Por Carlota Torrents – Natalia Balagué /
Tomado del libro: El fútbol no es así. ¿Quién dijo que
estaba todo inventado?
de Pedro Gómez.
La complejidad como marco teórico ha generado un interés creciente
en el entrenamiento del fútbol durante la última década. Cualquier entrenador
es consciente que la mejora de las capacidades condicionales de sus jugadores o
incluso sus habilidades técnicas individuales no tiene por qué mejorar necesariamente el rendimiento
de su equipo. La investigación se centraba justamente en ese tipo de mejoras,
mediante entrenamientos analíticos que daban muy buenos resultados en el
laboratorio, pero no los suficientes en el campo.
En nuestro contexto, entrenadores tan relevantes como
Paco Seirul´lo ya auguraban este cambio de enfoque en la década del 70. La
neurociencia, los conceptos y herramientas de análisis surgidas de la
teoría de los sistemas dinámicos y la
perspectiva de la psicología ecológica revolucionaron la investigación sobre el
aprendizaje y el control motor, pero no fue hasta la década de los 90 que se
estudiaron aplicaciones concretas al entrenamiento deportivo. Específicamente
en fútbol, las herramientas de los sistemas complejos han ayudado en los últimos
años a estudiar y desarrollar la idea del entrenamiento basado en el juego, de
forma que el entrenador pueda conseguir la adaptación de parámetros
fisiológicos, técnicos, tácticos mediante la propuesta de juego modificados,
así como a identificar qué perturbaciones o variables son críticas para que se
produzcan una transición durante el juego.
En nuestra opinión, la aceptación de que el jugador, el
equipo o el club deportivo son sistemas complejos puede ayudar sobretodo a la
comprensión de muchas de las problemáticas que se dan en los diferentes
niveles, y especialmente a generar nuevas metodologías y dinámicas de
entrenamiento, más acordes con esta naturaleza compleja.
Uno de los principios sistemáticamente ignorados por las
metodologías de entrenamiento vigentes es el de la autoorganización. Los
sistemas complejos encuentran soluciones eficaces y eficientes en entornos
cambiantes de forma espontánea, es decir, sin precisar de programas ni órdenes
externas o internas. La autoorganización explica la formación espontánea de
patrones de comportamiento con muchos grados de libertad en el fútbol y por
tanto la imprevisibilidad de éste. La dinámica del juego presenta constantes
transiciones entre estados estables e inestables que emergen de la interacción
entre componentes propios de los jugadores, del entorno y de la competición o
situación concreta de juego.
Por esta razón es necesario comprender las reglas que
rigen la naturaleza no lineal de dicha interacción. Los componentes internos
hacen referencia al genotipo y fenotipo de los jugadores, incluyendo sus
motivaciones o estado emocional; las variaciones del entorno se refieren a la
política del club, a las relaciones familiares, a la climatología…; y las del
juego se refieren al comportamiento del adversario, al reglamento, al material
utilizado, las medidas del espacio de juego, el número de jugadores… El
objetivo del juego será justamente identificar y manipular críticamente
determinados componentes para romper la estabilidad de la relación entre los equipos
oponentes y que así emerjan situaciones de juego donde el equipo con posesión
pueda finalizar. Algunos de estos conceptos se han asumido con facilidad,
puesto que son altamente intuitivos y fácilmente observables. No obstante, la
comprensión de los principios que rigen la dinámica compleja del juego y su
correlación a diferentes escalas es necesaria para intervenir de forma efectiva
y tomar decisiones adecuadas en cada momento.
La consecución de una nueva adaptación, la adquisición de
una nueva habilidad técnica o el desarrollo de un modelo táctico de juego en un
equipo se explica por dichos procesos de interacción dinámica correlacionados a
diferentes escalas (desde la individual a la grupal).
Es decir, la interacción, de naturaleza cambiante, entre
los diferentes sistemas de un organismo (nervioso, muscular, cardiovascular,
etc) produce la emergencia del comportamiento a nivel individual; la
interacción entre los diferentes jugadores produce la emergencia del juego
colectivo y a su vez modificará el comportamiento individual; este mecanismo se reproduce en la interacción
entre el equipo y el entrenador, la interacción entre el equipo y el club,
entre el club y la afición, etc.
Los principios coordinativos que explican dichas
dinámicas son poco conocidos y estudiados, por lo que la perspectiva dominante
sigue siendo excesivamente reduccionista.
Los progresos de los sistemas complejos no son lineales,
sino que, fruto del proceso de autoorganización, se dan de forma espontánea y
como consecuencia de la práctica realizada en situaciones únicas caracterizadas
por entornos internos y externos que nunca se reproducen. Tal y como se ha
demostrado en múltiples estudios relacionados con la motricidad humana, para que
una nueva organización sea estable (por ejemplo que los jugadores ocupen una
zona que normalmente descuidan durante el juego o que una habilidad técnica se
ejecute eficientemente) necesariamente se pasará por una zona de inestabilidad.
