¿Un atleta excelente nace o se hace?
¿Qué distingue a los grandes deportistas de los que se
quedan en el camino?
Héctor G. Barnés.
Una de las guerras más cruentas en el mundo de la ciencia y,
más concretamente, en la biología y la genética, es la que se está librando
entre lo innato y lo aprendido. O, como lo llaman los anglosajones,
entre nature y nurture. Aunque los partidarios de una y
otra visión de las capacidades humanas son conscientes de que sin entrenamiento
nadie es maestro en ningún campo y que sin ciertas cualidades innatas es
imposible convertirse en un deportista de primer nivel, aún está por explicar
cuál de los dos aspectos es el que influye de manera más importante en el éxito
humano y, más concretamente, el deportivo.
Durante los últimos años, los defensores del nurture,
es decir, aquellos que defienden que la práctica es lo que realmente marca la
diferencia, parecían haber ganado la batalla. Muchos citaban a Malcolm
Gladwell y su archiconocida regla de las 10.000 horas para
defender su teoría. Según el patrón expuesto por el divulgador en Fueras
de serie: Por qué unas personas tienen éxito y otras no (Taurus), son
necesarias tres horas de práctica al día durante diez años para ser un
auténtico maestro en una materia. Sin embargo, cada vez más autores se muestran
en desacuerdo con Gladwell y señalan que su regla de tres está equivocada de
raíz.
La regla de las 10.000 horas puede llegar a ser
perjudicial y a producir lesiones. Es lo que ocurre con el periodista
deportivo David Epstein en The Sports Gene: Inside the
Science of Extraordinary Athletic Performance (Current), en el que se
pregunta de dónde surge la capacidad de las grandes estrellas del deporte, si
es de la práctica o de sus genes. Y ha llegado a la conclusión de que nuestra
genética condiciona en un grado tan alto el resultado de nuestro entrenamiento que
es inútil crear un método como el de Gladwell que tiene efectos muy diferentes
en cada persona. En realidad, puede ser incluso contraproducente, afirma
Epstein, puesto que puede conducir a algunos deportistas a entrenar más de lo
que realmente necesitan y, de esa manera, cambiar su estructura muscular. El
autor indica que, si bien la archiconocida regla puede ser útil en cuanto que
enfatiza la importancia de la práctica, “algo que mucha gente suele olvidar”,
es una causa habitual de lesiones y abandonos deportivos.
El mismo esfuerzo, resultados diferentes.
Todo comenzó cuando Epstein competía en la universidad, a
comienzos de los años noventa. Rápidamente, se dio cuenta de que sus compañeros
de origen jamaicano rendían mucho más que él, a pesar de que apenas
entrenaban ni dedicaban esfuerzo a perfeccionar sus marcas. Quizá una
situación demasiada injusta para ser aceptada en una sociedad en la que el
pensamiento políticamente correcto nos recuerda constantemente que con nuestro
esfuerzo podemos llegar donde nos propongamos; algo fácilmente discutible con echar
un vistazo a nuestro alrededor. Sin embargo, Epstein no descarta la importancia
de la cultura en el desarrollo de cada deportista: si los corredores
jamaicanos, como Usain Bolt, son tan rápidos, es porque también
existe un sistema deportivo detrás que los permite desarrollar sus capacidades.
Solemos inventar narraciones a posteriori que expliquen
por qué unos deportistas mejoran y otros no Epstein indican que hay que
deshacerse de los prejuicios que afirman que señalar que un atleta de origen
afroamericano corre más rápido y tiene potencia que un deportista blanco
es racista. Este es un aspecto que, como el propio autor confiesa,
le quitaba el sueño y casi le hace dejar el libro de lado, pero que finalmente
aceptó como parte del juego de la ciencia. Sin embargo, ello no quiere decir
que la genética determine por completo nuestra capacidad deportiva.
Epstein se muestra particularmente crítico con aquellas
noticias que señalan que “se ha descubierto el gen de la obesidad o el gen de
la promiscuidad o el gen de la furia”, cuando realmente la mayor parte de la
información genética es una condición previa para el desarrollo de una
capacidad, no un determinante. Debido a la tendencia a la simplificación,
tendemos, por una parte, a intentar explicar realidades complejas a través
de una única causa. Y por otra, como indica Epstein, solemos inventar
narraciones a posteriori que expliquen la realidad, como cuando juzgamos que
una persona que no mejora con el entrenamiento tiene problemas de motivación o
psicológicos. Pero la realidad es mucho más compleja.
Lo que el Heritage Project nos descubrió
Epstein cita en su libro uno de los proyectos de
investigación más importantes relacionados con el deporte y la genética, el
llamado Heritage Project, que siguió a los miembros pertenecientes a dos
generaciones distintas de 98 familias sedentarias con el objetivo de averiguar
de qué manera el entrenamiento alteraba sus resultados deportivos. Los
investigadores midieron la capacidad aeróbica de los participantes, ciudadanos
americanos y canadienses, y tomaron muestras de su ADN. Apenas seis meses
después de que todos siguiesen el mismo entrenamiento, se dieron cuenta de
que los resultados eran muy diferentes entre sí. Algunos no habían
experimentado ninguna evolución mientras que otros habían mejorado
dramáticamente. ¿Qué pasaba?
La variación genética podía hacer que los efectos del
entrenamiento fuesen muy diferentes entre unos y otros. Una de las
peculiaridades puestas de manifiesto por el estudio es que, a la hora de
mejorar, daba igual lo buenos o malos que fuesen de entrada. Es
decir, aquellos que eran buenos deportistas de manera innata no mejoraron más
que aquellos que eran peores, sino que en algunos casos estos superaron a los
primeros. Pero, al mismo tiempo, había algo que permanecía invariable en la
mayor parte de los casos: los miembros de cada familia solían comportarse de
manera semejante, lo cual sugería que, efectivamente, existe un sustrato
genético que explica estas diferencias entre personas.
Fue este estudio el que identificó las 21 variaciones
genéticas que influyen en nuestra capacidad y desarrollo deportivos, al menos
en lo referente a la mejora aeróbica. Tener una u otra variación de estos genes
significaba que aquellos con un mayor número de versiones favorables de los
mismos podían llegar a diferenciarse hasta tres veces de aquellos que tenían
las versiones negativas. Por eso, Epstein lo considera un estudio pionero ya
que, por primera vez, demostró que un mismo plan de entrenamiento puede
tener consecuencias muy diferentes entre personas genéticamente
diferentes.
¿De qué manera pueden influir estos descubrimientos en
nuestro conocimiento de la biología humana y el entrenamiento deportivo? Al fin
y al cabo, las implicaciones del estudio de Epstein no se encuentran tan
lejanas de aquello que los científicos de la nutrigenómica han
defendido durante los últimos años: que la composición genética única de cada
individuo provoca que tanto las dietas como los programas de entrenamiento
deban adaptarse a su condición particular. A cada uno lo suyo:
llega la era de la personalización en todos los aspectos de nuestra vida.
diarioElConfidencial.com.
Libro el gen deportivo/ David Epstein/ redactor de la revista Sports Illustrated, especializado en temas de ciencias,deporte y periodismo de investigación.
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