Reflexiones./
Filosofía,
Literatura y Epistemología./
sobre la complejidad humana.
Decir qué es la filosofía (y que haya un acuerdo general) no
es una tarea fácil. Sin duda la gente que nos dedicamos a la enseñanza de la
filosofía en la Academia nos insertamos en un campo institucional en el que la
filosofía es una Licenciatura o un Grado, como se llama ahora, un Grado con
unas materias desglosadas en asignaturas, etc., que todo aquél que quiera ser
licenciado en filosofía debe cumplimentar: historia de la filosofía,
metafísica, teoría del conocimiento, estética, filosofías del lenguaje, de la
ciencia…
Es evidente que cuando uno estudia el Grado de Filosofía
aprende cosas que dijeron los filósofos. Pero a mí me parece que muchísimas
veces en ese proceso de aprendizaje académico hay un olvido fundamental (quizás
debido a un exceso de abstracción filosófica y a un no menos excesivo abuso de
jergas conceptuales). Se olvida que la filosofía siendo cuestionamiento, siendo
pregunta, lo es por y para la vida. La filosofía es aquella que nos enseña a
vivir, decía Montaigne. Es cuidado del alma, como nos dicen Platón
y otros filósofos de la Antigüedad. Epicuro decía, por ejemplo, que “la
filosofía no sirve de nada si no nos ayuda a recomponer el alma”.
La filosofía puede ser un arte de vivir que puede ennoblecer
al ser humano, que puede hacer de la vida una travesía bella, noble y alegre y,
en ese sentido, no olvido que Spinoza decía que la alegría es una sensación que
el hombre tiene cuando aumenta su capacidad de acción, cuando aumenta su poder
de actuar, esto es, cuando aumenta su capacidad de libertad. La
libertad no consiste en el actuar por actuar, la libertad se puede dar cuando
actuamos de un modo pertinente o lo más pertinente posible en el contexto en el
que nos encontramos para tratar de llevar a buen puerto nuestras metas. Para
ello necesitamos conocer, ser capaces de crear estrategias de pensamiento y de
acción pertinentes. Ser capaces de establecer un diálogo crítico con el mundo y
con uno mismo. Ser capaces de reflexionar sobre el conocimiento. Esta es otra
acepción del significado de “filosofía”:reflexión sobre el conocimiento.
Reflexión que sin duda alguna entronca con la idea de “arte de de vivir” ya que
juzgamos y opinamos la mayoría de las veces sumidos en el desconocimiento, lo
que nos lleva muchísimas veces a vivir con poca calidad en nuestro entorno
humano, un entorno pluri-cultural que necesita que reflexionemos muchísimo
nuestros pre-juicios. Reflexionar sobre nuestra forma de crear
conocimiento no es solo un asunto epistemológico, también concierne al ámbito
ético y político. Concierne a nuestro modo de vivir.
Filosofar es buscar claridad y estar dispuesto a reconocer
la posibilidad del error. Filosofar implica estar dispuesto a ser decepcionado:
la decepción y el descontento que nos puede llegar cuando nos enfrentamos a la
contradicción entre lo que creemos que es y lo que en un
momento dado es. Dicho de forma positiva: la búsqueda de la claridad nos puede
llevar a la claridad de que estamos equivocados. Decía Epícteto que “los
hombres se ven perturbados no por las cosas sino por las opiniones de las
cosas… Así que cuando suframos impedimentos o nos veamos perturbados o nos
entristezcamos, no echemos la culpa sino a nosotros mismos, es decir, a
nuestras opiniones”. Opinamos sobre muchas cosas, pero muchísimas veces lo
hacemos sin buenos (pertinentes) análisis conceptuales y con mucho
desconocimiento del significado de palabras, que fácilmente se prestan a la
ideologización y manipulación.
Dicho de otro modo el desconocimiento
esclaviza al ser humano, lo hace manipulable, intolerante, fanático. El
desconocimiento es enemigo de la calidad de vida. El desconocimiento, el no
saber construir conocimiento a partir de los datos-información es enemigo de la
libertad.
