...NI DE FÚTBOL SABE.
por FRANCISCO RUIZ BELTRAN
“Quien solo sabe de fútbol ni de fútbol sabe”, decía
el filósofo portugués Manuel Sergio. El mismo que piensa algo que comparto: el
fútbol no es una actividad física sino humana. Él, a modo de ejemplo, dice que
en fútbol no hay remates sino personas que rematan y no hay saltos, sino
personas que saltan.
Uno de los errores que observamos a menudo es contemplar al
futbolista como un ente físico, alguien que ni siente ni padece, aislado del
contexto y que es simplemente la suma de sus características: remate de cabeza,
disparo, velocidad, etc. Óscar Cano o Conde defienden que el futbolista no
existe, sino que “es contextual”, y generar ese contexto que optimice
el rendimiento individual y colectivo es una de las labores más importantes en
la profesión de entrenador.
Dicen algunos técnicos, orgullosos de ellos mismos a pesar
de obtener malos resultados allá donde van, que los jugadores hablan fenomenal
de ellos, que conservan grandes amistades con quienes un día fueron sus
futbolistas. Es una observación similar a la de “perdimos, pero tuvimos
más el balón que ellos”. Ambos comentarios tienen un problema de fondo
común: no distinguir un medio del objetivo final. Dominar el balón no es un
fin, es un medio para ganar. Llevarse bien con los jugadores no es un fin,
puede llegar a ser un medio para optimizar rendimientos. De nada me vale
llevarme bien con mis jugadores si no consigo sacarles el máximo rendimiento.
Al hablar de una ciencia humana cuando hablamos de fútbol,
la importancia de la psicología cobra un aspecto fundamental y global.
Tradicionalmente se entiende esta ciencia dentro del deporte como la capacidad
para motivar, muchas veces reduciendo su importancia al diálogo
jugador-entrenador o a los monólogos pre partido. Sin embargo, la psicología
está intrínseca en todas las vertientes y durante todo el proceso colectivo.
Cuando llegamos a un equipo nuevo y hacemos un estudio de
nuestros jugadores, necesitamos observar las microsociedades y las sinergias,
entender que el todo es más que la suma de sus partes y la elección del modelo
y principios de juego que haremos se corresponderá con la naturaleza de
nuestros jugadores. La calidad y naturalidad de esta elección ya será el primer
mensaje a nuestros jugadores, que sentirán el modelo como suyo, lo que les
reforzará, compartirán y crecerán en autoconfianza individual y colectiva (este
modelo, este juego, estos compañeros me harán mejor jugador, estaré en un contexto
más adecuado) o todo lo contrario. Un nefasto ejemplo de psicología
deportiva será llegar al Barcelona y presentar un modelo de juego basado en
balones largos, segundas jugadas y obligar a pasar de la primera fase a la
tercera obviando el centro del campo. Decidiendo esto, por muchas charlas
grupales e individuales con Xavi, con Iniesta o con Busquets, estarás minando
la moral de los jugadores y del grupo que tienen un autoconocimiento que les
hará sentirse fuera de contexto y trabajar en un entorno que no potenciará sus
virtudes ni su juego global. Eso, además, no despertará motivaciones
suficientes para enfrentarse como guerreros a los rivales,
porque si no crees en lo que haces, no lo harás al cien por cien. Es por esto
por lo que la famosa frase de que para dirigir a un grupo hay que hacerles
creer en la idea es incompleta. Primero, hay que tener una buena idea, una idea
que se corresponda con la calidad humana que vas a manejar.
Un caso similar es cuando establecemos un plan de juego
previo a un partido. Normalmente, el mejor plan es aquel en el que mis
jugadores crean. Cuando digo que “fue una victoria táctica” no
quito mérito a los jugadores porque entiendo esa táctica como la colaboración
cuerpo técnico-jugadores. Solo me puedo plantear hacer un movimiento táctico
diferente si creo y si mis jugadores tienen capacidad para llevarlo a cabo en
el partido. Sin ellos, no hay táctica. Mi trabajo es tomar decisiones que nos
lleven a ganar, pero ganan los jugadores, claro. Porque si mis movimientos no son
interpretables, perderemos el partido.
