“Uno escribe un libro para darse a uno mismo”: Carolina
Sanín.
Entrevista/ 9/26/2018.
El más reciente libro de la escritora colombiana, ´Somos
luces abismales´, reflexiona sobre el lenguaje, su relación con los animales,
la vida y la muerte. Entrevista con SEMANA.
Carolina Sanín
habló sobre "Somos luces abismales" en la Fiesta del libro de
Medellín Foto: María José Chitiva
Carolina
Sanín (Bogotá, 1973) ha dedicado gran parte de su obra literaria y
producción periodística a mirar. Su columna en Revista Arcadia se llama,
precisamente, “Pasar fijándose”: aguzar la mirada para fijarse en lo que
usualmente pasa inadvertido. La mayoría de sus lectores la conocen por sus
columnas en distintos medios (Revista Credencial, Arcadia, El Espectador, Vice,
Semana Sostenible) y también por sus publicaciones en redes sociales: Facebook (desde
hace un buen tiempo) y Twitter (desde este año).
Somos luces abismales es su más reciente libro.
En las librerías donde ya ha llegado, está ubicado en las estanterías de
literatura colombiana y, allí, en la sección de ensayos. Pero, ¿son ensayos los
ocho textos de este libro editado por Penguin Random House? Cada lector tendrá
que responder esa pregunta. Entre anécdotas autobiográficas, citas de la Biblia
y El Quijote (entre otros), reflexiones sobre el lenguaje, la muerte y la
memoria, la publicación les entrega a los lectores textos con un lenguaje
depurado, preciso, poético.
Sanín ha publicado novelas (Todo en otra parte y Los
niños), cuentos (Ponqué y otros cuentos), un ensayo
biográfico (Alfonso X, el Rey Sabio) y libros para niños (Dalia y La
gata sola), entre otros libros. SEMANA habló con ella sobre su más reciente
libro, el lugar del intelectual en la sociedad colombiana, cómo sus lecturas se
cuelan en la escritura y su relación con la traducción.
SEMANA: Somos luces abismales es un
libro compuesto por ocho textos. Al final de la lectura, los lectores nos
enteramos de que algunos de ellos habían sido publicados en otras versiones y
en diferentes formatos (revistas y un libro). ¿Cómo decidió que estas ocho
piezas debían estar juntas en este libro?
Carolina Sanín: Algunas partes de cuatro de los ocho
textos que componen el libro habían aparecido en otros lugares durante
distintos estadios de su composición, pero ningún texto, tal como está en el
libro, había sido publicado antes. El último, que es un poema, es el más
parecido a su versión anterior. Escribir el libro fue un proceso de cinco o
seis años, y en ese proceso los textos fueron cambiando, fusionándose con otros,
acogiendo fragmentos de antiguas piezas, creciendo. Uno de ellos, por ejemplo,
surgió de una pequeña crónica que escribí en mi columna de la revista Arcadia,
sobre una subida a un páramo: luego incorporó otras escenas y reflexiones, de
modo que lo que allí tenía una página, en el libro tiene veinticinco.
SEMANA: ¿Cómo fue el trabajo editorial con Penguin
Random House?
C.S.: Presenté el libro a través de mi agente,
Víctor Hurtado, lo leyeron, les pareció que podía ir en la colección Literatura
Random House, y decidieron publicarlo. Suelo entregar los textos después de
numerosas correcciones, así que no hubo mucho trabajo editorial. Eso no
significa que los textos no puedan mejorar, pues todo texto es infinitamente
mejorable e infinitamente fallido, pero el pulimiento, supongo, cierra de
alguna manera el texto, para bien o para mal; hace que no sea fácil ver por
dónde modificarlo o querer hacerlo. El editor del libro, Sebastián Estrada, se
entusiasmó con los textos, y su primera lectora en Penguin Random House, que
fue Adriana Martínez, también se conectó con él y con la experimentación
literaria que entrañaba. Los comentarios de ambos fueron útiles y no solo le
dieron sentido a mi proyecto, sino que me mantuvieron el ánimo lo suficiente
hasta la publicación.
SEMANA: La escritura del texto “El pesebre” está
ligado con un viaje al Ecuador. De regreso de ese viaje, en el avión, escribió
en una libreta tres notas sobre cosas sobre las que quería pensar después, y
que efectivamente terminó desarrollando en el texto. ¿El desarrollo del
pensamiento, en el caso de su escritura, está vinculado a un lugar fijo,
estático?
