por ALEX COUTO LAGO el
27 julio, 2015
magazineperarnau.com.
¿El tamaño importa? ¿Cuanto
más grande la tengo, mejor la sé usar? ¿Existe una correlación entre la
cantidad y la calidad, entre la cuantía de lo que tenemos y el uso que le
damos? ¿Cuanto más dinero, mayor felicidad o mejor calidad de vida?
Si a la segunda pregunta que
inicia este texto la referenciamos con conceptos como resistencia, velocidad,
cultura, solidaridad, armonía, inteligencia, cariño, sensibilidad, etc. veremos
que no existe una relación directamente proporcional entre la cantidad y su
uso. La universidad ha permitido emplear el método científico para analizar y
estudiar las diferentes disciplinas del saber y, a través del método elegido,
ampliar e introducirnos en mundos cada vez más complejos y apasionantes que nos
llevan hacia un único camino: mejorar nuestra calidad de vida.
El método científico debe
basarse principalmente en dos parámetros: la empírica, es decir, la
experiencia y la percepción de lo que existe; y la medición, es decir,
comparar un patrón con el objeto de estudio, sujeto a determinadas pruebas de
razonamiento. En pocas palabras, mantener una lógica. No vamos a ahondar en el
complejo mundo del empirismo, el método, Descartes o pragmatismos oportunistas.
Simplemente vamos a tratar de razonar por qué desde la cuantificación de datos
llegamos a la cualificación de relaciones.
Científicamente medimos
conceptos médicos como la presión arterial, el nivel de colesterol o la
cantidad de glóbulos rojos con el objetivo final de conocer nuestro cuerpo para
poder disfrutar de una calidad de vida adecuada. Los datos nos permiten tomar
decisiones que nos facilitarán un estilo de vida que nos permita disfrutar en
las mejores condiciones: qué comer, cuánto dormir, cómo afrontar ciertos
problemas, por qué debo reaccionar ante ciertos estímulos y hacia otros no,
etc.
Económicamente determinamos
nuestro margen de beneficio para establecer el nivel de calidad de vida al que
podemos acceder con el remanente que nos queda después de destinar lo necesario
a la supervivencia de nuestra empresa, es decir, reinvertir para garantizar una
mejora o mantenimiento de la calidad de nuestro producto o servicio y, además,
destinar las reservas necesarias para garantizar la supervivencia de la
empresa, la que incide directamente en la potencial calidad de vida de nuestros
familiares y de los trabajadores que la conforman, así como de sus familias.
En el campo de la formación
y la educación cuantificamos el conocimiento para cualificarnos como
profesionales. Hacemos exámenes, definimos las pautas que determinan nuestra
aptitud para determinar finalmente si tenemos los recursos y los conocimientos
adecuados para ejercer en términos de calidad una profesión; ser abogado,
médico, cocinero, músico, etc.
Por lo que podemos inferir,
sin temor a equivocarnos, que cuantificamos para cualificar, sea cual sea el
ámbito de la vida que elijamos tratar.
Y ahora entramos en el
debate que nos ocupa, ¿y en el fútbol? ¿Y en los deportes colectivos?
Vemos en esta recién
iniciada pretemporada, tanto en un lado del charco como en el otro, que la
planificación de tareas, la definición de objetivos y el inicio del protocolo
habitual de entrenamientos abre una polémica muy interesante. Mientras unos
siguen trabajando desde lo tradicional, a pesar de que esta tradición pueda ser
cuestionada, otros deciden romper y abrirse a nuevos caminos más sostenibles en
términos de argumentación. Decía muy acertadamente en Twitter Imanol Ibarrondo: “Lo
que está mal, está mal aunque todos lo hagan. Y lo que está bien, está bien
aunque no lo haga nadie”. Creo que una afirmación tan sencilla engloba un
matiz tremendamente significativo dentro del entorno de los deportes
colectivos.
¿Es tan difícil argumentar
desde el conocimiento que ciertas prácticas han quedado obsoletas y no deben
perpetuarse? ¿Es tan complicado dejar de activar ciertos mecanismos
innecesarios que lo único que hacen es ralentizar la preparación contextual de
un deportista y de un equipo dentro de la estructura global de sus exigencias?
