LA DECENA SAGRADA.
Del libro Balón dividido de Juan Villoro. Nacido en México
-1956-, es novelista, cuentista, dramaturgo, ensayista, cronista y articulista
en varias publicaciones alrededor del mundo. Ha sido profesor en la UNAM, en la
Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, en Yale y en Princeton. Ha recibido
premios en Chile como el Premio Iberoamericano José Donoso, Premio Herralde en
México. A escrito libros importantes como Dios es redondo (Premio Manuel
Vásquez Montalbán 2006), El Testigo, El libro Salvaje, Ida y Vuelta, Arrecife,
Espejo Retrovisor, Efectos personales (Premio Mazatlán), La Casa pierde (Premio
Xavier Villaurrutia).
Balón Dividido, reciente publicación es hoy el gran
recomendado. Libro de relatos y crónicas, abarcan a las figuras recientes del
balompié actual y, entre extraordinarias conexiones con la literatura, la
historia y la psicología, como Juan Villoro nos ha acostumbrado, calienta el
ambiente para los numerosos y encendidos debates que el fútbol siempre concede.
El número 10 resulta clave para una especie que cuenta
con los dedos. El sistema decimal permite medir el tiempo con las manos.
Aunque el 10 oficia fundamentalmente de media cancha hacia
arriba, su magnetismo se percibe en el terreno de juego.
El protagonismo del 10 es evidente pero su mayor virtud
consiste en mejorar a los demás, que se esmeran por recibir sus pases. Si el
rival anula a este estratega, el equipo sufre muerte cerebral. El verdadero
sentido del número en su espalda consiste en indicar cuántos jugadores dependen
de él. Toda lista es arbitraria. En mi decena incluyo exclusivamente a
futbolistas que vi en acción.
DIDÍ. El fundador.
El mejor jugador del mundial de 1958 fue Waldir Pereyra,
conocido como Didí (Príncipe Etíope).
Cuando sus compañeros le urgían a apurar jugadas, solía
decirles: “Somos mejores que ellos, no hay que precipitarse”. Convencido de que
el tiempo beneficia a los mejores, jugó como si el reloj fuera una facultad
mental.
En los tiros libres lanzaba la pelota muy alto, como si
la portería estuviera en las gradas, pero la dotaba de efecto para que cayera
con un vaivén incierto, al modo de una “Hoja seca”.
Fue el mejor jugador en la historia del fluminense.
Elegante y majestuoso, nos hizo creer que nadie podría
imitarlo. En 1958 un joven Talento declaró: “Yo no soy nada comparado con Didí.
Nunca llegaré a los pies de Didí. Ël es mi ídolo, mi referencia. Los primeros
cromos que compré eran de él”. ¿Quién era el novato de diecisiete años que
idolatraba al Príncipe que jamás perdió la calma? Edson Arantes do Nascimiento.
PELÉ. El Rey.
El 25 de marzo de 1958 escribió que la realeza es un
estado del alma. ¿Quién la tenía en la cancha? El cronista desvió su mirada
impar hacia un adolescente que hizo una jugada de embrujo: “Para anotar un gol
así no bastan dotes de futbolista. Se precisa algo más: esa confianza plena,
esa certeza, ese optimismo que convierte a Pelé en un crack imbatible. Está por
encima de todo y de todos y acaba intimidando a la pelota misma”.
Representa a la perfección escénica. Ganó tres mundiales
y logró más de mil anotaciones. Transformó la potencia física en una manera de
llevar el ritmo. Debutó a los quince años con el Santos y ejerció la excelencia
durante dos décadas, imponiendo una soberanía irrepetible. El máximo juerguista
que ha tenido el fútbol, George Best, se lo encontró y le preguntó: “¿Qué clase
de rey eres tú, que ni bebes ni fumas?.
BOBBY CHARLTON. El resucitado.
