El 10 aparece como una divinidad cuando el encuentro era del
Bayern y decide para el Barça con dos goles y la asistencia del tercero a
Neymar.
RAMON BESA /Barcelona. / elpaís.e.s
Messi no suda, no grita ni tampoco llora, nunca se vio una
lágrima suya, a diferencia de las de Casaus, que eran azulgrana, ni tampoco hay
constancia de una gota de su sangre, insensible en los partidos más estresantes
como el de ayer en el Camp Nou. El 10 apareció como una divinidad en un momento
en que el encuentro era del Bayern, cuando en la hinchada se convencía de las
bondades de un 0-0, Rakitic aguantaba al Barça y calentaba Xavi. No rompía el
encuentro por ningún sitio y entonces Messi descerrajó el portal del gigante
Neuer con dos tiros opuestos, uno seco y otro suave, terminales para el equipo
de Guardiola.
Aunque ni siquiera fue nombrado, Guardiola salió como un
señor del Camp Nou. Jugó el Bayern con la grandeza de los mejores, sin reparar
en las ausencias de Robben y Ribery, excelente en el juego colectivo, capaz de
competir con el Barça. Los azulgrana estuvieron activos y ambiciosos, enérgicos
y competitivos en una noche sin concesiones, lamentos, romanticismos ni
ñoñerías, entregados los dos equipos a una afrenta muy seria para suerte del
Camp Nou. Nadie había descifrado tan bien hasta ahora al Barça como Pep. No hay
antídoto posible, sin embargo, contra Messi.
Barcelona: Ter Stegen; Alves, Piqué, Mascherano
(Bartra, m. 89), Alba; Rakitic (Xavi, m. 82), Busquets, Iniesta (Rafinha, m.
87); Messi, Luis Suárez y Neymar. No utilizados: Bravo; Pedro, Adriano y
Vermealen.
Bayern de Múnich: Neuer;
Boateng, Benatia, Rafinha; Lahm, Schweinsteiger, Xabi Alonso, Thiago, Bernat;
Müller (Gotze, m. 79) y Lewandowski. No utilizados: Reina; Dante, Javi
Martínez, Pizarro, Scholl, Weiser.
Goles: 1-0. M. 77. Messi aprovecha una recuperación
de Alves. 2-0. M. 80. Messi pica el balón ante Neuer. 3-0. M. 94. Caño de
Neymar, que es asistido por Messi.
Árbitro: Nicola Rizzoli (Italia). Amonestó a Xabi
Alonso, Alves, Benatia, Bernat, Piqué, Neymar.
Camp Nou: 95.369 espectadores.
El secreto no estaba en las alineaciones, hasta cierto punto
cantadas, sino en cómo los jugadores se repartían el campo, especialmente los
del Bayern de Guardiola, que prefirió a un todocampista de la talla de
Schweinsteiger a un media punta indefinido y famoso como Götze. El encuentro
parecía girar al fin y al cabo alrededor de Messi. Y Guardiola basculó a su
equipo hacia la banda del 10 mientras abría la cancha por la derecha para
Thiago y llenaba la divisoria con un medio más a cambio de defender con tres,
una temeridad si se tiene en cuenta la nómina de delanteros azulgrana: Messi,
Luis Suárez y Neymar.
El plan de Guardiola propició un
cuarto de hora de vértigo, imposible de digerir para los volantes, superados
por el ir y venir de defensas y delanteros, una locura para los porteros,
expuestos a situaciones de mano a mano como la que afrontó Neuer con Luis
Suárez. El meta le ganó la partida al ariete y se acabó el riesgo y la
diversión, menguó la tensión, se pasó de la locura a la cordura y se calmó el
Camp Nou. A partir de la recomposición de líneas alemana, ya con un esquema más
convencional (4-4-2), se impuso el orden, se achicaron los espacios y se
acabaron los mano a mano que había propiciado el 3-5-2 inicial del Bayern.
Incluso con la contienda atemperada nadie reparó en la
figura de Guardiola, ignorado cuando se cantaron las formaciones, sin mención alguna,
como si fuera un técnico rival cualquiera, concentrada como estaba la hinchada
en un partido agotador, dominado por la grandeza de Neuer. El meta, imponente
con los pies, marcó las diferencias ante Alves (m. 38) y Suárez (m. 11),
exuberante el lateral e inteligente el delantero, sobresalientes en el
despliegue del Barça. Aunque el marcador ni pestañeó, los dos equipos
agradecieron el descanso después de batirse de manera soberbia, como demanda la
Champions.
El desgaste físico fue tan brutal como el psicológico, digno
de unthriller por su interés y emoción, muy absorbente para el
espectador, igual de concentrado que los jugadores, incluido Messi. Aunque al
10 le costó salir de la defensa de ayudas que montó el Bayern, nunca le dio la
espalda al encuentro sino que se ofreció como extremo o volante, de acuerdo a
las necesidades del Barça, que siempre tuvo más peso en el partido que el
Bayern. Los jugadores sabían, también Messi, que cualquier descuido penalizaba,
que un error podía ser definitivo en un choque de máximos, intenso, digno de la
Copa de Europa.
La cita exigía futbolistas mayúsculos, y más por parte del
Barcelona, que pasó un mal rato en la reanudación, gobernada por la serenidad y
despliegue del Bayern. Rakitic sostuvo entonces al Barcelona mientras calentaba
Xavi. Aparentemente necesitaba paciencia el Barça. Al Bayern le perdió entonces
la confianza, la superioridad con que jugaba, el punto de soberbia en la salida
del balón, perdido por el lateral ante el arrebato de Alves. El brasileño
anticipó, robó, aceleró y la puso para Messi, que no perdonó a Neuer.
Messi
entró en acción y ya no paró hasta meter un segundo gol excelso por el recorte
a Boateng.
Messi regateó al central del Bayern, descuartizado en la
cancha, para después picar la pelota sobre la salida del inmenso Neuer. La
jugada sacó del encuentro a los alemanes, entregados a un final de partido
suicida, rematado en el tiempo añadido por un tercer gol, tras una asistencia
de Messi, materializada por Neymar, excelente en la definición ante Neuer. Los
azulgrana entraron en combustión y alrededor del 10 se convirtieron en la
máquina de matar, en el equipo que rebosaba salud desde Anoeta, el estadio que
marca el punto de inflexión del Barça. Nada pudo opinar el Bayern, convertido
en carne de cañón por Messi como temía Guardiola.
Nadie hubiera dicho que el Bayern estaba mutilado, atacado
por una depresión y un rosario de calamidades, hasta que apareció Messi y marcó
el camino hacia la final de Berlín. Ni siquiera su progenitor futbolístico,
quien más ha entendido al 10, como es Guardiola, sabe cuál es el secreto de
Messi. Ni suda, ni llora, ni sangra, simplemente marca goles de fábula como el
segundo, suficiente para marcar diferencias, digno de ser tatuado en su brazo
izquierdo después de que en el derecho ya luzca una de las vidrieras de la
Sagrada Familia, una obra tan admirada como inacabada como el fútbol del propio
Leo Messi. Tenía razón Guardiola: no hay remedio contra Messi.
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