viernes, 24 de abril de 2015

BAILANDO CON LOBOS. por Ignacio Benedetti.



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por IGNACIO BENEDETTI/. 

Los entrenadores se desviven por encontrar la fórmula perfecta para ganar. Con la intención de fortalecer su gremio, algunos le han hecho creer al mundo que existe un mapa secreto a la victoria que solo ellos pueden descifrar, cuando lo suyo es ayudar a que un equipo compita en las mejores condiciones, lo que no es poca cosa. Olvidan –o pretenden que los demás lo hagamos–  que para lograr el triunfo se necesita que coincidan muchas variables, entre ellas la sonrisa de la diosa fortuna, que no lo hace según nuestras urgencias, sino según sus caprichos.

Eso lo saben los lobos, expertos en oler sangre a mil kilómetros de distancia. Estos se presentan en el momento justo para sugerirle a los incultos dirigentes aquello de que su verdad es la verdad verdadera. Si rota jugadores, entonces es que no tiene un once tipo; y si no da descanso a su estrella es porque le falta carácter. ¿En qué quedamos? En lo mismo. Mi verdad es más verdadera que las otras verdades. Valdría la pena recordar al británico Paul Strathern: “La ciencia es la verdad que funciona, no la verdad cierta“. Pero ojo, que esto no es ciencia, sino algo mucho más complejo y profundo.

 Aceptemos que no hay realidades permanentes y nos irá mejor. Lo que hoy sirve mañana puede que nos haga daño. Es parecido a la ciencia. Pero no es idéntico. Recordemos a George Berkeley a través del análisis del mismo Strathern: “Si el conocimiento se basa enteramente en la experiencia, sólo podemos conocer nuestra propia experiencia. No conocemos en realidad el mundo, sólo nuestra percepción particular de él“.

Si alguien conoce a los lobos es Marcelo Bielsa. El entrenador del Olympique de Marsella baila con lobos y lo sabe. Uno a veces supone que Marcelo elige sus destinos consciente de la dificultad que estos encierran. Claro que su razonamiento y el origen de sus decisiones seguramente son más complejos e interesantes que mi declaración. Pero ese gusto por los imposibles lleva al rosarino a bailar con lobos y estos, lo sabe Marcelo, en algún momento actuarán como tal. Él los reta y les exige que hablen del juego, casi como para comprar un poco de tiempo, pero llegará el momento. Está escrito. Cuando aparezcan dos derrotas consecutivas correrá la sangre y le cuestionarán hasta la forma de respirar. Son las reglas del juego y Bielsa las acepta. Sabe que los lobos existen y son bravos. Pero él disfruta sintiéndolos cerca porque también sabe oler la sangre.

Ya una vez se lo manifestó a su selección argentina antes de un partido frete a Colombia: “En las peleas callejeras hay dos tipos de golpeadores. Está el que pega, ve sangre, se asusta y recula. Y está el que pega, ve sangre y va por todo, a matar. Muy bien, muchachos: vengo de afuera y les juro que hay olor a sangre“. Bielsa sabe muy bien con quién baila y hace bueno a Derrida cuando este dijo que nada amaba más que recordar y que la memoria misma. Marcelo baila, le gusta y no puede mantenerse alejado de la fiesta, por más perversa que esta sea.

Ahora bien, esto es fútbol y con él ya tenemos suficiente como para meter a Berkeley, Derrida y otros que tanto iluminaron al espíritu humano. Entonces vayamos hasta Osvaldo Zubeldía, uno que supo ser, al mismo tiempo, partenaire de los lobos y lobo, víctima y victimario. El entrenador del mítico Estudiantes de la Plata no solo disfrutaba danzando con sus posibles verdugos, sino que hacía todo lo posible para que estos tuvieran todas las herramientas posibles para combatirlo; hasta les explicaba qué estrategias pensaba ensayar en el próximo partido y cómo combatirlas.

¿Su justificación? Que de esa manera tenía que emplearse más a fondo para encontrar soluciones a lo que eventualmente propondría el equipo rival y, además, obligaría a sus jugadores, la razón de ser de este deporte, a encontrar nuevos caminos hacia la victoria. 

Zubeldía alimentaba a las fieras porque disfrutaba su cercanía a ellas. No cabe duda de que quien voluntariamente vive cerca del precipicio es porque encuentra placer en la proximidad al peligro. El riesgo estimula el sentido de supervivencia y obliga al cerebro a trabajar a toda máquina. Para algunos hay algo de masoquista en todo esto. 

Para otros –me cuento entre ellos– se trata de recordar que “la posibilidad de fallecer es lo que nos lleva a la grandeza”. No hay nada más peligroso, emocionante y contrario al confort que bailar con lobos.
* Ignacio Benedetti.


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