por KEVIN VIDANA./
Esta es una conversación a tres bandas.
El entrenamiento no existe, es un invento. Dime qué se puede
entrenar que no se pueda jugar. Ocurre que los entrenadores de fútbol nos hemos
convertido en especialistas de lo inexistente, prestigiamos nuestra labor
porque nadie soporta ser prescindible ni tampoco ser evidenciado por no
respetar la mentira repetida, o la verdad creada. Dividimos lo indivisible,
controlamos lo incontrolable, nombramos lo innombrable y en ese ejercicio de
vanidad nos alejamos de la esencia: los jugadores. Jorge Valdano dijo que los
buenos estaban en peligro de extinción, que jugar bien acabaría siendo motivo
de mofa, y no le falta razón.
Obviamos que los protagonistas juegan per se y
son la táctica entre sí. Infravaloramos sus capacidades en favor de nuestra
vanidad y nuestros miedos, cuando son ellos los únicos que saben de fútbol
aunque no sepan que saben. Tuve un jugador que no sabía ni su nombre, ni atarse
los cordones; si le hubieran sacado tarjeta se la hubiera cogido al árbitro en
agradecimiento. Pero en su primer partido recibió el balón, regateó a cuatro
rivales, hizo una pared con uno de sus compañeros para enfrentarse al portero,
dentro del área pequeña amagó hacia la derecha para irse por la izquierda e
hizo el único gol del partido. No lo celebró porque no sabía que los goles se
celebraban.
El destrozo futbolístico acontece cuando nos ocupamos de
grabar esa acción, analizarla, re-analizarla, volver a analizarla, para luego
atrevernos a corregir el gesto de carrera o el momento de aceleración, como el
que enseña a respirar y luego se atribuye la supervivencia del aprendiz.
Hacemos pensar a los jugadores como nosotros queremos que piensen y no como les
pertenece hacerlo, siendo el objetivo final la colonización y el
adiestramiento. Dos palabras muy alejadas del juego.
Pedro Gómez
El entrenamiento sí existe, pero nos ocurre que al
disfrazarlo de demagogia acaba por despistarnos. Pretendiendo subrayar nuestro
buen hacer, otorgamos toda nuestra atención al método, nos comparamos con el
resto de profesores reprochándoles sistemáticamente y castigamos al jugador de
rodillas contra la pared por no cesar de alzar la voz y el brazo para pedir
turno. ¿Cómo podemos dormir tranquilos? Llenamos nuestra conversaciones de
afirmaciones y argumentos fundados en creencias partidistas y casi nunca
centradas en el potencial innato de nuestro contexto humano. Ansiamos
protagonismo cuando no molestar debería ser nuestro único objetivo, y así nos
pasa: convencidos de que nuestra irrebatible llama diaria activa la reacción
futbolística se nos ciega la perspectiva ante la obviedad; somos meros
catalizadores de algo que ya existe, que ya está en marcha.
¡El entrenamiento claro que existe! Pero tenemos la mala
costumbre de maquillarlo para luego prohibirle salir de la madriguera de
nuestra certeza, ¡no vaya a ser que alguien nos robe a la chica! Solo cuando
renunciemos a estos celos y envidias tendremos el valor suficiente para desposeerle
de esta superficialidad y descubrir la verdadera esencia de este proceso, que
no es otra que el propio juego. Él será el verdadero maestro, él será quien
sepa atender las necesidades de cada alumno. ¿Nuestra labor? Garantizar que el
aula esté en orden, animar a ciertos alumnos a que se sienten con quienes más y
mejor les puedan ayudar, estimular la pasión del discente. Más analítico, más
integrado, más táctico, más contextualizado… Bla bla bla… reconocer
y potenciar asociaciones, principio y fin de nuestra labor, y el que quiera
salir en la foto, que le hubiese pegado mejor al balón.
Leví Cantero
No es que el entrenamiento exista o no: surge o aparece solo
cuando emerge el conocimiento entre los distintos componentes del colectivo,
pero esto solamente surgirá a través de las interacciones obtenidas a través
del juego. En la actualidad resulta que en esta incesante necesidad precoz para
que te cataloguen como buen entrenador parece que se necesitan preparadores
físicos, psicólogos, ojeadores, entrenadores de porteros, y ya al final, y digo
solo al final, que los jugadores realicen en el campo lo que el entrenador
quisiera hacer él.