Por mi parte trato de tener siempre presente las palabras de
Montaigne cuando dice lo siguiente: “preferiría entenderme a mí mismo antes que
entender a Cicerón. Harto tendría con mi propia experiencia para hacerme sabio,
si fuera buen estudiante”. Entenderme a mí mismo, pero para ello necesito
mirarme no solo en mi espejo sino en el espejo del otro, en el espejo de la
sociedad, en el espejo del mundo, hacer una buena lectura de todo ello, darme
cuenta de que uno de los grandes errores que podemos cometer es el de
enjuiciar el hoy con criterios de ayer, enjuiciar el hoy sin tener sentido de
los nuevos contextos, creer que los nuevos problemas son pensables desde
visiones ideológicas y de conceptos gastados, desde esquemas ideológicos
dominantes, desde metáforas que invitan más a la guerra y la disputa que a la
conversación.
Para entenderme a mí mismo en el mundo necesito abrir cercas
y comenzar a volar por encima de fronteras y barreras instituidas
disciplinariamente. El pensar es siempre unatransgresión a-disciplinar,
nos lleva a mirar de otro modo aquello que se ha convertido en costumbre. Nos
lleva a dudar, a asumir la incertidumbre y la posibilidad del error en un mundo
“líquido” (Bauman) en el que si hay algo de lo que podemos estar seguros es
que no podemos estar seguros de casi nada. Voltaire decía que “la
duda no es un estado demasiado agradable, pero la certeza es un estado
ridículo”. Ridículo porque nos puede convertir en dogmáticos y, peor aún, en
fundamentalistas. Los fundamentalistas no ríen porque no son sabios y, además,
como dice Amos Oz, se molestan porque no les seguimos a ellos, que están en la
verdad, que poseen la verdad y también, cosa que no ven, están poseídos por la
verdad, poseídos, como dice Edgar Morin, por su propia racionalización del
mundo y de las relaciones humanas: el fanático ni comprende, ni
comprende que no comprende. El fanático, el dogmático, el
fundamentalista no sabe que “conocer y pensar no es llegar a una verdad
absolutamente cierta, es dialogar con la incertidumbre” (E. Morin). No tienen
(los absolutistas de la verdad) ese sentido cervantino de la ironía que parte
de la sabiduría de lo incierto, de la conciencia de poder no tener razón. Unaconciencia
de lo incierto que nos alienta a seguir buscando y a seguir esperando
construir nuevas creaciones de sentido, nos alienta a ser libres. Sonrisa del
sabio, sonrisa irónica. Sabiduría de lo incierto frente a la pretensión de
encontrar esencias de cristal y definiciones cerradas, sólidas, para un mundo
líquido.
Octavio Paz haciéndose eco de Cervantes nos dice que “el
hombre es un ser precario, complejo, doble o triple, habitado por fantasmas,
espoleado por los apetitos, roído por el deseo: espectáculo prodigioso y
lamentable. Cada hombre es un ser singular y cada hombre se parece a todos los
otros. Cada hombre es único y cada hombre es muchos hombres que él no conoce,
el yo es plural. Cervantes sonríe: aprender a ser libre es aprender a sonreír”.
Pascal también ve la complejidad humana, ve el problema, el
enigma, ve a un ser lleno de contradicciones, de verdades, de errores, orden y
caos, pero Pascal no sonríe. Lee el mundo y la vida de otro modo. Pero
también nos dice en otro momento de sus Pensamientos algo a no
olvidar: el bien pensar es la base de la ética: “trabajemos pues en
pensar bien, he ahí el principio de la moral”. Porque toda nuestra dignidad
consiste en el pensamiento.
Pensar bien, ¿cómo pensar bien?, en el Cap. VIII del
L.III de sus Ensayos (“Del arte de conversar”) nos dice
Montaigne que “la obstinación y el fervor en la opinión son la prueba más
segura de estupidez”. Quizás no haya en el mundo nada que nos
haga más necios que el no pensamiento de las ideas preconcebidas. Hegel
decía lo siguiente: “lo que es sabido, precisamente porque es
<>, no es <>. En el proceso del
conocimiento, la manera más común de engañarse a sí mismo y a los demás es
presuponer algo como sabido y aceptarlo como tal”. Me parece que esta idea de
Hegel hay que entroncarla con las siguientes palabras escritas por E. Morin en
el comienzo del segundo volumen de La Méthode: “la toma de
conciencia que necesitamos de modo urgente es no el conocimiento de lo que
ignoramos, sino la aptitud para pensar lo que sabemos”. Necesitamos esta toma
de conciencia para actuar mejor, determinados lo menos posible por lo no
pensado, porque como decía Voltaire “los humanos no tienen ningún remordimiento
de las cosas que tienen costumbre de hacer”.
