domingo, 17 de mayo de 2015

LA BESTIA LUIS ENRIQUE.


El técnico, con alma de minero y muy desconfiado, se ha apoyado en su equipo para controlar los egos del vestuario
LUIS MARTÍN/ Barcelona.
Luis Enrique Martínez saltó del banquillo y se abrazó a Unzue, pero se escondió pronto en el vestuario. “Prefiero las celebraciones íntimas y tranquilas” dijo tras su primer título de Liga. Siempre fue un tipo particular, desagradable en el trato porque nunca quiso ser simpático y exigente como nadie, empezando por sí mismo, desde que era futbolista. Ayer lo primero que hizo fue acordarse de la afición: “Hemos hecho felices a mucha gente y con eso me quedo”.


Exultante, buscó más abrazos entre su cuerpo técnico que con los jugadores, con los que siempre ha mantenido distancias. “¿Le recuerdas de jugador? Pues igual pero a lo bestia”, dicen los que le han visto trabajar en el búnker de la ciudad deportiva y los que le vieron defender a la plantilla en el Camp Nou ante Robson o Van Gaal. “No ha pedido ayuda, no se ha casado con nadie”, dicen. No le ha ido mal. “Ha hecho una gran temporada”, le reconoció ayer Bartomeu, el presidente”. “No debo juzgarme. Hemos vivido una situación especial, con muchos cambios, sabiendo que no era un año de transición sino que teníamos que ganar”, concluyó el entrenador.

Rodearse de “los mejores”
Desconfiado y tremendamente trabajador, el técnico asturiano presume de haberse apoyado en un grupo excelente de colaboradores. “La gran virtud que tengo, y alguna tengo, es la de saber rodearme de los mejores”. Empezando por Unzue, que fue portero azulgrana y formó parte del cuerpo técnico en la época de Guardiola. “Si no es por él, muerde”, aseguran. Por él y por su psicólogo Joaquín Valdés, con el que Messi se las tuvo en su día y que sólo ha tenido especial relación con Luis Suárez y con Vermaelen. El equipo ha hecho mucho más caso al preparador físico, Rafael Pol, que siempre tuvo al plantel en forma.
 Pero Valdés acude a las ruedas de prensa del técnico, tal vez para aconsejarle en sus relaciones sociales.

En el vestuario, se maneja solo. Para mal y para bien. Cuentan que siempre se mantuvo distante de la plantilla, aunque contó con el apoyo de Bravo, Rakitick y Rafinha, dando voz a los jóvenes, y también con los catalanes, encabezados por Xavi, que calmaron a Messi cuando se enfadó. Dos momentos puntuales definen el año de Luis Enrique: el mosqueo con el argentino después de Navidad, tras el partido en Anoeta, y la bronca con Neymar en Sevilla, el 11 de abril, cuando le sustituyó y el delantero le montó una bronca. Y no era la primera vez. Con Messi prefirió recular después de echarle un primer pulso del que salió tocado. A Neymar le reclamó que se disculpara ante sus compañeros; lo hizo al día siguiente
.

“Es un casta, alma de minero”, dicen los que trabajan con él y se atreven a hablar. “No se fía ni de su sombra”, se disculpan. Y en esas, obra en consecuencia. “Sabe que si debe morir, lo hará con sus ideas”. No ha muerto, al contrario, ha ganado con su gente, con su idea y con la sensación de que desde que echaron a Zubi solo contaba con ellos, con su equipo. Y con Messi, claro.

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