Si no tienes modelo de juego no tienes ni idea; si
prescindes de preparadores físicos, es que no sirves para esto. Como bien decía
Kevin, aquí lo medible es lo concreto y aquello inmedible lo hacemos evidente
compartiendo una mentira común. Necesitamos, ante la hambruna actual de
alimentar nuestro ego por encima de todo para convertirnos en entrenadores
precoces, querer tener respuesta para todo, y es ahí donde empieza el
problema.
No queremos darnos cuenta que nunca hay dos jugadas iguales,
que cada jugada ha de convertirse en una sorpresa para el adversario. Lo
importante es hacer con la pelota lo que se sabe, lo más simple, cuando no se
ha nacido para hacer con ella lo que la naturaleza da a unos pocos, pero esto
solo se consigue como antes he dicho a través del entrenamiento del
conocimiento. La convivencia social y futbolística impone grandes demandas
intelectuales que hay reconocer a los miembros del colectivo, respetar las
jerarquías, sacar provecho de la situación, mentir, hacer coaliciones, conocer
las intenciones de los demás, anticipar sucesos, procesar diferentes órdenes de
intencionalidad.
Y siguiendo con la gran reflexión de Pedro, nuestra labor es
respetar la asignatura que se dé en el aula a través del conocimiento obtenido
en la misma. No es que el aula esté en orden, sino en un orden conocido por
todos en ese momento, ya que habrá asignaturas (situaciones globales del juego)
en la que algunos se sientan más libres, mas cómodos, sepan de quién se tiene
que copiar para sacar mejores notas o a quién hay que pedirle los apuntes. ¿De
qué depende esto? De que cada uno se conozca en clase. Nuestra labor, en todo
caso, es interaccionar en ese conocimiento con ellos para convertirnos en el
profesor con el que se sientan felices.
Kevin Vidaña
Edgar Morín dice que la complejidad no es una
palabra-solución, sino una palabra-problema. No es como la religión, que te
consuela y mantiene inconsciente de realidad, sino todo lo contrario. El
pensamiento complejo te hace ver lo ignorante que eres, lo oscurantistas que
eran, son y serán tus creencias. Y el fútbol es pura complejidad, mientras que
el entrenador es opinión solamente.
Somos humanos, por lo que la neutralidad no existe, ni la
objetividad. No se pueden afrontar problemas con una mente carente de
prejuicios, por lo que estamos obligados a equivocarnos; en eso consiste vivir.
El entrenador transforma la realidad de manera inevitable, forma parte
del todo que transforma y le transforma. Como dijo Lillo, no
tener ideas es una idea en sí misma.
Sobre entrenamiento, la interacción por repetición no
produce mejora, no hace falta conocer a la persona para congeniar con ella. El
conocimiento conlleva error e ilusión; me atrevería a decir que no existe, pero
será que no lo entiendo. Lo que creo es que debería ser siempre inédito. Cuando
Óscar Cano dice que los equipos entrenan de domingo a domingo, ¿por qué no?
Cualquier tipo de reiteración conduce a la previsibilidad, antónimo de fútbol
bien jugado.
Dice Vítor Frade que nadie necesita lo que desconoce, que
nos hemos hecho dependientes de lo que no existe, ¡porque es lo único que
sabemos! Si la mayoría de personas en el mundo cree en Dios, si los jugadores
se han creído las mentiras y las barbaridades que se han contado durante años,
tenemos dos caminos: darle pasto a las ovejas o atrevernos a colonizarlas.
Resulta paradójico, colonizar para liberar…
¿Quién soy yo para hacer ver a los creyentes que Dios no
existe? Nadie, aunque considere que nos dirigimos hacia un fútbol idiotizado.
Para mí, uno de los objetivos sanos y fundamentales del
entrenador consiste en mantener vivo el deseo de jugar. “Vivo con la
ilusión de vivir con la ilusión de…”. También encontrar ese equilibrio
entre jugar e impedir jugar. Lo primero surge por la inspiración de los
jugadores; lo segundo me gustaría creer que también nace de ellos o que puede
hacerlo, que existe el talento defensivo.
