Correspondencia de un náufrago: seamos agua.
Magazineperarnau.com
por IGNACIO BENEDETTI el 5 diciembre, 2015 •
“Estamos tan alejados de comprender este juego, que la
lucha de los entrenadores se centra ahora en hacer creer al entorno que lo que
acontece en la cancha pertenece a nuestras intenciones”.
Con esas líneas comienza un bello texto escrito por Óscar
Cano Moreno. Su reflexión debería ser escuchada y comprendida no ya por sus
colegas, conductores de grupo, sino por todos aquellos que de una u otra manera
vivimos malsanamente de este juego. Sí, aun cuando trabajamos en el fútbol,
pocos, la minoría de los trabajadores, somos protagonistas de esta actividad,
así que disculpe si le ofendo, pero yo, el primero, pertenezco a ese bando, al
de los que estorban.
No perdamos tiempo y vayamos al fútbol. ¿Cuántas veces
escuchamos o leemos que tal futbolista entiende el juego? La expresión ha sido
tan manoseada que ya se ubica en el estante de frases vacías en el que también
yacen conceptos que en algún momento alguien puso de moda, y el hombre, siendo
hombre una vez más, los adoptó sin mayor interés que el de demostrar su
condición de borrego militante.
Para saber si un futbolista comprende este deporte basta
observar su capacidad resolutiva, es decir, su adaptación a cada una de las
situaciones que se generan en el partido y cómo, a partir de ese
reconocimiento, interpreta y saca provecho en favor de su equipo. Entender no
es más que adaptarse, ser flexible y poseer capacidad de respuesta frente a
cada situación.
Quien entiende lo hace desde la inteligencia. Por ello en
estos tiempos en los que se estudia tan minuciosamente el funcionamiento del
cerebro aparece en cada escrito futbolístico otra frase que no es explicada en
toda su dimensión: para jugar bien al fútbol se necesitan jugadores
inteligentes.
¿Qué se entiende por un futbolista inteligente? Una pista la
da José Mourinho, citado por Enric Soriano, en uno de esos episodios en
los que el entrenador del Chelsea abandona la actuación y se dedica
exclusivamente al juego, explicando su impresión acerca de lo que se conoce
como modelo de juego:
“No soy un fundamentalista en fútbol. Quiero decir, eso
de que en fútbol tienes tus ideas y mueres con tus ideas, no. La gente me
pregunta cuál es mi modelo de juego. Les respondo, ¿modelo de qué? ¿Modelo para
jugar contra quién? ¿Cuándo? ¿Con qué jugadores? ¿Modelo para jugar a qué? No
puedo responder a eso. Soy demasiado estúpido, ¿o demasiado listo? ¿Qué
significa eso? No lo sé. Mi modelo de juego es construir desde el portero a
Eden Hazard. Mi modelo de juego es encontrar dónde se encuentran las
debilidades de mi rival y sus fuerzas. ¿Es Diego Costa más fuerte que el
defensa central? El modelo de juego, ¿qué es eso? Para mí, el modelo de juego
son los principios que establezco en mi equipo, los principios prioritarios que
nos otorga un cierto ADN (una identidad), pero esto es profundo”.
Lo que el portugués expresa es fundamental: si no
consideramos al futbolista, sus relaciones y sus particularidades, moriremos de
frivolidad. El jugador es la esencia del juego, y hasta que no se cree algún
dispositivo que nos permita adelantarnos al tiempo, sus reacciones y sus
respuestas, nacidas casi en su mayoría en la incertidumbre, dominarán la
escena.
Ahora bien, si estas actuaciones se originan en mentes no
cultivadas, o peor aún, nacen en espíritus mediocres que se resisten a la mayor
evidencia de todas, que no es otra que no sabemos nada, el fracaso está
asegurado. Por el contrario, si el futbolista acepta ser líquido y deja de lado
la supuesta solidez de sus conocimientos, fomentando la evolución constante de
su identidades, encontrará el camino hacia el progreso.
No hay victoria que no venga acompañada de la única
obligación que tiene un deportista consigo mismo: seguir compitiendo. El
triunfo corroe la esencia competitiva porque engaña y tapa la realidad; le hace
creer a entrenadores, futbolistas, periodistas, dirigentes e hinchas que saben
de qué va este deporte, olvidando que quizá mientras más se afianzan en sus
victorias, mayor es el impacto de su caída.
Nadie puede saber de fútbol, aun cuando se observen millones
de partidos y entrenamientos. Esta actividad es de futbolistas y estos, seres
humanos al fin, cambian, evolucionan y se transforman día tras día. Quizá valga
la pena dejarse llevar y ser agua, aunque esto nos conduzca a un naufragio en
soledad.
* Ignacio Benedetti.
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