C.S.: El pensamiento sucede en el tiempo, y en
esa medida está sujeto al cambio; o mejor, en esa medida el pensamiento piensa
acerca del cambio: es narrativo. Pero también hay otro modo de pensar, otro
pensamiento, que está por fuera del tiempo; que, precisamente, no piensa en
cómo el tiempo pasa (en cómo las cosas cambian), sino en cómo el tiempo no
pasa, y busca una realidad constante e inmutable: es contemplativo. En el libro
trato de escribir como el pensamiento piensa: según ese baile del pensamiento,
que va y sigue yéndose a perderse, distraído de objeto en objeto, pero que
también se quiere fijar, quiere quedarse para siempre pegado a las cosas que descubre.
El pensamiento se vincula con las cosas y de vínculo en vínculo va hacia la
nada o hacia el vacío y se deshace, pero también, de objeto en objeto, se queda
en todo lo existente y lo hace existir.
SEMANA: Usted cita en diferentes capítulos fragmentos
del Corán y de la Biblia, y así, crea una relación fluida y reveladora entre
temas cotidianos y antiguas reflexiones religiosas. ¿Qué nos siguen diciendo
este tipo de textos religiosos a los lectores o escritores de este siglo?
C.S.: Creo que es ingenuo pensar que hay textos
pertenecientes a otras épocas o propios de otras mentalidades. Nosotros mismos
hemos escrito todos los textos que existen: todos ellos nos constituyen y todos
son actuales.
SEMANA: Textos como “Un potro” o “Las pléyades”
tienen una cercanía con el género de la fábula: los animales presentes en el
texto abren la puerta a diferentes reflexiones (tensiones entre lo urbano y lo
rural, la relación que establecemos con las palabras, etc.). ¿Cuál es el lugar de
la fábula en la literatura contemporánea? En general, ¿cree que se ha dejado de
lado?
C.S.: Hace siglos y milenios comenzamos a
componer fábulas para explicarnos cómo estamos constituidos (no cómo debemos
obrar, como se piensa frecuentemente bajo el falso presupuesto de que las
fábulas son moralizantes). En las fábulas, la elocuencia de lo que no habla con
nuestro lenguaje articulado (los animales, y a veces las plantas) enseña acerca
de la composición del ser humano, de la inteligencia y el corazón humanos.
Observar cómo viven los otros seres en el mundo y en nuestra imaginación —y
tratar de entender qué dicen, en un lenguaje universal, acerca de nuestra
propia existencia — es el único (o en todo caso el principal) modo de conocer
que está a nuestro alcance. La observación de lo otro en el mundo y,
simultáneamente, de lo otro en nuestro interior, constituye la investigación.
Luego expresamos esa investigación a través de las operaciones de la poesía o
de las de la ciencia, que son diversas, pero el modo de conocer es básicamente
el mismo.
SEMANA: A lo largo del libro, usted se detiene en el
significado de distintas palabras y en la relación de unas palabras con otras:
si son cercanas, opuestas, parecidas. ¿Reflexionar sobre el lenguaje cambia
nuestra manera de usar el lenguaje?
C.S.: Ser conscientes de nuestra lengua es ser
conscientes de las operaciones de nuestro pensamiento y es una manera de ser
conscientes de nuestra propia vida. Vivimos hablando y vivimos escribiendo. Por
tanto, la atención al lenguaje —que es una empresa infinita— no solo debería
cambiar nuestro modo de usar el lenguaje, sino también dar forma a nuestra
vida.
SEMANA: En una columna publicada en Revista Arcadia (Escolasticismo
persistente), usted señala a Michel de Montaigne como el escritor que
inaugura el género del ensayo. Allí, destaca lo importante que es hilvanar los
argumentos con la propia experiencia: al decir “yo”, se obtiene perspectiva
sobre el mundo y sus cosas. En Somos luces abismales ese
aspecto es evidente. ¿Cómo se da cuenta de que ciertas experiencias o anécdotas
pueden ser tratadas en un ensayo?
C.S.: El ensayo es un género fundamentalmente
hospitalario, como fue concebido por su inventor. A partir de un problema, que
funciona como estímulo para la imaginación, el ensayo puede contener el relato
y el análisis de experiencias, así como el testimonio de observaciones. Es un
método de conocimiento en el que el examen de la propia vida —del acontecer
cotidiano— y la observación del mundo se muestran como uno solo. Por otra
parte, es el género más, digamos, caprichoso: cualquier observación de
cualquier aspecto del mundo puede enriquecer cualquier tema que a primera vista
no esté relacionado con él. Un ensayo en un espacio que escoge un conjunto de
objetos y los hace brillar bajo la luz de la curiosidad y el deseo (que son una
sola cosa) para que ilustren un tema, o una constelación de temas.