Pedro Gómez
¿Dónde acaba y dónde empieza nuestra labor? ¿Cuánta
influencia tenemos en nuestros jugadores? ¿Cómo podemos atrevernos a asegurar
que hemos hecho mejor a uno de nuestros jugadores? ¿No era ya Messi el mejor
jugador alevín de toda Argentina cuando el F. C. Barcelona lo fichó? ¿Al
jugador lo hace mejor su contexto, sus asociaciones o nuestros entrenamientos?
Convivir con la complejidad del ser humano nos empuja hacia
el abismo del desconocimiento y la duda constante, mientras que prohibirle a
esta la entrada a nuestro hogar nos facilita el conquistar de afirmaciones los
dormitorios vacíos que previamente había reservado la incertidumbre.
Asfixiado por el entorno, intento sortear al torbellino de
la dialéctica al que aludía Panzeri y me suelo cuestionar: si la teoría sin práctica
es una incongruencia y la práctica sin teoría una aberración, ¿por qué la gran
mayoría de entrenamientos se conforman de tareas muy similares? ¿Por qué no
existe una verdadera correlación entre lo que pregonamos delante de la cámara
que es mejor para nuestro equipo y los entrenamientos universales que
obligamos engullir a nuestros jugadores? ¿Por qué si todos elegimos ejercicios
de posesión muy parecidos nuestros equipos no se desenvuelven de igual modo
durante el día de partido?
La respuesta se acerca, pero nosotros, egoístas e infieles
con la evolución, atemorizados e inquietos, continuamos protegiéndonos
con la mentira instaurada, como el niño que descubrió a sus
padres junto al árbol de Navidad la madrugada del 6 de enero pero que sigue
escribiendo año tras año la misma carta a los Reyes Magos, no vaya a ser que se
abra el pastel y se acabe el chollo; no vaya a ser que descubramos que nuestra
labor, más que enseñar a jugar, consista en molestar lo menos posible y
permitir que aflore lo innato, instintivo, facilitando y no generando,
potenciando y no limitando, desde el segundo plano que realmente nos
corresponde y no desde la divinidad protagonista que nos encanta recordar tan
solo cuando vienen bien dadas.
Leví Cantero
Pero es que el talento no es ofensivo ni defensivo, no
podemos esperar a que surja cuando queramos. ¡Por eso es talento! Aparece para
quedarse en el momento y lugar que nunca podamos esperar. Claro que existe el
talento sin divisiones algunas, pero es que nosotros, al carecer de él, no lo
apreciamos. El problema surge cuando en nuestro afán de grandes ególatras
queremos entrenarlo, pero para convencer de que esto es posible ya
hay infinidad de materiales, libros, webs, etc., con interminables “soluciones
comunes para cualquier colectivo”. Si no, también podemos buscar “principios
y subprincipios en las fases del juego” de grandes ¿entrenadores?
publicados para adaptar o simplemente copiar para cualquier equipo que se
preste, pero esto a mí no me pertenece.
Retomando el tema del talento, dándome igual ofensivo que
defensivo como he mencionado antes, en todas sus vertientes se da de igual
forma ¡con buenos jugadores!
Lorca necesitaba a Alberti y el de Cádiz al granadino para
que el talento fluyera en ayuda de ambos. Góngora añoraba a Quevedo para que
esa incomplementacion entre ellos hiciese que se necesitasen
como los más fieles amantes. Y de igual forma, Piqué sin Puyol no son ni Piqué
ni Puyol. Si les preguntásemos a ellos por separado nos dirían que juegan bien
con cualquiera, y es verdad, pero sin quererlo, al aparecer alineados en la
posición que comparten, el talento defensivo es impregnado a
todos sus colindantes… y volvemos a lo de siempre: si le sumamos a estos dos la
figura del pivote ¿defensivo?, Busquets, y así unimos seres por
todos conocidos, el talento es absorbido y creado desde la nada para ser
expuesto por estos poetas de la generación Barça.
El problema surge cuando desde el desconocimiento más
absoluto queremos conocer y transmitir que ese talento es nuestro (de los
entrenadores), cuando de nuestras bocas escupimos expresiones como “…debemos
ser un buen bloque defensivo…”, “…lo importante es que estemos juntos y
ordenados…”,”…somos un equipo trabajado…”, “…¡rómpelaaaa!…” y
demás sandeces que todos hemos dicho siempre.
