...PARA APRENDER A GANAR.
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Por ALEX
COUTO LAGO.
“El juego
no sólo es aprendizaje de tal o cual técnica, de tal o cual aptitud, de tal o
cual saber-hacer. El juego es un aprendizaje de la naturaleza misma de la vida que
está en juego con el azar”.
Edgar Morin./
Enseñar a jugar para aprender a
ganar. La planificación estratégica de toda escuela de fútbol debe partir de
esta premisa: el juego se aprende, se ejecuta y se contrasta con las
dificultades impuestas por un rival. El proceso de aprendizaje parte de un
dominio de destrezas individuales acorde a la edad de inicio y la posterior
interacción con los compañeros con los que uno se va a relacionar a través de
la pelota. Con los años, como en cualquier centro de enseñanza, se irán
afilando esas destrezas a través de la exigencia, de la creación de una memoria
y un mapa neuronal específico para cada jugador, que le permitirá reconocer las
situaciones e ir aplicando las inteligencias debidas en función de los
requerimientos exigidos. Dominar el cuerpo con la complicación de gestionar un
elemento extraño, el balón, dominar un espacio en el que uno ha de desplazarse,
dominar un área en la que uno debe percibir el juego, entenderse a uno mismo
para posteriormente entender a los demás, comprender la lógica de un juego
ilógico sabiendo afrontar una superioridad numérica o posicional o las
decisiones que tomar en función de los diferentes objetivos individuales,
grupales y colectivos, de equipo. Todo ello a través
del juego, todo ello con el juego como aliciente.
Competir
será un concepto que irá incorporándose de forma paulatina, entendiendo que el
fútbol, como deporte de habilidades abiertas y de confrontación directa, es
algo a lo que uno está abocado como jugador y como equipo. Pero la competencia
entendida como parte intrínseca del aprendizaje y no como objetivo en sí mismo.
Porque, como dijimos, primero se aprende a jugar para, posteriormente, entender
la importancia de ganar.
La
inteligencia corporal y cinética, la inteligencia visual y espacial, la
inteligencia interpersonal e intrapersonal, la inteligencia lógica, esas que
son indispensables para entender el fútbol como deporte. Ahí es en donde se
debe poner ahínco para que el jugador pueda usar su técnica, aplicar los
conceptos decisionales adecuados para implementar una táctica y saber
comprender el entorno en el que se mueve. Compartir el logro y el fracaso y
compartir la solidaridad del esfuerzo.
Aprender a
jugar con las dificultades y complejidades del juego en función de la edad y la
capacidad de entender el todo diverso en el que uno se ha de desarrollar. Y
aprender a expresarse, desde el punto de vista lingüístico, emocional y como
equipo. Todo esto resultará necesario para competir cuando llegue el momento de
hacerlo en toda su extensión. Si queremos futbolistas profesionales, debemos
darles una formación profesional, partiendo de parámetros identificables que
les permitan resolver todos y cada uno de los retos del juego desde la excelencia.
Puede
hacerse y debe hacerse. De ahí que necesitemos diferenciar desde el primer
momento al formador, aquel que ha de facilitar el aprendizaje, del entrenador,
aquel que ha de facilitar los contextos adecuados para la competición al máximo
de exigencia.
Es
determinante para cualquier estructura deportiva centrada en la gestión del
talento en deportes colectivos entender la diferencia entre formar y entrenar,
quiénes han de estar destinados a la labor docente del deporte, en este caso
enseñar en todo su amplio marco a jugar al fútbol, y aquellos llamados a
utilizar los recursos aprendidos para competir y buscar la máxima rentabilidad
colectiva de los aportes individuales cohesionados en torno a una estrategia
común.
Un formador
tiene un temario que aplicar, necesita ir entregando conceptos que a medida que
van siendo asimilados abren nuevas vías de crecimiento en las que el jugador se
zambulle para interpretar el juego. La competitividad es una parte ineludible
del juego fútbol y una parte determinante del deporte
fútbol, pero el joven futbolista en formación necesita ir entendiendo, en
base a su aprendizaje, cómo, cuándo y por qué se le requieren ciertas
destrezas, aptitudes y actitudes a la hora de enfrentarse al juego en conjunto
con el resto de compañeros del equipo.
