"El JUEGO HA DEJADO DE SER JUEGO".
por Ignacio Benedetti./
Se indignan los jugadores, protestan los entrenadores,
se mortifica el público y se asustan los árbitros. Mientras tanto, el juego ha
dejado de ser juego para convertirse en la acumulación de frustraciones de una
sociedad que cada vez se muestra más enferma y menos tolerante con sus
protagonistas.
En esa infernal dinámica, olvidamos que hay pocas
condiciones que nos convierten en semejantes; la mortalidad y la imperfección
son seguramente las más notables y reconocibles. Y en vez de aceptarlas y vivir
a gusto, acumulamos más de dos mil años desafiando al tiempo y peleando para
neutralizar lo imposible.
Cuánto cambiaría todo si en lugar de perder el tiempo
levantando el brazo ante cada posible fuera de juego siguiéramos jugando, o si
sencillamente nos dedicásemos a comprender este deporte como un encadenamiento,
no como un rompecabezas. Lo sucedido en los cuartos de final de la Copa del
Rey, cuando cuatro jugadores colchoneros, en vez de intentar interrumpir la
reacción blaugrana, protestaron un posible penal de Jordi Alba, es el perfecto
ejemplo de lo que trato de explicar.
¿El resultado de la
queja? Un equipo partido en dos que permitió el contragolpe y, a la postre, el
gol que sepultaba sus esperanzas.
Aun así, y sabiendo que se corre el riesgo de desligarse de
la dinámica del juego, el futbolista prefiere convertirse en abanderado del
lamento y el disgusto, lo que casi siempre es aprovechado por su contrincante
para hacer lo mismo que el Barça: anotar un gol.
El público es culpable también de tanta histeria y tanta
pena. Impulsados por esa degeneración que conocemos como medios partidarios,
somos nosotros los primeros en darle fuerza a cualquier intento de protesta,
por más increíble que esta sea, y caemos en el juego del Barto de
turno, hasta encontrar cualquier mancha que haga sospechar de las instituciones
más que de quienes son señalados como infractores.
Ya no dudamos del arbitraje, ¡ahora lo señalamos como
culpable antes de que la pelota eche a rodar!, y desde la prensa tradicional se
escudriña lo suficiente como para darle asidero a cualquier teoría
conspirativa. Es el mundo al revés: el delincuente señala a la institución y el
auditorio, al mejor estilo de borregos sin freno, sigue el camino de aquel que
levanta la voz, aunque sus reclamos sean tan creíbles como las excusas del
bueno de Sandrusco.
Ante semejante panorama no queda sino recordar a Voltaire
cuando dijo que “la idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el
enfermo el que sufre por ella, sino los demás”, y en este caso, ese
colectivo no es otro que el equipo, quien se convierte en rehén de la torpeza
humana.
Pero hay reproches que sí vale la pena atender, como los que
pronunció Marcelo Bielsa en su más reciente comparecencia pública. El
entrenador argentino se encargó de recordar algunas verdades. “El
periodismo al público lo único que le ha enseñado de fútbol, en líneas
generales, obviamente, porque hay sabios dentro del periodismo a los que yo leo
semanalmente para nutrirme, es solo sobre geometría: 4-3-1-2; 4-4-2; 3-4-1-2, o
siglas de esa naturaleza que no necesitan ser explicadas más allá de los
números“.
El Loco –cada vez más cuerdo y menos cercano a la banalidad
de aquellos a quienes critica– mete el dedo en la herida. Sus palabras deberían
llamar a la reflexión, no para examinar el juego de su Olympique, sino para
preguntarnos qué tanto nos gusta el fútbol, o si realmente estamos en esto para
alimentar nuestras propias miserias.
El show, ese que fomentan los padres de la protesta, la
queja, la acusación y el reproche, debe continuar. El contenido de los
entrenamientos, como dice Bielsa, no interesa, como tampoco lo que sucede en
los partidos. Esto se ha convertido, como avisaba Panzeri, en el negocio de un
mal juego, a lo que yo agregaría que vive, el negocio, de los gritos y la
histeria.
Del juego se ocupan
pocos, señalados por los protestantes de oficio como locos, esos a los que
Kerouac definió como “la gente que está loca por vivir, loca por hablar,
loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca
bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes
amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve
estallar una luz azul y todo el mundo suelta un ¡¡¡Ahh!!!”. O mejor dicho:
gente de fútbol, gente que juega y no se queja.
* Ignacio Benedetti.
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