Umaña. El incomprendido.
Lo conocí hace lustros, cuando, de zapatos blancos, pantalones ajustados, bota campana y terlenka, camisas ruidosas y anchas, azotaba baldosas en las discotecas caleñas. En la cancha, con su voluminoso afro y sus medias caídas, personificaba el arte en el fútbol, actividad en la que nunca tuvo límites técnicos.
Es un extraño coleccionista de música y de frases, con sentencias futboleras a quien el corazón traicionero, le mando alguna vez un recado fúnebre con intenciones de marchitarle la vida. Hoy, el mismo lo mantiene con matrícula condicional en este mundo, en uso frecuente del freno de mano que controla sus impulsos.
De futbolista vivió su esplendor a la sombra de otro grande, Jairo Arboleda. Cuando este sucumbió a los placeres nocturnos, tomo la posta creativa de un inolvidable Deportivo Cali, con el que logró un subtítulo en la Copa Libertadores, de la mano de Bilardo.
“African” le gritaban los locutores, extasiados con su vertiente técnica, la que le hacía demoledor con sus gambetas. Tenía chapa de exquisito y siempre representaba actos de magia con el cuero.
Con los años se hizo técnico y fue forjando equipos ganadores. Con América, porque el Cali le cerró las puertas como entrenador, le coqueteó a una copa, la que se le escapo de las manos en una mala noche, después de aplastar a lo largo de un semestre, a los rivales.
Hoy pisa fuerte con América equipo de evidentes progresos futboleros. Ataca y defiende, es táctico y da equilibrio, es el guía sabio para un puñado juvenil de jugadores. Sabe elegir y al armar su equipo, llena vacíos con oficio y con los dictados de la experiencia. Ordenado y disciplinado, le saca brillo a sus jóvenes figuras, que maduran con celeridad al lado de uno que otro consagrado.
Hoy en su versión moderna, más maduro, tiene menos plata y muchas ganas. Sigue siendo el viejo-joven con sueños y libros. Cada rato recarga pilas y se da oxígeno, en un proyecto aventurero, de un equipo que se esfuerza por sofocar sus crisis financieras.
Adicto al fútbol, al fútbol espectáculo, al fútbol diversión, pero también al fútbol resultado, porque los románticos plenos se extinguen aplastados por el peso de los números. Hoy con América quiere violar soberanías, de aquellos grandes temporales con cuestionados títulos.
Hace años bailaba, con círculo afectuoso y entusiasta. Luego apiñó rivales para pintarles la cara con la pelota. Y hoy, con oferta gorda en este universo a veces disparatado de la pelota y las canchas, demuestra que es de aquellos viejos gladiadores que no mueren.
Para él, el bien del fútbol es una apuesta, porque sabe que con América, se logra el triunfo soñado de los modestos.
Es Umaña el incomprendido en el mundo de la redonda, desconocido por las envidias del sistema. Un producto tan vallecaucano como el manjar blanco, el champús y los auténticos futbolistas goleadores. Umaña adicto al fútbol, como yo, de quien no dudo al afirmarlo, moriría feliz en un estadio.
Columna de Esteban Jaramillo, periodista deportivo.
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