Parece ser que sí, porque el
resultado final marca el camino que uno haya elegido, y si quien contrata
entiende que la ortodoxia debe mantenerse porque históricamente, supuestamente,
dio resultado, como es el que paga se cree con derecho a elegir el método y la
forma. De la misma manera ocurre con quien juzga parte del análisis de lo que
puede comprender y no de lo que realmente es necesario ser comprendido, por lo
que su aporte en términos de ejercicio de una crítica u opinión tiene una
trascendencia que habitualmente puede incidir en la manera de pensar de quienes
pagan, que son los que han adquirido, a base de un criterio monetario, el
derecho a definir lo que es o no es pertinente. Por eso en los deportes
colectivos, y en especial en el fútbol, esta variable se sigue considerando
como relevante, porque comer comemos todos y no nos gusta que nos toquen el
plato.
Pero la historia está llena
de contundentes episodios que nos deberían hacer pensar en evolucionar desde
una corriente más abierta y compleja que el simple poder otorgado desde la
decisión privilegiada o el inciso constante que genera opinión, aunque esta se
base en el error. Desde luego, Galileo, Copérnico o Arquímedes podrían decir
mucho al respecto; el Santo Oficio o la ignorancia y la incontinencia de un
simple soldado romano dieron al traste con evidencias que han convertido
nuestra sociedad actual en algo más que oscuridad y silencio.
Hoy día estamos viviendo una
revolución silenciosa en el mundo de los deportes colectivos gracias a la
aparición de ciertos programas, inventos y herramientas que abren un nuevo
abanico de posibilidades a la manera de entender el entrenamiento, de competir
a través de la cooperación y la evolución de objetivos dentro de la gestión de
grupos con intereses comunes. La universidad ha dotado al mundo del deporte
profesional de inmensos conocedores del cuerpo humano, de las herramientas
utilizables para gestionar la mejora de los procesos de entrenamiento y de la
mejor forma de ensalzar las relaciones humanas para incrementar las sinergias
derivadas de la cooperación y la complicidad competitiva.
Pero, como decía el maestro
Menotti y hace poco me recordó muy acertadamente mi compañero y amigo Raúl
Caneda, las mentiras del fútbol siguen acechando. El juego es futbolistas,
cooperación, imaginación, talento y dinámica. El jugador se coordina
individualmente, colectivamente y emotivamente para participar en un juego en
el que un elemento extraño es el vínculo de unión: la pelota marca la relación
y las consecuencias de las mismas.
Se han incorporado al fútbol
mil técnicas y mil tecnicismos que convierten al juego en una disciplina en sí
misma. Curiosamente una disciplina que no está regulada bajo ningún método
científico específico ni bajo el amparo de ninguna universidad en la que
instrumentar un proceso de enseñanza/aprendizaje acorde a la evolución compleja
del mismo. Podríamos hablar del método sistémico como el que más se podría
acercar a la realidad de los deportes colectivos y en particular al fútbol
(está dirigido a modelar el objeto mediante la determinación de sus
componentes, así como las relaciones entre ellos. Esas relaciones determinan
por un lado la estructura del objeto y por otro su dinámica), pero podríamos
incorporar muchos de los elementos fundamentales que determinan el método
científico, como el que se establece en el modelo simplificado que a continuación
consideramos:
Vemos que la clave en todo
proceso de uso de herramientas nuevas nos lleva otra vez al objetivo inicial.
Disponemos de datos cada vez más categóricos para mejorar la calidad del
entrenamiento, mejorar la calidad del jugador, de sus interacciones, mejorar la
cohesión del grupo y, en definitiva, mejorar el juego y la dinámica de juego
para incrementar las probabilidades de victoria. Básicamente, empleamos todas esas herramientas para mejorar el espectáculo que a la vez tenderá a mejorar
nuestra calidad de vida.
Vemos, a fuerza ya de
hacerme pesado, que medimos, analizamos, cuantificamos, abrimos nuevas
expectativas científicas dentro de un deporte colectivo como es el fútbol, para
eliminar la probabilidad de errar e incrementar la probabilidad de acertar.
Ambos aspectos, acierto y error, están directamente vinculados a la calidad del
producto final que presentaremos a escena en cada partido que salgamos a
competir.
