Jorge Valdano y el poder del talento
Foto: Reuters.
Por Jorge Valdano
Todos tenemos defectos, pero es una mala idea empezar
el análisis del talento por aquello que le falta. Al revés, en todo
líder debe haber un pedagogo capaz de lograr que su discípulo se sienta único
y, para eso, es necesario enamorarse de una virtud. La regla sirve también para
la educación de nuestros hijos. Todos nacemos con cierta predisposición para
una actividad y, cuanto antes la descubramos, encontraremos nuestra vocación y
los estímulos eficaces para desarrollarla.
Espontáneos y forzados
Pero me gustaría aclarar que no todo depende de la
naturaleza. Claro que hay talentos espontáneos que resuelven los problemas con
total naturalidad. Pero si esta regla fuera la única relevante, sólo habrían
jugado al fútbol Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona, Zidane, los Ronaldos (el
gordo y el flaco), Messi y fenómenos de esa categoría, a los que la madre
naturaleza dotó de una gran ventaja inicial.
Sin embargo, existe también un talento forzado por la
sencilla razón de que la necesidad hace a la virtud. Eso lo entendí hace mucho
tiempo leyendo unas declaraciones de Elías Figueroa, un inolvidable defensor
chileno que jugó a caballo entre las décadas de 1960 y 1970, de una gran elegancia
y riqueza técnica.
Cuando fue traspasado al fútbol uruguayo, se vio obligado a
cambiar algunos hábitos. La ecuación es tan simple como la relataba el propio
Figueroa: “En Uruguay se tiran muchos más centros que en Chile. Era una
cuestión de supervivencia. O aprendía a cabecear o me quedaba en el camino”.
Para muchos, Figueroa es el mejor jugador de la historia de
Chile; pero seguramente no habría alcanzado ese honor si no hubiera tenido que
adaptarse a nuevos desafíos que le permitieron enriquecer su patrón de juego.
De modo que hay salvación para aquellos con los que la cuna
no fue tan generosa. En esos casos, las carencias hay que convertirlas en un
desafío para la voluntad. Porque lo cierto es que tengo una mala noticia,
incluso para quienes nacieron con una gran ventaja inicial: no se inventó nada
que sustituya al esfuerzo en los procesos de aprendizaje y mejora continua del
talento. Vale para el fútbol. Vale para todo. Creer en el talento significa
saber apreciar lo diferente.
Si se parte del respeto al talento, no habrá buenos y malos,
sino gente que sirva para hacer bien una cosa y gente que sirva para hacer bien
otra cosa. Sobre la valoración que hace el mercado de los distintos tipos de
talentos hay poco que decir, porque esta reflexión solo aspira a salvar la
diferencia.
El desprecio hacia el talento es fácil de verificar. A los
que se distinguen se los suele despreciar como si ser distinto fuera un valor
subversivo. Una pena, porque aspirar a equipos clónicos es un error definitivo.
Tom Peters exagera cuando dice que “en todo departamento de contabilidad hace
falta un músico”, pero es preferible pasarse que quedarse corto cuando se trata
de escapar de la mediocridad.
Muchas empresas de estos días llevan un camino parecido.
Cada vez son más frecuentes los casos de genios tecnológicos, por ejemplo, con
serias dificultades de integración. En ocasiones son auténticos inadaptados
sociales. Y las empresas, en lugar de poner las condiciones para que las dotes
singulares del genio se sientan cómodas, los terminan discriminando por su
incapacidad para tomar un café con sus compañeros. A nadie, en su sano juicio,
se le ocurriría expulsar de un equipo a Maradona porque, entre partido y
partido, tiene problemas de convivencia.
De ser así, los inadaptados serían los demás integrantes del
equipo. En el mundo del fútbol, un atropello de ese tipo no lo permitirían los
aficionados, pero en las empresas convencionales, el “distinto” se juega muy
frecuentemente su trabajo por cuestiones que son más sociales que
profesionales.
Decía Francisco Umbral que “el talento, en buena medida, es
una cuestión de insistencia”, y no hay manera de desmentirlo. Pero existen las
excepciones: a los jugadores de buen pie y mucha fantasía, como a los empleados
creativos, como a los poetas, no les podemos exigir que sean sublimes siempre.
Tampoco que su conducta resulte previsible, porque el genio suele ser un cuerpo
extraño para lo bueno y para lo malo. En tal caso, la solución no pasa por
extirparlos del equipo como si se tratara de un tumor. Bastará con hacerle
comprender, al genio, cuál es el papel que lo convierte en esencial; y al
equipo, de qué manera nos podemos adaptar a sus excentricidades.
El tamaño no importa.
También en este punto el fútbol ejemplifica lo que ocurre
en otras actividades. Aquellos que son responsables de los procesos de
captación de talento suelen cometer el error de seleccionar en función de lo
medible: la talla. Un jugador grande antes que un jugador bueno.
Menos mal que hay mentes preclaras que no siguieron
semejante consejo porque, de lo contrario, nos hubiéramos privado de Xavi,
Iniesta, Silva y otros “divinos enanos” que en la Selección Española llevan más
de cuatro años bailando a equipos con un aspecto atlético muy aparente. Ellos
nos demostraron, sin ningún género de dudas, que el talento no se mide con una
cinta métrica.