Es ahí donde
el buen formador aporta todo el contenido de conceptos, preceptos y acciones a
los que el jugador tratará de dar respuesta. La formación es una búsqueda
constante de respuestas en torno a las mil variables que inciden en el juego.
El formador ayuda a encontrarlas a través de una aplicación adecuada de la
técnica adaptada a un contexto, el que el propio juego va ofreciendo de manera
constante y distinta en cada momento, el formador ayudará a buscar soluciones a
situaciones en las que el jugadorsiente y debe facilitar el
entendimiento de ese sentimiento dando sentido al espacio, al tiempo, a la
prisa, la precipitación o la pausa. El formador ha de regular, cual termostato,
la emoción a través de la que el jugador vive el juego para que esta emoción no
lo turbe o no lo incomode, sino todo lo contrario, lo ayude a explorar caminos
más atrevidos. Un formador que no motive es un tronco hueco.
El formador
facilita la aplicación artesana del gesto, la utilización correcta del elemento
aleatorio que es la pelota, en función del rival, del tiempo de ejecución, del
lugar en el que se ha de ejecutar y del objetivo u objetivos buscados. Las
respuestas han de venir dadas por el alumno, y lo importante es la cantidad y
calidad de las respuestas recibidas, que redundarán en el resultado final del
proceso competitivo y no al revés, que a través de una ejecución concreta se
busque un rendimiento determinado para alcanzar un resultado previsto. El
resultado es un premio porque las respuestas individuales de cada jugador, su
intuición y su ejercicio de entrega derivado de la propia dinámica del
ejercicio de aprendizaje le permitirá generar una plusvalía. La suma de
plusvalías y la cohesión inherente al propio proceso de jugar juntos,
orientados y no dirigidos, es lo que determinará un valor final que se verá
reflejado en contraste con un rival.
Lo
importante es la resolución de todas las acciones y las consecuencias finales
en el proceso directo de interacción y aprendizaje al que se ven abocados todos
los alumnos de un equipo. El resultado final es intrascendente, sobre todo en
las primeras edades. La importancia del resultado ha de ser inversamente
proporcional a la edad del iniciado. Cuanto más joven, menor trascendencia en
el puntaje y mayor trascendencia en la evolución e interacción del proceso de
aprendizaje.
Por eso, al
formador no se le puede medir por los puntos, los goles o el resultado en
relación al contrario. Al formador se le ha de valorar y fiscalizar en función
de una auditoría interna, definiendo cómo ha logrado inculcar los valores
técnicos y específicos del deporte, cómo han adaptado sus facultades físicas y
condicionales a la exigencia creativa del juego, cómo se ha evolucionado
cognitivamente en torno a todas las incertidumbres generadas por el propio
proceso evolutivo del juego y cómo ha sido el feedback en
relación al jugador, al club, a la dirección deportiva y a todos los agentes
externos que tienen relación directa con los jugadores.
En cambio,
un entrenador es otra cosa. Un entrenador prepara para competir. El entrenador
tiene en la victoria su razón de ser, porque es aquel que planifica, organiza y
dirige para estructurar procedimientos que permitan incrementar la probabilidad
de victoria, en función de las particularidades, aptitudes y actitudes de los
jugadores ya formados que tiene a su disposición. Un entrenador prepara a
futbolistas que ya conocen el oficio, jugadores que tienen respuestas que
ofrecer y un bagaje útil que aportar. El entrenador es quien, a partir de una
estrategia y un estilo, dota de posibilidades concretas a un equipo que ha de
buscar la victoria partiendo de restricciones estructurales determinadas, es
decir, restricciones que marcan un camino determinado dentro de los múltiples
caminos que se pueden elegir. Y esos caminos son elegidos porque representan la
mejor manera para alcanzar la victoria, debido a que facilitan la expresión de
las virtudes y fortalezas de un equipo cohesionado, estructurado y unido en
base a un objetivo estratégico predeterminado.
