por ROSA COBA/ perarnaumagazine.com
Rosa Mª Coba Sánchez es licenciada en Psicología. Coautora junto con Fran Cervera Villena del libro “El Jugador es lo Importante: la complejidad del ser hunano como verdadera base del juego”.
En el constante intento por acomodar la retina y las entrañas ante
ciertos excesos mundanos, estamos conviviendo con una serie de cuestiones que
son noticia en torno a lo que algunos entienden como un premio o un
reconocimiento, por no hablar de estilos de liderazgo, ya sea con pizarra en
mano o con corbata y calculadora. Debates, ya sabemos, los que se quieran; tantos
como formas de entender o necesidades de interpretar.
En absoluto ese es el objeto de esta reflexión, pero sí la excusa para
abrir la puerta de par en par y airear ciertas cuestiones. Oxigenar no solo es
sinónimo de vida, sino que debiera ser un infinitivo que ejerciera en nuestras
vidas de brújula.
Por todo ello, más que nunca pienso que sería oportuno debatir sobre
ciertas actitudes en torno a las personas que se relacionan con el deporte y
también con el fútbol, aunque demasiadas veces parezca por propios y extraños
que aquel tiene de deporte lo justo.
Precisamente por eso creo que reconocer que no somos, sino
que estamos siendo me sitúa ante la pregunta de si dicha
disyuntiva se trata de una condición innata o una herramienta y si se tiene en
cuenta su optimización o una vez más dejamos que se nos escape el agua entre
los dedos en medio del desierto.
No sería coherente decantarme por una de estas opciones sin
contextualizarlas, aunque lo cierto es que llama poderosamente mi atención la
cantidad de energía y recursos que empleamos, es más, diría que desgastamos los
seres humanos, en lo que denomino reafirmación de la evidencia,
aunque también sabemos que no hay más ciego que el que no quiere ver. O dicho
de otro modo: la necesidad que parecen mostrar más de cuatro de recordarse
recordando quiénes son.
Son, somos, pertenecemos, soy, eres… palabras que se difuminan cual
estela en el firmamento con tan solo pronunciarlas, ya que antes de dejar pasar
por la comisura de los labios el último sonido que las componen, cambian su
estado.
¿Por qué empeñarnos entonces por competir zafiamente usando la
herramienta de la exclusión? ¿No nos damos cuenta que es un arma de doble filo
con efectos anestésicos sobre el cerebro?
Los seres humanos, cada vez con aparente menos porcentaje de lo segundo,
y ante la paradoja de disponer de un mayor acercamiento al conocimiento,
seguimos compitiendo por mantener la estirpe, la casta y el poderío que se
supone infunde la pertenencia.
Esta actitud estática de esperar que los demás reconozcan en nosotros lo
que somos es directamente proporcional al grado de desuso que hacemos de
nuestra plasticidad cerebral. He ahí la cuestión que deseo resaltar. Nos
olvidamos constantemente que tenemos la posibilidad de realizar auditorías
emocionales que nos devuelvan índices de eficacia y productividad emocional,
por tanto, de cambio, de aprendizaje.
Ya conocen mi empeño por acercar el gran olvidado a la estratosfera
deportiva. Es el más fiel compañero de viaje, el que no falla, aunque nos
recuerde por más que lo ignoremos que no solo está, sino que existe y se
manifiesta en cada gesto que articulamos, en cada palabra que emitimos y en
cada silencio que acomodamos. Él es así, capaz de dar y estar dispuesto a
recibir como máxima expresión de su razón.
Él, el cerebro, no solo es el origen y el fin, sino que es el medio. Y
quiero centrarme en esta ocasión en ese aspecto. Pese a ser demasiado ignorado,
es el más inteligente de todos. Si le das combustible del bueno, te devuelve
crecimiento y aprendizaje, satisfacción y alegría, luz y perspectiva. Si le das
del malo, te da peor porque te deja solo ante el peligro y la espesa cortina de
humo que rodea a los que solo poseen como baluarte el fallo ajeno, la
ignorancia, el despotismo, la suerte o lo arbitrario.
Recordemos que el cerebro modula y modela y no olvidemos que en el
modelo residen las claves para que las personas reaccionemos y actuemos en un
sentido u otro. Alejados o cercanos, generosos o egoístas, crápulas u honestos.
El modelo y los valores que de él emergen van a dar forma al estilo de tantas y
tantas personas que directa o indirectamente se calzan las botas coherentes con
lo que son y quieren ser. Porque eso de ser, además de cobrar
entidad alfanumérica en nuestro documento de identidad, miren ustedes, poco
más… que son y quieren ser.
¿Qué pasa con lo que queremos ser? Ese es el verdadero juego cuando de
jugar se trata. Porque lo demás, y en ese inespecífico término
incluyo a factores que al parecer forman parte de un supuesto precio que hay
que pagar cuando de fútbol se habla, supongo que hay que ubicarlo en el
particular espacio que cada cual considere o pueda.
La intencionalidad emocional es un rasgo imprescindible cuando de
aprendizaje se trata. Aprendizaje, por supuesto, incluyendo los distintos
elementos del mismo: los potenciales aprendedores que todos somos y los que
guían dicho aprendizaje. Pero de cómo nos manejemos ahí dependerá que él nos dé
lo mejor de nosotros mismos y nos permita estar receptivos a lo mejor que nos
rodea.
Si no nos rodeamos de cerebros capaces de generar respuestas más allá de
las absurdas pertenencias, si nos quedamos con la suerte disfrazada de excusa,
mejor borramos el sapiens al homo. Por tanto, no
nos vendamos como no estamos siendo. Esa es la cuestión.
Todo esto me inspira, además, pensar en el mensaje que algunos técnicos
lanzan cuando son llamados al rescate del navío a la deriva. Por supuesto
también ese eco retumba en algunos despachos. Los términos que más se repiten
cuantitativamente son, en mi opinión, de falso corte emocional. Esos que
conectan con el valor (que no valores), el coraje (que no compromiso), la
pertenencia de la que les hablaba (que no profesionalidad)… Perdón, olvidaba la
hormona y escudo. Sí, ya saben, la testosterona que al parecer hace milagros
cuando es necesario. Y el escudo, que aunque pequeño, hay que ver lo que
algunos lo estiran para justificar lo injustificable.
En una competición en la que solo parecen ser unos
cuantos y están siendo muchos, me parece infinitamente más
atractiva la necesaria humildad de no creer ser, ya que ello nos
predispone a comportarnos como seres inteligentes, puesto que no podemos
olvidar que de lo que trata es de adaptarnos para cohabitar con la
incertidumbre.
* Rosa Mª Coba Sánchez es licenciada
en Psicología. Coautora junto con Fran Cervera Villena del libro “El
Jugador es lo Importante: la complejidad del ser hunano como verdadera base del
juego”.