SEMANA: Al leer sus anécdotas los lectores también
pueden formar relaciones con sus propias vidas, sus experiencias. En ese sentido,
¿cree que los lectores, con la lectura de Somos luces abismales u
otros textos, puedan ampliar el concepto de lo que entienden que es la
literatura o lo literario?
C.S.: Uno no escribe un libro literario para dar
algo (un texto, el resultado de un trabajo, el producto de una época de su
vida), sino para darse uno mismo, íntegro —o para entregar la invención de su
posible integridad— al lector. Por eso, todo texto literario es sobre el
lector. Y, claro, todo texto literario le cuenta al lector cómo es —como puede
ser— hacer un texto literario.
SEMANA: Al terminar la lectura, queda la sensación de que
usted siempre está atenta a los detalles, a lo que pasa inadvertido: una paloma
herida, una calle bogotana desierta un 31 de diciembre, un frailejón. ¿Esa mirada
alguna vez descansa? ¿Los momentos de atención se alternan con los de descanso,
o en el descanso también “mira” de esa manera?
C.S.: Yo creo que los seres humanos (y a lo
mejor todas las cosas que viven) nunca descansamos. Pasamos de una actividad a otra,
pero nunca descansamos. Estamos cautivos en el tiempo, y jugamos en el tiempo,
sin descanso. Hacemos nuestro papel o hacemos nuestros papeles. A veces somos
espectadores, pero ser espectadores es también hacer un nuevo papel, un nuevo
trabajo. A lo mejor la esperanza del descanso nos ayude a temer menos la idea
de la muerte.
SEMANA: Para alguien que ha leído sus columnas
de Revista Arcadia, Revista Credencial o Vice,
este libro retoma y amplía muchos de los temas que ha tratado desde la opinión
periodística. ¿Por qué hay temas que se pueden agotar en una columna y otros
que demandan más espacio?
C.S.: Ningún tema puede agotarse en una columna.
Ni en un libro. Ni en una conversación. Lo que pasa es que uno se distrae
necesariamente de un tema, y entonces pasa a decir, refiriéndose a otro tema,
las pocas o las muchas cosas que puede decir. Hipotéticamente, podría uno coger
un solo tema y ahí, sin salirse estrictamente de él, hablar sobre absolutamente
todo lo que pueda hablar.
SEMANA: Además de la Biblia y el Corán, usted cita
textos de autores que hoy en día consideramos clásicos: Miguel de Cervantes,
William Blake, Dante Alighieri, Francesco Petrarca. ¿Cómo ha sido su relación
de lectora con estos textos? ¿Hay momentos en que los siente más “cercanos” o “lejanos”?
C.S.: Esos textos que cité entraban en mis
textos, como había entrado ya mi texto en ellos mientras los leía. Es un lugar
común que cada nueva lectura de un libro es un nuevo libro; leer un libro es
ser otro autor de él. Al incluir ciertos textos dentro de los míos, yo daba
testimonio de esa relación con obras que, en tanto que las he leído con
atención y amor, forman parte necesariamente de lo que escribo.
SEMANA: Con respecto a la pregunta anterior, casi
todas las traducciones de esas citas son de su autoría. ¿La traducción renueva
la forma en que nos podemos acercar a los textos literarios?
C.S.: La traducción es una forma intensa de
contacto y de colaboración. Al traducir los fragmentos que citaba (o los que
podía traducir, que no eran todos), quería encontrar —de manera ilusa, pero
todo es ilusión— en esos textos lecturas de los míos, y quería presentarme a mí
misma, en mi texto, como lectora de ellos.
SEMANA: Con respecto a la polémica desatada por la
tala indiscriminada de árboles en Bogotá, textos como “Un potro” o su más
reciente columna de Vice se entrecruzan con sus mensajes de protesta en Twitter
y su participación en diferentes iniciativas de resistencia ciudadana que han
sido llevadas a la calle. ¿Es necesario que los intelectuales también se tomen
las calles?, ¿existen diferencias entre cómo se toma un intelectual la calle a
cómo se la toma cualquier otra persona?
C.S.: El intelectual es alguien que, para bien o
para mal, se compromete con el análisis racional: con el examen y la crítica
del pensamiento y del lenguaje. Dado que ese es su papel y ese su compromiso,
entonces él no procede solo en atención a su emocionalidad, sino que trabaja
con sus propias herramientas, que trata de afinar, que son básicamente la
lógica (el estudio de la vida del pensamiento) y la gramática (la conciencia de
la vida del lenguaje). La protesta social y la acción social del intelectual
proceden de su oficio, que es la lectura de la realidad, bajo la intuición —o
la ilusión— de que la realidad es un texto.
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