La táctica,
la aplicación directa del plan estratégico frente a un rival en el momento del
juego, no es consecuencia de una improvisación o del ejercicio intuitivo de un
colectivo que aporta sus intuiciones individuales para ganar. La táctica es la
aplicación de medidas que se adaptan perfectamente a la representación del plan
en función de la oposición recibida, del estímulo creado a la hora de definir
nuestro estilo y de la propia cultura que tenga o no tenga el club que juega.
Por lo
tanto, un entrenador ha de definir procesos de entrenamiento en los que sus
pupilos puedan asimilar y pulir los procedimientos que aplican en los partidos.
Procesos de mejora en los que se ha de tener en cuenta al rival con el que se
compite, las exigencias y requerimientos que nos obligará a hacer, y además se
ha de considerar nuestro propio sentido del juego colectivo en función de los aportes
de las partes que confluyen en dicho equipo (nuevamente el holismo se deja
sentir).
Una
organización deportiva que tenga clara la diferencia entre formador y
entrenador no cometerá errores de asignación de funciones porque estará
incorporando cada fase de su proceso de organización estratégica a quienes
corresponde. El resultado final será que podrá definir sus dos estructuras y
dotar de liderazgo a ambas para organizarlas en base a criterios que les
permitan evolucionar en el tiempo.
Si una
organización deportiva se equivoca y otorga a los chicos en formación a un
entrenador, no garantizará que los jugadores reciban la formación en tiempo y
forma y tampoco la asimilación conceptual sobre la que se asentará su toma de
decisiones y su capacidad de entender el entorno en el que se ha de
desenvolver. Por el contrario, si proporciona a jugadores ya formados un
profesor de fútbol, un formador, habrá equivocado el objetivo porque el equipo
estructurado en base a futbolistas con los conocimientos adquiridos no centrará
su objetivo principal en la competitividad y en la búsqueda de la maximización
de su logro a través del contraste con el rival y el ejercicio de un
liderazgo útil y adecuado.
Si alguna
vez nos preguntamos por qué nuestro fútbol base no funciona, quizás debamos
mirar quién es el responsable de asignar los puestos y definir quién enseña. Si
nuestro equipo principal no funciona, deberemos auditar de forma clara el papel
y el perfil del estratega para definir si es la estrategia y su aplicación, unidas
a su liderazgo, lo que es susceptible de ser analizado.
Si un equipo
con estructura de fútbol base no es capaz de nutrirse de jugadores formados
dentro de su propia escuela y sí consigue competitividad en chicos de otros
lugares, deberá valorar y validar su proceso, sus profesores y directores y,
además, someter a juicio al máximo responsable de la primera plantilla para ver
por qué los jugadores enseñados por ellos mismos no son capaces de dar el nivel
necesario para competir en el escalón más alto.
Aprender a
jugar, competir, formar y adiestrar son conceptos básicos que se han de tener
en cuenta a la hora de definir la política de un club. Su ausencia o su
confusión por definición solo traen un resultado, el fracaso. Su acierto en la
determinación y adecuación dentro de la estructura nos acercan al éxito, aunque
no lo asegure al cien por cien. El éxito es todo aquello que supera nuestra
expectativa. Y dependiendo de esta estaremos más cerca o más lejos de los
objetivos.
Lo que es
indiscutible es que se necesita un tiempo de reflexión a la hora de sentarse a
valorar qué queremos ser como club, como institución y como organismo deportivo
y cultural. Y si además estamos ligados de forma ineludible al espíritu de una
ciudad que nos otorga su divisa, debemos hacerlo con la obligación de
satisfacer sus ansias de verse representados en lo que nosotros aportamos.
“Fútbol
es fútbol”, decía
don Vujadin Boskov, y además es una representación del arte popular y del
sentir de sus gentes, amplió Joao Saldanha. Cuidemos la forma para disponer de
un fondo claro y cristalino.
“El
hombre es un animal que juega”
Charles Lamb
* Álex
Couto Lago es
entrenador nacional de fútbol y Máster Profesional en Fútbol. Licenciado en
Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Santiago de
Compostela. Autor del libro “Las grandes escuelas de fútbol moderno” (Ed.
Fútbol del Libro)
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