La nación de Shakespeare merecía un fantasma que ajustara
cuentas con el destino. En 1958, el avión en que viajaba el Manchester United
se vino abajo: ocho jugadores murieron. Bobby Charlton sobrevivió para recorrer
la cancha con la sutileza de quien ha hecho pretemporada en el más allá.
Sus diagonales determinaron el estilo del fútbol inglés.
No le mandaba el pase al jugador, sino al hueco al que debía llegar.
Sus goles parecían un acto de nobleza. El portero los
recibía con el asombro del espadachín que cae admirando a su verdugo.
Es el máximo goleador del Manchester United, conquistó el
Mundial de 1966 y fue nombrado sir.
Fiel a su idea de que el fútbol es una forma de la
estética.
OVERATH. El piloto.
Wolfgang Overath es el volante de pasiones firmes.
En el imperio Austro-Húngaro resulta muy difícil que un
cretino fuera tomado por un genio, pero era muy fácil que un genio fuera
confundido con un cretino.
En ocasiones los analistas del fútbol proceden de ese
modo. Saben descartar a los jugadores de evidente torpeza, ero les cuesta
aquilatar la originalidad de un artista poco ostensible. Overath pertenece a la selecta categoría de
los retóricos que no subrayan sus frases célebres.
Alzó la Copa en el Mundial 1974. Overath ordenó el juego con la zurda. Era un
10 rezagado y prudente. Si se aíslan sus jugadas, resulta imposible saber cómo
va el marcador: en forma sosegada, busca el pase exacto. De 1966 a 1974
Alemania no se privó d ninguna turbulencia. Ese equipo tempestuoso fue posible
porque Overath conocía la ruta.
JOHAN CRUYFF. El iluminado.
La desmesurada nación que le ganó terreno al mar, produjo
a un jugador tan raro que le llamó completo. El fútbol requiere de especialista
y Cruyff aprendió a estar en cualquier sitio.
Cruyff ejerció la omnipresencia del fútbol total, pero
fue estrafalario en todas partes, comenzando por el vestidor, donde comía un
sándwich antes del partido y fumaba un cigarro en el medio tiempo. Fue el
primer 10 al que el pelo largo le sentó de maravilla. Promovió la libertad
sexual en las concentraciones. Descubrió que la ruta más corta entre dos puntos
es el zig-zag.
Tres veces Balón de Oro. Subcampeón del Mundo en 1974.
Como entrenador del Barsa, hizo declaraciones para saber que también sus
neuronas se mueven en zig-zag: “Si tienes la pelota, no es preciso que
defiendas porque sólo hay una pelota”. “En España todos los jugadores se
persignan; si eso sirviera, sólo habría empates”. “Si vas ganando 4-0, es mejor
dar en el poste para que el público diga uhhhh.
Cuando el joven Jorge Valdano discutió con él en un
partido, le dijo: “Soy Johan Cruyff y en la cancha se me habla de usted”.
Sólo permitió que la pelota le hablara de tú”.
MICHEL PLATINI. El arquitecto.
Tres veces Balón de Oro. Convencido de que sus dotes no
eran muy versátiles, mandó construir una pared a la altura de los defensas para
perfeccionar sus tiros mortales. A un tiempo elegante y desgarbado, rara vez
erraba un remate o un penalty. Fue campeón de goleo con la Juventus de Italia.
En cada partido se colocaba en un sitio diferente. Su
inteligencia y su carisma lo convirtieron en líder de la selección francesa en
los años ochenta. Amante de las soluciones prácticas, simplificaba los
milagros. Cuando anotó tres goles en la Eurocopa, declaró: “Fue sencillo: hice
uno con la izquierda, otro con la derecha y otro con la cabeza”.
Sus respuestas verbales eran tan rápidas como sus pases.
Nunca intentó lo que no sabía hacer. Sus virtudes provenían de evitar errores.
Más cerca de la astucia que de la pasión, le sacó un rendimiento inaudito a sus
cualidades. No es casual que al retirarse se convirtiera en el máximo político
deportivo surgido de la cancha.