El plan de juego, decía, no se establece en una pizarra sino
que su complejidad es mayor y más global. Necesitamos que potencie nuestro
juego, que lleve al mínimo el juego del rival, pero sobre todo que nuestros jugadores
entiendan y conozcan los porqués y que sientan que llevando a cabo una
estructura determinada tendrán más posibilidades de ganar el partido. Una vez
más, creer para vencer. Y siempre es más fácil creer si sientes lo que haces.
El Barcelona era un equipo mentalmente fuerte y sus rivales
sufren emocionalmente por, entre otras cosas, una razón de juego. El contexto
durante el partido era el que quería el Barça, el juego se desarrollaba como
planeaban, de la manera en la que más se potenciarán sus virtudes (posesión de
balón, circulación rápida, equipo adelantado) y además al desnaturalizar al
rival, le obligaba a tomar decisiones y hacer movimientos a los que no están
acostumbrados y más tiempo del que desarrollan haciendo esas actividades
normalmente.
También el componente emocional tiene un protagonismo fuerte
durante los entrenamientos. El control de las recuperaciones, de los tiempos de
descanso, las actividades diarias, la calidad de las tareas, su complejidad o
incluso el éxito de los jugadores durante las sesiones irán generando hábitos,
información y sensaciones en los jugadores. Si todo es fácil, si todo lo
resuelvo con éxito, si apenas tengo oposición durante la semana, si llego
cansado, si acumulo demasiada información… no superaré las adversidades, no me
acostumbraré a la exigencia mental y de concentración de un partido, no
aguantaré el mismo nivel de activación noventa minutos, aparecerá antes la
fatiga, etc. Igual que un exceso de complejidad en los entrenamientos o no
tener éxito resolviendo nuestros principios de juego durante las sesiones hará
que seamos inferiores emocionalmente al rival por no creer y no sentir nuestro
juego –si siempre hacemos las cosas mal, no las haremos bien en los momentos
claves.
Todo esto va acompañado de una gestión de vestuario en la
que conviven todo tipo de personas diferentes que incluso pueden tener
objetivos distintos y, seguro, motivaciones individuales más o menos
importantes. Gente que ya es inteligente, que adivina sus roles y los de sus
compañeros, que juzga las sesiones y alineaciones del entrenador, que piensa
con egoísmo buscando la titularidad y no aceptando la suplencia, jugadores que
trabajan y no juegan en detrimento de otros que no trabajan y juegan. Algo
habitual en el fútbol y que imposibilita a largo plazo el rendimiento
continuado ya que si trabajo y no juego, dejo de trabajar; y si juego sin
trabajar nunca trabajaré al máximo. Y el entrenador, conociendo todas estas
variables, y sin hacer siempre lo correcto, es el que tiene que tomar las
decisiones finales con el objetivo de que su equipo esté despierto, crea en el
plan de juego y en la importancia de trabajar dejando de lado el yo por
el nosotros. El proceso no es fácil y cada vestuario es un mundo:
cuando algo parece morir, necesita ser reactivado y hay que encontrar las
fórmulas.
Un entrenador, este año, ha optado por críticas públicas,
por sentar a un peso pesado y por no aceptar más errores. Esto ha caído mal en
los jugadores. Pero lo que importa ahora no es si piensan bien o mal de su
entrenador (ningún suplente puede ser feliz, nadie que es criticado lo acepta
con amabilidad) sino qué efectos tendrá en el rendimiento individual y
colectivo de los jugadores de aquí a final de temporada. Porque nadie es feliz
en el momento del castigo y todos lo son cuando son campeones en mayo.
Entonces, algunos, incluso reconocen que aquel toque de atención les obligó a
exprimirse y mejoraron e incluso llegó a ser un punto de inflexión. La
enemistad con victorias, en fútbol, siempre es mejor que la amistad con derrotas,
y aunque personalmente pienso que la relación entrenador-jugador es importante
y tengo el placer de llevar vestuarios felices, motivados y con los que tengo
confianza plena, distingo el medio del fin y si nos contratan no es para ser
amigos de los jugadores, sino para hacerles ganar.
* Francisco Ruiz Beltrán es
entrenador. Autor del libro “Filosofía y manual de un entrenador de fútbol”
(Wanceulen Editorial).
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