La prueba del error sistemático
Los equipos alevines, infantiles, cadetes o juveniles se
forman por años naturales: los nacidos entre enero y diciembre de un mismo año.
Si usted se toma el trabajo de analizar la formación de estas plantillas en
cualquier club profesional, descubrirá que la cantidad de niños que nacieron en
enero es notablemente superior a la cantidad de niños nacidos en diciembre.
¿Porque son mejores? No. Porque los de enero han crecido más y, por tanto, son
más grandes que los de diciembre.
Cuando estos niños llegan a adultos, equilibran la
diferencia física y, desde ese momento, entran en juego aspectos que no son
medibles. Pero ya es tarde. Porque durante varios años los grandes ocuparon el
lugar de los buenos y en el fútbol, como en tantas cosas, se evoluciona
compitiendo.
Así que ya saben, si ustedes tienen como proyecto hacer un
hijo futbolista, empiecen por poner todas las condiciones para que nazca en el
primer trimestre del año. De lo contrario, el pobre tendrá muchas menos
posibilidades de alcanzar sus sueños. Me refiero, por supuesto, al sueño de sus
padres. Esa injusticia inicial en los procesos de selección tiene el enorme
defecto de atentar contra el único imperio que debiera contar: el del mérito.
Si por algo admiro La Masia (la escuela de fútbol del Barça), es porque aquí
sólo miden a los jugadores por el tamaño de su talento.
Malcolm Gladwell, en su libro Fueras de serie (Outliers)
(Punto de lectura, 2011), explica la razón por la cual unas personas tienen
éxito y otras no. Después de comprobar que, en Canadá, en el hockey sobre
hielo existe la misma aberración que en Europa con el fútbol, lleva la
importancia de la primera oportunidad mucho más allá. El éxito resulta de lo
que a los sociólogos les gusta llamar “ventaja acumulativa”. El jugador
de hockey profesional comienza un poquito mejor que sus
pares. Y esa poquita diferencia le conduce a una oportunidad que de verdad
marca la diferencia; y, a su vez, ello conduce a otra oportunidad, que agranda
más aún la que al principio era una diferencia tan pequeña, y así hasta que
nuestro jugador de hockey se convierte en un fuera de serie.
Pero él no empezó como fuera de serie. Simplemente empezó un “poquito mejor”.
El medio adecuado
El talento individual, con independencia del nivel de la
empresa del que hablemos, es siempre un asunto relevante. Pero para
transformarse en una fuerza positiva, requiere un adecuado marco institucional.
Un equipo es mucho más que el lugar de exhibición de un gran
talento. Pero conviene poner las condiciones para que aquellos que son
diferentes también sean eficaces. Hay empresas con entornos muy densos que lo
impiden y otras con medios más fluidos que lo facilitan.
En el primer caso, el talento se debilita por el efecto
nocivo de ambientes burocráticos, rutinarios e inoperantes que generan
desconfianza hacia cualquier tipo de iniciativa. En los ambientes fluidos, el
talento puede expresar todo su potencial porque es la organización la que pone
las condiciones para que no se pierda energía en lo secundario, en perjuicio de
lo fundamental. Sin esa conexión con el medio no hay talento que sobreviva.
Condiciones para sobrevivir
El talento necesita de algunas condiciones para expresarse
del mejor modo. Se ha repetido hasta la saciedad que las personas son el gran
capital de cualquier empresa. Todos los líderes lo dicen. Pero fue Jim Collins
quien nos enseñó a precisar esta idea, al decir que “las personas no son el
activo más importante de una organización; las personas adecuadas (con los
valores, actitudes, culturas y habilidades adecuadas) son el activo más
importante de una organización”.
Pero sigue siendo conveniente que encuentren las condiciones
para que su talento exprese todo su potencial
.
Ideas clave
El talento que nos distingue es el único capaz de encontrar
eso que llamamos vocación. Y es vital. ¿Cuánta gente conocemos que es infeliz
laboralmente porque hace aquello que no le gusta, que no siente, para lo que no
nació? Encontrar la tarea que mejor se adapte a nuestra naturaleza debiera ser
el primer desafío de una buena educación.
Un equipo competitivo no es un rebaño. Todo lo contrario,
cuanto más diferentes sean sus miembros, más rica será la suma de conocimiento
y de sensibilidades que nos lleven al éxito. Por eso siempre recomiendo que se
busque gente con una virtud sobresaliente, antes que gente sin defectos cuando
pretendemos iniciar un proyecto empresarial.
Para que lo diferente se sienta cómodo, es necesario que
disfrute de un ambiente fluido en el que la singularidad se considere un
mérito y no una molestia.
El talento necesita condiciones: de un lugar, de exigencia,
del grado justo de libertad, de motivaciones…
Pero ninguna condición es tan importante como la confianza.
Sólo quien disfruta de confianza puede llevar su talento hasta el límite de
sus posibilidades. Y a veces un poco más allá.
Redacción online de la edición mexicana de Forbes, la
revista de negocios más influyente del mundo. Un equipo de periodistas que
buscan historias en el mundo empresarial.
Jorge Valdano y el poder del talento.
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