MARADONA. El insurrecto.
Llevó el balón en el corazón. Anotador del mejor gol
legal y el mejor ilegal en la historia de los mundiales (México 86).Condujo a
un equipo olvidado Nápoles al Scudetto. Arrogante y melodramático fuera de la
cancha. Su picardía para engañar contrarios se extendió a las frases que
redondean su mitología: “la pelota no se mancha”. “Fue la mano de Dios”. “Me
cortaron las piernas”.
Rebelde de tiempo completo. Le habló a Dios como a un
compañero de equipo (lo imaginaba en una especie de vestidor celestial y lo
llama el Barbas) y una y otra vez admitió haberla cagado.
Fue el hombre más famosamente pateado del siglo xx pero
es difícil verlo como mártir. Ha hecho todo para aniquilarse, sin lograrlo
nunca.
Hizo tantas veces lo improbable con un balón en la cancha
o con una mandarina en una fiesta que llegamos a sentir que eso podía ser
lógico. No lo era.
ROBERTO BAGGIO. El fantasista.
Italia ama el juego seguro y considera que sólo uno de
los once tiene derecho a la imaginación.
En México 70, Gianni Rivera jugaba un tiempo y Sandro Mazzola el otro; no
alineaban juntos para no caer en pecado de creatividad.
De Giuseppe Meazza a Andrea Pirlo, Italia ha dependido
del Leonardo Da Vinci de turno que inventa maravillas. El más vistoso de ellos
ha sido Roberto Baggio, enamorado del dribbling que sólo se daba por satisfecho
al sortear a toda la defensa, superar la salida del portero y cambiar el balón
de pie para empujarlo con desdén a las redes.
Balón de Oro en 1993. Subcampeón Mundial en 1994.Su
talento podía florecer en cualquier parte porque estaba al margen de los demás.
Esto lleva a reflexionar sobre la función del individualismo en la liga italiana. El
fantasista no es el apóstata que se aleja de su grey; es el único autorizado
para ejercer la magia. Su condición es cercana a la del sacerdote que habla con
Dios antes que los demás.
Convertido al budismo, sorteó patadas con prestancia
revelando que el ataque puede ser una forma de la meditación.
ZINEDINE ZIDANE. El místico.
Con el cráneo rapado como un monje zen y cuerpo de
gladiador, Zidane demostró que todas las jugadas se hacen con la cabeza. Su
capacidad de concentración le permitió ser el hombre de la circunstancia que
anotó un penalti de oro en la semis de la Eurocopa, dos goles decisivos en la
final del Mundial Francia 1998, un golazo d volea en la final de la Copa
Europea de Clubes y un penalti en la final de Alemania 2006.
Llevó a Francia al más alto nivel. A la Juventus y al
Real Madrid a la cima de Europa.
Introvertido, intenso, de mirada profunda, demostró que
cada jugada tiene vida interior.
Su misticismo no requiere de teología; pertenece al lote
humano.
LIONEL MESSI. El genio.
También los gigantes comienzan desde pequeños. Algunos
son tan especiales que se ahorran la molestia de crecer y aun así revelan su
excepcional estatura. Con su porte de 1.69, Lionel Messi supera a los demás.
Cuatro veces Balón de Oro. Dueño de un insólito
equilibrio, destronca defensas y culmina las jugadas con rara eficacia, a veces
desde el suelo.
No busca faltas ni se tira a propósito. Tiene la ambición
del novato que debuta. Su obsesiva manera de jugar es la del niño o el autista.
También la del genio. El heroísmo no tiene horarios d oficina; depende de
momentos épicos.
En la batalla de las Termópilas o la Copa del Mundo, hay
que rendir.
La única asignatura pendiente de Messi es triunfar con la
selección mayor de Argentina (ya ganó un mundial sub-20 en 2005).
Aún no alza el trofeo decisivo, pero ha demostrado que un
gigante puede ser talla S.
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