JUAN TALLÓN
La venganza es impostergable. Barsa y Bayern dos años buscándose con indiferencia.
Cada partido de fútbol es una venganza por una cicatriz
truculenta que un rival te legó en un viejo partido, cuyo recuerdo aún te acosa
cuando apagas la luz. Nunca ves el minuto de cobrarla, por eso juegas a todas
horas, y te vas con el balón a la cama, y le das toques a un cajetilla de
cigarros vacía. Sin ánimo de revancha el fútbol no sería más importante que la
liga de bridge. No se puede jugar a vida o muerte, como corresponde, sin
enemigos acérrimos y viles a los que devolver las infamias. Ellos son, en el
fondo, los verdaderos amigos, los que le sacuden a uno el aburrimiento. Por
suerte, el jugador se despierta por las mañanas con sed de venganza. Mi idea de
un día perfecto es pisar una caca de perro nada más salir a la calle. A partir
de ese instante tengo un buen motivo para vivir, y ya sólo sueño con el segundo
en que encuentro al dueño del animal.
A un futbolista no le importa si hay que esperar años para
saciar un desagravio, igual que Edmond Dàntes o Emma Sunz. Mientras discurre un
plan infalible, sin fisuras, el tiempo pasa volando. Y entonces llega el día.
Pocas veces la venganza se presentará tan bella y oscura como en el
Barça-Bayern de Múnich. Llevaban dos años buscándose con indiferencia, de ese
modo diplomático con el que dos personas se evitan. Quizá por eso cayeron el
año pasado uno ante el Atlético y otro frente al Madrid. Simplemente, no era la
hora. Para todo hay un minuto excelso, precedido de una larga espera. Pero
ahora sí.
El Barcelona se presenta a la cita bajo ese aspecto temible
que tienen los pistoleros con bigote, proclives a desenfundar por menos de
nada. Todo lo que hace últimamente el equipo de Messi, así sea retirarse al
vestuario en el descanso, acarrea un gran peligro para el rival. La delantera
lleva semanas llamando a todas las puertas, preguntando si vive ahí Pep
Guardiola, como si fuesen policías de paisano en busca de un fugitivo que porta
un secreto valiosísimo. A su modo, el Barça desea cumplir con el consejo de
Faulkner a sus discípulos: “Mata a tus ídolos”. Éstos, después de alumbrarte el
camino, se vuelven piedras en los bolsillos. Me temo que las revoluciones de
tus maestros, reproducidas por tu generación, son papeleo de oficina. Necesitas
tu propia revuelta.
Entretanto, en el Bayern han estado haciendo dedos con sus
últimos rivales. En el tercer gol que le infligieron al Oporto, precedido de 25
pases, los tres últimos sin dejar que el balón tocase el suelo, para no
ensuciarlo, aprovecharon para ensayar El Mesías de Händel. No en vano, gracias
a Guardiola descubrimos que se podía jugar al fútbol en esmoquin, encima de un
piano de cola, sin que se rayase. Será trepidante ver si se apropia del balón
en el Camp Nou, y cómo minimiza a Messi, que nos enseñó que se puede hacer
sonar un piano aunque no tenga teclas.
La venganza es impostergable. Comparecen tantas deudas del
pasado, que será casi una semifinal escrita por Borges, en la que uno de los
dos equipos, en un instante imperceptible, al fin saca un revólver familiar de
un cajón y aprieta tres veces el gatillo. Después el conjunto rival se desploma
como si los estampidos y el humo lo hubiesen roto, mientras aún tiene tiempo a
escuchar cómo su enemigo dice. “He vengado las viejas putadas”.
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