Pensar bien es un acto multidimensional: constructor y
deconstructor, corruptor de evidencias, mestizo y productor de mestizaje en el
conversar, abierto e incierto, incierto por abierto a la experiencia
del mundo. Es un acto impuro, un acto que puede romper toda clausura
racionalizante, que al romper esa clausura nos puede llevar a una especie
de encuentro con lo otro desconocido y oculto muchas veces bajo el pesado manto
de la doctrina y la ideología que se cierra en idealizaciones filosóficas,
sociológicas, políticas, antropológicas, epistemológicas…, que nos impide la
convivencia con lo diverso, con una diversidad que hay que saber articular y
complejizar para poder vivir y convivir.
Desde la literatura Vargas Llosa nos lo ejemplifica en su
reflexión sobre “La verdad de las mentiras”, cuando nos habla de cierto
escepticismo que se encuentra en las entrañas de las novelas y que
molesta a los inquisidores, “los inquisidores españoles entendieron el peligro.
Vivir las vidas que uno no vive es fuente de ansiedad, un desajuste de la
existencia que puede tornarse en rebeldía, actitud indócil frente a lo
establecido. Es comprensible, por ello, que los regímenes que aspiran a
controlar totalmente la vida desconfíen de las ficciones y las sometan a
censuras. Salir de sí mismo, ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera
de ser menos esclavo y de experimentar los riesgos de la libertad”. Los
fanáticos, los inquisidores, los dogmáticos saben que “la fantasía de que
estamos dotados es un don demoníaco” (Vargas Llosa). Y es que la literatura, a
su modo, nos muestra posibilidades de ser y al mostrar
posibilidades de ser nos invita a pensar y a comprender la complejidad humana,
lo cual se puede traducir en acciones, en actitudes éticas, sociales, políticas
(2).
Las novelas pueden leerse, sin duda, como ensayos de
antropología. Son un elemento fundamental para la comprensión de la
complejidad humana. Nos inquietan y nos pueden llevar al cuestionamiento de lo
instituido. Por medio del planteamiento de situaciones y experiencias humanas
no mostradas por la “objetividad” de las ciencias humanas la literatura muestra
toda una parte de la condición humana ocultada por estas ciencias. Al mostrar posibilidades
de ser (individuales, colectivas, racionales, no racionalizables,
afectivas, sentimentales, etc.) que van más allá de la acotación científica, la
literatura nos introduce en y nos muestra la dialógica humana: el
hombre es sapiens / demens.
La literatura, a su modo, nos
enseña a comprender la radical apertura de la complejidad humana. Y
es así como podemos pensar, por medio de lo que nos muestra, la universalidad
de la condición humana y la complejidad del mundo, en su unidad y diversidad.
Edgar Morin nos dice lo siguiente: “Literatura, poesía, cine, psicología,
filosofía, deberían converger para convertirse en escuelas de comprensión”.
Porque explicar no basta para comprender (la hermenéutica filosófica lo muestra
bien). Comprender implica concebir a los humanos como sujetos. Ser sujeto es
sentir la capacidad de construirse más allá de la lógica del sistema y
de la función que el sistema o la estructura nos atribuyen y tratan de
imponernos. La filosofía y la literatura, siendo cosas distintas, creo
que coinciden en lo siguiente: son elementos fundamentales para la
batalla contra la inhumanidad y a favor de la civilización. Pues ser
civilizado es reconocer la diversidad, reconocer en el Otro a un sujeto con la
misma humanidad que uno mismo, con la misma posibilidad de lo mejor y de lo
peor, con la misma posibilidad de complejizar el pensamiento.
La cultura
literaria así como la cultura filosófica consisten en aprender a
escuchar a los otros (sean personajes de ficción, sean seres de carne
y hueso) y enaprender a escucharse uno mismo. Porque solo puede dialogar
(unir fuerzas para arribar a saber) aquel que sabe escuchar y preguntar
(Gadamer), aquel que reconoce su finitud (Heidegger), su ignorancia. Es más
difícil, sin duda, preguntar que responder, el que pregunta reconoce que hay
cosas que no sabe, reconoce su ignorancia. Se trata de
escuchar, preguntar, leer lo mejor posible el mundo, para posicionarnos en él
del modo más pertinente. Formas diversas de luchar contra el dogmatismo, de
mostrarnos la necesidad de no perder nunca la perspectiva.
