Por Santiago Segurola/
Marca.com
No hay una teoría que explique la relación entre el jugador
que uno fue y el entrenador que uno es. Son universos diferentes con amplias
áreas de contacto. El futbolista es acción más pensamiento, y no siempre. En
muchas ocasiones, al jugador le mueve el instinto, el don divino que le permite
tomar decisiones durante años sin pensar en lo que hace, ni reflexionar sobre
lo que ha hecho. Este tipo de futbolista resulta bastante común. Sin embargo,
su carácter estrictamente intuitivo no le inhabilita para el oficio de
entrenador. Puede ocurrir que el intuitivo se convierta en un estratega después
de cerrar una carrera y comenzar otra.
El control de Guardiola
Tampoco hay teorías que identifiquen las razones por las que
un futbolista creativo instaure después un modelo hermético, sin concesiones
estéticas. Clemente es un caso palmario. Sin embargo, hay casos donde el
jugador y el entrenador coinciden al milímetro. Guardiola propugna como técnico
el modelo que defendió como nadie de futbolista. Con respecto a Luis Enrique no
hay una tesis definitiva, pero comienza a dar señales de remitirse como técnico
al jugador que fue.
Por razones con su credo futbolístico y sus limitaciones
físicas, Guardiola fue un cartesiano que se sentía obligado a ejercer un
control absoluto sobre el juego. Sus características encontraron un modelo
ideal en el sistema de Cruyff: juego elaborado, máxima posesión, futbolistas en
posiciones muy definidas, gran predominio de la técnica y el papel esencial del
medio centro. Desde ahí, Guardiola terminó por erigirse en un entrenador que
jugaba. Luis Enrique estaba en las antípodas de su compañero. Fue un gran
futbolista caracterizado por el despliegue, la versatilidad y su adaptación a
cualquier fórmula.
El eclecticismo se observaba en el campo y en su adaptación
a todos los estilos. Transitó con éxito por todas las líneas. Se declaró
delantero centro después de su etapa inicial en el Sporting, pero en el Real
Madrid fue lateral izquierdo y derecho, extremo en los dos costados, media
punta y ariete. En el Barça se movió por varias posiciones, aunque finalmente
triunfó como un centrocampista de asalto, famoso por sus diagonales y sus
irrupciones en el área.
El sello del estilo Barça
Clemente siempre le incluyó entre sus predilectos en la
selección, donde también recorrió varias posiciones. Con Camacho tampoco perdió
influencia.
Como futbolista, Luis Enrique se construyó sobre numerosos
sedimentos. Sirvió, y muy bien, para todos los estilos, con una característica
esencial: era un jugador mucho menos interesado en la elaboración que en la
verticalidad, un futbolista directo, impaciente, veloz y competitivo. En muchos
aspectos añadió al Barça las características que se consideran propias del
Madrid. Y funcionó. Amado por el Camp Nou, Luis Enrique edificó una de esas
prestigiosas carreras que habilitan a unos poquísimos jugadores para dirigir
después a los grandes equipos. Guardiola fue uno. Luis Enrique es otro.
Cualquiera puede adivinar a Xavi como futuro técnico del Barça.
El sello Barça obliga mucho. Desde hace 25 años, con algún
lapsus sin apenas relevancia, su modelo tiene un carácter canónico. La
influencia de Cruyff alcanzó su cima a través de Guardiola, constructor de un
equipo mítico que generó un problema para las ediciones posteriores. Ese Barça
se asume como irrepetible. Sin embargo, a cada Barça -el de Vilanova, el de
Martino y ahora el de Luis Enrique- se le compara irremediablemente con aquél.
La derrota está asegurada.
Luis Enrique llegó al Barça con una ventaja. Su predecesor,
Martino, fue el chivo expiatorio de todos los males del equipo y del club. No
tenía un pasado azulgrana, no cultivó la relación con la prensa, no tiró de
demagogia y el equipo no ganó un título. Era la perfecta pieza de caza. Para
unos traicionó el estilo. Para otros se dejó avasallar por Messi y las figuras.
Algunos le vieron como el paraguas de las sucesivas catástrofes
institucionales. En cualquier caso, atacar a Martino resultaba sencillo y depurativo.
En él se concentraron todos los problemas. Su desagradable papel aclaraba el
panorama a su sucesor.
Le sucedió Luis Enrique. Pocos entrenadores han llegado a un
club con una opinión general tan favorable. Su crédito estaba sostenido por dos
razones: su huella como futbolista en el Barça y su temporada como entrenador
en el Celta, un equipo que había jugado sin complejos, al ataque. Luis Enrique
había construido un equipo muy parecido a sus características como jugador. De
su verdadero ideario como entrenador se sabía menos. Le tocaba demostrarlo en
el Barça, donde a diferencia del Celta existe un modelo sagrado de estilo.
Polémica sobre el juego
Han pasado menos de tres meses desde que comenzaran las
competiciones y el Barça mantiene algunos mecanismos del pasado, pero ha
perdido muchos rasgos que le definían. Es un equipo con menos control, menos
preciso y más pendiente de gobernar las áreas -en la suya no lo consigue- que
el medio campo.
Aunque Luis Enrique se refiere a menudo a la posesión, su equipo
no destaca por el orden, ni por el respeto a las posiciones. Poco a poco, el
Barça navega hacia una nueva aventura, con algún equipaje del modelo anterior. La polémica alrededor
del juego del equipo ya se ha despertado. En cualquier caso, es un Barça que
cada vez se parece más al jugador que fue Luis Enrique.
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