Leer se asocia a la lentitud y al sosiego y ahora se
enfrenta a la revolución de la inmediatez.
La plataforma Amazon ha lanzado un servicio que hace
llegar pedidos literarios, y otros productos, en menos de dos horas.
JUAN CRUZ
Madrid 28 JUL 2016
Un lector hojeando libros de una librería, ayer, en Madrid. LUIS
SEVILLANO | VÍDEO: EL PAÍS VIDEO
Juan Cueto transportó desde Italia el concepto de la vida
lenta. Eran principios de los noventa, cuando el sociólogo Enrique Gil
Calvo escribió Prisa por tardar y el filósofo Emilio Lledó
publicó El silencio de la escritura, antes de que aparecieraLos
libros y la libertad, en defensa de la lectura detenida. Ahora la invasión
de Internet lo asocia todo a la prisa y ese sentimiento ha llegado de tal modo
a la lectura (y al consumo) de libros que la multinacional Amazon acaba de
lanzar en Madrid su iniciativa de hacer llegar los libros (pero también las
hortalizas, los yogures, la mantequilla...) en una o dos horas.
¿Tener
un libro es tan urgente como el aceite para freír los huevos o como tener
yogures para un bizcocho? Las personas con las que hemos hablado relativizan el
sofoco: la revolución de la prisa no va a matar la estrella del libro, que es
el silencio, el sosiego, y por tanto el tiempo.
Para explicarlo, Luis Landero,
el autor de Juegos de la edad tardía, recurre a Ortega y
Gasset, que decía que un libro “aumenta el corazón”. “La vida no tiene
argumento, y el libro le concede armonía”. Los libros, además, no se buscan, se
encuentran. “Así me hice el canon: Rubén me llevó a Antonio Machado, Bécquer a
Juan Ramón Jiménez y éste al 27. Por eso va uno a una librería: a curiosear. Y
los libros te salen al paso”.
Saber elegir
Nos educa “la lentitud”, dice Landero. “La soledad, los
paisajes. Y una librería es ese paisaje también. Ahora la rapidez es en sí
misma un artículo de consumo. La lentitud es laboriosa; la inmediatez es el
elogio de lo desmesurado. ¡La rapidez debería estar entre los pecados
capitales!”. A su colega Lorenzo Silva le preocupa menos el sitio: “Compro por
internet, en librería, en grandes almacenes, donde el libro me pilla cerca. Me
gusta comprar libros, leerlos... Y esto de Amazon ni siquiera es un invento:
desde hace años aquí se hace, pero es cierto que no con tanta rapidez”.
En la filosofía de la lentitud se mueve Carlos García
Gual, sabio del mundo clásico. “El asunto es elegir. Y para eso no sirve
la prisa. Lo que plantea la inmediatez en la adquisición, de libros, por
ejemplo, remite al supermercado. En la librería tienes al librero, y ahí
hojeas, con hache y sin hache. En los supermercados (del libro, por ejemplo) no
te conocen. Ahí eligen por ti. Venderte un libro porque ya es best
seller no significa que te estén vendiendo lo mejor”. Y si este fuera
un episodio de la historia de la lectura, ¿qué tiempo sería? “Un tiempo
bastante triste. La esperanza es el lector no contaminado por la propaganda, el
pequeño editor que se atreve con lo que no tiene gran difusión… Y la librería,
claro”. ¿Alguna ventaja en recibir el libro ya? “Cuando haces un trabajo
urgente. Pero el placer de leer se busca lentamente”.
Javier Celaya, que dedica su vida a analizar la
relación del mundo digital con el mundo editorial, fue hace poco a la nueva
Foyles, la legendaria librería de Londres. “Wi-fi en todas las plantas…; allí
no hace falta comunicarse con nadie: el móvil te lleva hasta la balda donde está
el libro que buscas. Amazon ha entendido bien esa lógica del servicio. Pero la
supuesta necesidad de encontrar rápidamente un libro provoca más necesidad de
consumo. Es ‘lo quiero y lo quiero ya’; te sacias de inmediato, pero luego
querrás más”. ¿Así que la prisa ha llegado para quedarse?
“En todo. EL PAÍS lo
decía el otro día: miramos el móvil 200 veces al día para saber qué hay de
nuevo”. ¿Quedará algo lento en la vida? “Los momentos de desconexión total, que
yo gozaré desde el 8 de agosto”, dice Celaya. ¿Y tanta rapidez no es mala para
la salud? “El cerebro se acomoda, como después de cualquier revolución”. ¿Nos
acariciaremos también rápido? “Ja, ja, ja. Lo haremos todo rápido… Pero, mira,
los ingleses, como los españoles, han creado servicios de librería de
proximidad, no son tan rápidos como anuncia Amazon pero funcionan”.
