o Basurama, entre otros muchos.
Por ello, aunque todos los textos que Ordine rescata son
interesantes, creo que en algunos momentos se pierde el hilo de argumentación,
entrando en un debate más estético del que proponía en su introducción. En la
segunda parte del libro rescata esta intención original y se dedica al tema de
la educación y a las últimas reformas llevadas a cabo por los Estados,
especialmente en Italia, con motivo de los recortes u otras cuestiones. Estima
que los estudiantes son considerados clientes, y dado que el cliente siempre
tiene la razón, la calidad de la enseñanza merma en favor de la rapidez con la
que se quiere conseguir un título. Trata también de la burocratización del
profesorado y en definitiva de la mercantilización de la educación y la cultura,
donde prima la cantidad a la calidad. Ordine cree que la esencia de la cultura
se basa precisamente en la gratuidad y que, en definitiva, se puede comprar un
título, pero no el conocimiento, que es lo único que sólo puede adquirirse con
esfuerzo personal y que también es lo único que puede trasmitirse sin perder
nada.
Creo que de todos los textos que selecciona en esta parte del libro, el
discurso de Víctor Hugo en la Asamblea Constituyente de 1848 es el más
ilustrativo:
¿Qué pensarían, señores, de un particular que, disfrutando
de unos ingresos de 1500 francos, dedicara cada año a su desarrollo intelectual
[…] una suma muy modesta: 5 francos, y, un día de reforma, quisiera ahorrar a
costa de su inteligencia seis céntimos? […] ¿Cuál es el peligro de la situación
actual? La ignorancia. La ignorancia aún más que la miseria. […] Han pensado
que se ahorrarían dinero, pero lo que se ahorran es gloria.
Ordine afirma que en una situación de crisis, en lugar de
mermar el gasto en educación, se debe duplicar, puesto que el conocimiento es
quien hace libre a las personas, les otorga capacidad crítica y de reflexión.
Otro argumento que blande el autor, a través, sobre todo, de John Henry Newman,
es que cualquier conocimiento debe tener una dedicación práctica, aludiendo
para ello a la ciencia más que a las humanidades, lo que enlaza perfectamente
con el texto de Flexner que se sitúa al final del libro. Para ello, da a
conocer cómo muchos avances técnicos se han basado en estudios anteriores que
por sí solos no tenían ningún fin práctico y se plantea si la ciencia aplicada
puede existir sin la especulativa; en definitiva, dedicarse al conocimiento
teórico es esencial para los avances prácticos que conllevan esos «objetos
útiles» que parecen primar actualmente. Ordine también desarrolla la idea de
que la enseñanza es siempre «una forma de seducción», pues, aludiendo a
Steiner, una mala enseñanza «asesina».
Por último, en la tercera parte del libro, Ordine se plantea
la posesión en relación a la dignitas hominis, es decir, para el
autor, la riqueza y el poder generan falsas ilusiones, haciéndonos caer en un
error que ya señalaba Séneca, el de valorar a las personas por los hábitos que
visten y no por lo que son. Trata asimismo el tema del amor y el equívoco de la
posesión dentro de las relaciones personales.
Recapitulando, la obra de Ordine encierra tres ensayos en
uno, el primero sobre la utilidad del arte, el segundo sobre la
mercantilización de la enseñanza y el tercero sobre la glorificación de la
posesión material por encima de la espiritual; tres ensayos que son al mismo
tiempo una extraordinaria recopilación de textos y que adquieren unidad
mediante la magnífica introducción que escribe el autor para abrir la obra y el
apéndice de Flexner que la cierra.
En conclusión se trata un trabajo que nos invita a reflexionar
sobre aspectos relevantes del mundo actual y que deja la puerta abierta a
seguir recapacitando sobre tales temas y buscando soluciones a los mismos. Un
libro no sólo de reivindicación de los saberes humanísticos, sino de la
investigación científica en general y de la dignidad humana en particular,
porque esta dignidad se alcanza a través del conocimiento y la educación,
valores que se ven mermados en tiempos de crisis por el abandono institucional
pero que nosotros, de algún modo, hemos de preservar, pues, como afirmaba Rob
Rieman, «la única oportunidad para conquistar y proteger nuestra dignidad
humana nos la ofrece la cultura, la educación liberal».
Debemos pues cultivar la curiosidad y esperar, como aconseja
Flexner, que «la libre búsqueda de conocimientos inútiles» demuestre, como lo
ha hecho ya en el pasado, tener notables consecuencias. El citado pedagogo
estadounidense recomienda abolir la palabra utilidad como una
forma de liberación; tal vez esta sea la manera en que debamos enseñar a los
utilitaristas a ver la necesidad de «lo inútil», pues a veces, como indica
Ordine, «la furia destructiva se abate sobre las cosas consideradas inútiles»,
que aun siendo inofensivas se perciben como un peligro por el mero hecho de
existir.
«La utilidad de lo inútil», un libro de recomendada lectura
para gobernantes y gobernados, para estudiantes y enseñantes, humanistas o
científicos.
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