Al igual que Dios escribió los 10 mandamientos en las tablas
sagradas, creo que se tuvo que producir el mismo cuento en su día grabando a
fuego una serie de mandamientos universales en lo que a forma de ver y entrenar
se refiere. Y así, subordinado a la tabla de mandamientos y en versión 2.0, nos
ha llegado la PT portuguesa. Sí, la parafernalia táctica,
una idea tan innovadora que aquellos que la crearon aún buscan explicar qué es,
pero con la obligación a todos sus fieles seguidores de la creación de un
prestigioso modelo de juego, común o distinto da igual, pero que son tal
mecanismo súper servible hará que seas un gran entrenador por encima de todo y
todos. La planificación pitonísica más absoluta te llevará al
éxito y cuanto más de tus subprincipios tenga tu equipo en cada fase del juego,
mayor será tu auto-prestigio y más sabrás de fútbol. ¿Y los jugadores? Da
igual, harán lo que tú les ordenes, por eso eres el entrenador.
Y ante todo esto, al jugador que aprisionamos por el miedo
de no obedecer nuestras directrices o consignas lo colocamos en la difícil
tesitura de decidir si jugar como mandamos en tales directrices o en la de no
jugar como su instinto lo impulsa. Pero por suerte para nosotros, los no
adictos, aparece la figura de Özil. Los fieles feligreses de la parafernalia
táctica tienen que decir que “…le falta intensidad en fase defensiva…”.
Y cuando el alemán nos alegra la vista personificando toda la imaginación
posible con un regalo para el espectador en forma de pase derivado de su yo
innato, los grandes adeptos siguen diciendo que “…Mourinho está enseñando a
ser mejor futbolista a Özil…”.
Y entonces…¿Qué entrenamos? Pues creo que conocimiento, pero
no desde una perspectiva primaria, ni secundaria. ¡Sin perspectiva! Simplemente
haciendo ver qué es lo que tenemos y qué es lo mejor en ese momento sobre los
jugadores en cuestión en el instante compartido. Y esto pienso que no se
consigue de otra forma que no sea jugando al fútbol y, repito, jugando. Y
liberando al jugador en todo aquello que espontáneamente quiera hacer o el
momento del juego en que se encuentre le lleve a intentarlo.
Yo no puedo cultivar tulipanes en Granada aunque piense que
sepa, porque no es el entorno para obtener la flor holandesa, pues de igual
forma no queramos cultivar el mismo jugador en todos los diferentes equipos
donde estemos.
Hagamos ver el terreno, las características del mismo y en
función apostemos por la flor idónea en ese instante.
Kevin Vidaña
En definitiva, entrenar/jugar debería ser la capacidad de
adquirir capacidad.
Hay excesivo interés en saber cómo son las sesiones con las
que trabajo y no hay fuegos artificiales ni atracciones, nada especial. La
opción pertenece a los futbolistas, hay que escucharlos. El valor del
entrenador está en su grado de vanidad o de sordera.
El método acaba siendo una elección entre inteligencia
natural o inteligencia artificial. La segunda es dirigida, por lo que no puede
ser inteligencia pero, desgraciadamente, ambas ofrecen resultados deportivos
similares –aunque consecuencias distintas, invisibles pero trascendentes para
el futuro de este juego–.
Carthy acuñó el término de inteligencia artificial en 1956,
definiéndola así: “Es la ciencia e ingeniería de hacer máquinas
inteligentes, o la capacidad de razonar de un agente no vivo”. Tratamos a
humanos como robots para pretender humanizarlos.
Mientras que la inteligencia como tal es una capacidad
mental muy general que, entre otras cosas, implica la habilidad de razonar,
planear, resolver problemas, pensar de manera abstracta, comprender ideas
complejas, aprender rápidamente y aprender de la experiencia. Más bien, el
concepto se refiere a la capacidad de comprender el entorno, el que pertenece
exclusivamente al individuo en cuestión.
* Kevin Vidaña, Leví Cantero y Pedro Gómez son
entrenadores de fútbol.
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