Por cierto, ¿echó usted de menos al librero en Foyles? “La verdad es que el
librero hizo su trabajo antes: creó un escaparate, puso los libros de manera
que me atrajeran… Y eso convierte en algo peculiar la necesidad de preguntarle
a un librero”.
El 39,4% de los españoles no ha leído un libro en los
últimos 12 meses, según el último barómetro del CIS de junio.
Frente al 57,5% que no ha pisado una librería o el 74,7% que
no ha ido a una biblioteca en el mismo periodo de tiempo, solo un 6,7% va
varias veces al mes a librerías y 4,3 a bibliotecas.
La industria del libro en España recaudó un 2,8% más en 2015
(2.257 millones de euros) que en 2014.
Cierta inquietud
A Verónica García (distribuidora, al frente de Machado
Libros) le parece comprensible que los libreros (y los
distribuidores, y los editores) estén “un poco inquietos y vean una cierta
amenaza. Pero Amazon no viene a sustituirlos. A nosotros, por ejemplo, nos
importan los clientes naturales, los libreros y los editores. Si los editores
no publican o no reeditan, no podemos servir. Y a Amazon le pasará lo mismo: si
no tenemos libros, ellos tampoco los tendrán, por mucho que se los pidan rápido”.
¿Y justificaría el esfuerzo de la rapidez el trabajo de
libreros y distribuidores? “El precio de los libros sería prohibitivo para el
cliente y para el usuario. Pero es que Amazon es una plataforma que compite con
los supermercados. Pueden usarlo como reclamo, pero no se dedican de veras a lo
nuestro. Nos pasó con el libro de texto: los grandes almacenes empezaron a
venderlo, con todo lo que significaba la vuelta al cole. Pero no, el libro no
es un medicamento, no se tiene que comprar (ni vender) del mismo modo que la
mantequilla o el yogur”. Recuerde que el yogur no caduca. “Ja, ja, ja. ¡Cómo
los buenos libros!”.
Fernando Valverde, el secretario del Gremio de Libreros,
y librero, sitúa el asunto: “No estamos enfadados ahora con Amazon…, lo estamos
hace rato, y estamos pleiteando con esa multinacional; nos parece raro, en todo
caso, que las instituciones que no se retratan con nosotros se retraten con
ellos. Ni el Ministerio de Cultura ni las instituciones locales nos hacen
demasiado caso. Eso nos enfada”. ¿Y la rapidez no es competencia? “Es un
eslogan. La reivindicación de la prisa no sirve para los libros; el libro exige
tiempo lento, la vuelta al placer. Prisa y lectura no casan”. Lola Larumbe, su
colega, lo ve así: “Una librería de barrio es una suerte para los vecinos, pero
también para las instituciones: desarrollan la cultural. En Francia reconocen
esa actividad librera, la subvencionan, y así ayudan a difundir la lectura, a
mantener el empleo y a hacer que perviva la vida de barrio”.
La poesía va despacio
Federico García Lorca le escribió a Miguel Hernández: “Los
libros de poesía van despacio, querido Miguel”. César Rendueles, sociólogo
autor de El cambio político en la era de la utopía digital, pide
pausa sobre un hecho: “Ya estaba acelerada en España la actividad editorial. Se
publica muchísimo, los libros duran un mes como máximo en las librerías, y eso
afecta sobre todo al ensayo, la poesía y la historia. Si un libro no vende en
un mes, se acabó… Y para eso Amazon hace mejor el trabajo: gran consumo,
elimina intermediarios”. ¿Entonces? “Que cambie la dinámica editorial, que los
sellos no se centren en los libros de gran venta, porque así cavan su tumba, y
con ellos se llevan a las librerías… No es la muerte del libro, es la muerte
del lector, porque en este país de tantos libros la gente lee cada vez menos”.
¿Cómo se hace usted con los libros? “Por Internet, en las librerías de la
facultad, en la librería de mi barrio… Este que estoy leyendo, sobre Gramsci,
lo compré por IberLibro en una pequeña librería de segunda mano de
Roma…”.
Los libros van lentos, y seguirán yendo lentos, dice Lola
Ferreira, que es y ha sido todo en este sector en España. “Rápido querrá un
libro el que se ajusta a la moda del best seller: quiero ese libro
ya. El comprador de librería seguirá queriendo esa ayuda”. “Ahora bien el
comercio de la librería se tendría que modernizar, como el de la distribución.
Pero para eso se tienen que poner de acuerdo todos los sectores”, advierte.
Y ese acuerdo es tan difícil, quizá, como recuperar el
esfuerzo por volver a ser lentos en la sociedad que tiene prisa para obtener
información, yogures y libros como si fueran medicamentos para un ataque de
medianoche.
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