Pensar bien es la base de la ética. ¿Qué sería pensar de
forma compleja, si creemos que es una posible forma de pensar
bien? Una disposición mental, una forma de abordar la realidad. No
se trata de una cuestión de ontología, la complejidad no es tanto una propiedad
de los objetos o del mundo cuanto una cualidad que atribuimos al mundo a través
de nuestra forma de verlo y de leerlo. Un pensar pertinente es un pensar dialógico que
trata de poner a raya los pre-juicios que lanzamos al mundo. No se
trata de negar el análisis ni la lógica conjuntista-identitaria, se trata de
tener sentido de la dialógica(complementariedades, enfrentamientos,
exclusiones en un mismo espacio-tiempo) y de lamultirreferencialidad irreductible
aunque si articulable.
El análisis por si solo lo fragmenta todo y oculta la
figura, cierto es también que mantenernos solamente en el ámbito de la
totalidad nos lleva a la uniformización que elimina lo particular. Se trata por
lo tanto detener sentido de la recursividad constructora entre el
análisis y la síntesis para hacer una hermenéutica del contexto lo menos
reduccionista posible, una lectura del contexto que nos pueda llevar a acciones
más pertinentes.
La fragmentación y el aislamiento, supuestamente efectuado
para una mayor claridad de comprensión (y de control), en su lucha contra la
confusión acaba confundiéndonos más y nos roba la brújula para conducirnos en
el viaje en y por la diversidad y la apertura dinámica. Todo lo que se
aísla cesa de interactuar: acaba solidificándose: es la mejor forma de negar la
vida.
(1).El presente texto es parte de la intervención del autor
en el Convegno Internazionale di Studi Interdisciplinari “Complessità,
Strategia della Conoscenza”. Enna, Università Kore, Sicilia, 26-27 de Marzo
de 2009.
(2) Vargas Llosa, reflexionando sobre la relación entre
literatura y política ejemplifica lo que estamos diciendo por medio de la obra
de Tolstoi titulada La Guerra y la paz, así, nos dice Vargas Llosa
que por medio de los personajes de la novela, las experiencias individuales y
colectivas que ahí se muestran, experiencias tan ajenas geográfica y
temporalmente para un lector actual , “empezamos de pronto a aprender muchas
cosas sobre nosotros mismos y nuestro derredor, y a descubrir lo que son esas
complejas estructuras de relación entre el poder político y la ciudadanía,
entre el poder político y el poder militar, y la función que juegan en esa
sociedad el pensamiento, las ideas… Es evidente que la experiencia de
leer La Guerra y la paz o novelas equivalentes produce un
cambio en nosotros, no solo como lectores sino como seres humanos, como
ciudadanos. Algo que no sabíamos ha llegado hasta nosotros gracias a esa
experiencia.
Y, si ha sido así, si esa experiencia ha enriquecido nuestra
sensibilidad, nuestra conciencia, nos ha hecho más capaces, por lo menos de
comprender aquello que ocurre en torno, en el mundo social del que formamos
parte, entonces esa literatura es algo más que entretenimiento; a través de
nuestra conducta de lectores afectados por esa experiencia se convierte en una
forma de acción…El efecto político más visible de la literatura es el de
despertar en nosotros una conciencia respecto de las deficiencias del mundo que
nos rodea para satisfacer nuestras expectativas, nuestras ambiciones, nuestros
deseos, y eso es político, es una manera de formar ciudadanos alertas y
críticos sobre lo que ocurre en rededor”.
Cfr. M. Vargas Llosa,Literatura y
política. FCE. Madrid. 2003. pp. 51-53 Es decir la literatura puede
dar que pensar, es cuestionante, posibilitadora de reconfiguraciones
mentales y éticas, frente a los totalitarismos políticos, sociales, éticos, que
nos quieren hacer ver que vivimos en el mejor de los mundos, que demandan la
conformidad con la imagen de la realidad que crean, como si fuese la
única verdad.
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