¿Es posible que podamos
dimensionar en su justa medida el impacto de todas las herramientas que se
están usando en el fútbol para entender que su uso es única y exclusivamente
para mejorar el juego y las relaciones entre sus partícipes?
No llego a imaginarme a un
grupo de periodistas con la posibilidad de usar toda la tecnología empleada
para hacer un cateterismo analizando una operación de ese calado a través de
los datos que se exponen en los diferentes dispositivos tecnológicos utilizados
en la operación. No creo que ninguno se atreva a aseverar nada por el simple
dato sin considerar la destreza del cirujano, la capacidad para adaptar dichos
datos a las particularidades de la operación y contextualizarlas con la
realidad del paciente, dueño de una cardiopatía objeto de cura.
Tampoco tengo claro que el
director de un hospital pueda incidir en los protocolos de ningún departamento
de cardiología, invitando, so pena de despido improcedente en medio de la
temporada, a que usen las técnicas de operación a corazón abierto porque es lo
habitual y generalmente aceptado.
En fútbol debemos tender a
lo mismo. Los cuantificadores no son los cirujanos que tienen entre manos la
gestión o la incidencia en el sistema complejo llamado equipo; son parte del
equipo técnico, su trabajo es tremendamente importante, pero no determinante
para el logro final. En el fútbol son los jugadores en sus interrelaciones
quienes hacen buenos los cálculos, las mediciones y ponen en cuestión la
dictadura de la cientificación indiscriminada; es el entrenador, en consenso
con su equipo de trabajo, quien decide la acción o la pauta a seguir en función
de los datos suministrados por las herramientas utilizadas y las
particularidades de los jugadores en cada momento, sus emociones, sus miedos,
sus sensaciones, su euforia, su necesidad de ser, sus expectativas y tantas
circunstancias que igualmente inciden en el todo llamado equipo.
La división internacional
del trabajo nos enseñó a lo largo del siglo XX que la distribución de tareas y
la coordinación de las mismas hacían posible la consecución de metas cada vez
más ambiciosas. En el fútbol aún estamos, al igual que en las matemáticas,
peleando contra molinos de viento. Decía el matemático ruso Edward Frenkel, en
su libro Amor y Matemáticas, que la mayoría de las matemáticas que
se estudian en la escuela ocurrieron hace más de mil años; si esto se llevara a
la física no sabríamos nada del sistema solar, del átomo o del ADN.
¡Imagínense!
La distribución de tareas
dentro de un club es clara. La dirección y gestión de recursos, la
administración de los mismos y el liderazgo corporativo van encaminados a la
supervivencia de la entidad deportiva que engloba al equipo. El equipo técnico
será el encargado de dirigir y desarrollar de la mejor de las maneras los
procesos básicos que definan la planificación, organización, dirección y
control de los parámetros y variables vinculados al juego. El jugador, base
fundamental sobre la que se asienta cualquier equipo, está destinado a poner su
talento y sus inteligencias al servicio de una causa mayor, junto al resto de
sus compañeros. El personal de apoyo, cada vez más importante, se
responsabilizará de disponer de todo en las mejores condiciones posibles de uso
y disfrute. Cada uno en lo suyo. Así, el director de hospital no le dirá al
cardiólogo cómo hacer una operación ni el enfermero podrá elevar su status para
definir lo que es mejor o peor para la gestión de un complejo tan difícil como
es el hospitalario.
En fútbol estamos en el
camino de definirnos. Debemos empezar por desterrar las mentiras, por dejar de
lado los tópicos y por poner a cada uno en su lugar, el que realmente se merece
dentro de la organización, todos con el mismo objetivo: mejorar la calidad de
vida de nuestros aficionados a través de la oferta del mejor producto posible,
en este caso la mejor implementación del juego del fútbol, a sabiendas de que
se compite y que, si nos ganan, será por nuestros errores y por los aciertos
del rival, lo que nos dará la retroalimentación necesaria para mejorar la
próxima vez y así, hasta el infinito y más allá.
* Álex Couto Lago es entrenador nacional de fútbol y Máster
Profesional en Fútbol. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la
Universidad de Santiago de Compostela. Autor del libro “Las grandes escuelas de
fútbol moderno” (Ed. Fútbol del Libro).
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