Cualquier deportista ha vivido como el aprendizaje de una habilidad no lineal, es decir, no sale cada día un poco
mejor, sino que la intención del cambio suele suponer un empeoramiento de esa habilidad.
Espontáneamente, un día emerge una organización más
eficiente, pero será necesario practicar para que un nuevo patrón de
comportamiento se estabilice (y no automatice, ya que ese comportamiento deberá
ser suficientemente flexible como para que se adapte a situaciones diferentes a
las del entrenamiento). La inestabilidad es por tanto una fase necesaria para
que un sistema transite hacia estados más eficaces, y encuentre nuevas formas
de organización. No obstante, la presión que tienen los clubes deportivos para
que su equipo siempre responda como se
espera imposibilita que los entrenadores o los propios jugadores asuman esta
característica de los sistemas complejos y se arriesguen a desestabilizar el
sistema para encontrar nuevas formas de organización más efectivas (por
ejemplo, aplicando nuevas metodologías de entrenamiento). Según los principios
de la complejidad, ningún equipo podrá progresar nunca linealmente, y para que
se produzca realmente un cambio, serán necesario fases de inestabilidad y por
tanto de un juego quizás menos efectivo o más variable.
Trasladado a las situaciones de entrenamiento, los
entrenadores tienden a proponer modificaciones del juego para entrenar esta o
aquella problemática que tienen sus jugadores con la idea de practicar en
situaciones lo más próximas posibles al juego real. Sería lo que habitualmente
se denomina entrenamiento integrado o entrenar mediante juegos reducidos. A
pesar de estas propuestas colaboran en gran parte con lo que aquí proponemos,
no acaban de tener en cuenta la naturaleza compleja del jugador y del juego, ya que asumen una integración
sumatoria y lineal (si quiero entrenar un modelo de juego, diseño tareas en las
que se necesite jugar con ese modelo, asumiendo que eso provocará que luego se
dé en la competición de forma proporcional, lo que no deja de ser una forma de
programar el juego).
Pero para favorecer la emergencia de nuevos
comportamientos que puedan sorprender al rival, quizás es necesario
desestabilizar los patrones habituales de los jugadores, de forma que el
contexto les ayude a encontrar nuevas soluciones. La integración se entiende
aquí como dinámica y no lineal, es decir, se acepta que puedan emerger
comportamientos diferentes a los que se han practicado específicamente debido a
la interacción entre todos ellos o que la estabilidad emerja a partir de la
práctica en situaciones de inestabilidad gracias a la propuesta de contextos
cambiantes. No obstante, para ser efectiva, la variabilidad no será aleatoria
ni tampoco excesivamente regular, como ocurre con las clásicas repeticiones de series
y ejercicios del entrenamiento deportivo clásico.
En ese contexto, probablemente el juego será menos
eficiente e inestable, pero el entrenamiento habrá ayudado a mejorar la
adaptabilidad del sistema (ya sea el jugador o el equipo). Un ejemplo que todos
conocemos que ilustra esta afirmación es el de la especialización temprana.
Cuando en la iniciación, a los niños se les especializa en una posición, o
incluso en un deporte demasiado pronto, consiguen ser más eficaces que los
compañeros de su edad en esa posición, pero eso no suele colaborar con que se
conviertan en jugadores adultos versátiles y adaptables a contextos y equipos
con necesidades cambiantes. Este proceso no es solo importante durante la
infancia, sino en todas las etapas del jugador. A una escala superior, cuando
un equipo no tiene resultados, se cambia al entrenador.
Muchas veces ese cambio realmente produce un cambio en el
comportamiento colectivo, fruto de las relaciones no lineales que se establecen
(simplemente un cambio socioafectivo puede provocar un cambio global del
comportamiento del equipo), pero seguramente hay muchos otros cambios que
pueden proponerse para que el equipo se desestabilice y pueda emerger un nuevo
comportamiento colectivo.
Consideramos que las propuestas metodológicas surgidas de
la investigación son aún escasas y que en los próximos años veremos cómo
proliferan muchas otras desde diferentes laboratorios, y posiblemente muchas de
ellas se estudiarán también en otros deportes. No obstante, para que el fútbol
siga desarrollándose como deporte se precisa formar a jugadores y equipos más
eficaces y eficientes, y también se necesita la aceptación y la comprensión de
los principios de complejidad que explican cómo se producen los cambios y
adaptaciones tanto a nivel individual como grupal.
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