sábado, 20 de diciembre de 2014

EDGAR MORIN


La Vía de Edgar Morin
Publicado por enverdeyrojo
Sábado, 20 Diciembre 2014.


 Paidos. Madrid 2011. 297 páginas
Llevado por el deseo de encontrar caminos para salir de esta crisis, he leído La Vía. Para el futuro de la humanidad de Edgar Morin. Buscaba soluciones que no fueran meros parches. Creía que la crisis no es solamente económica, sino de ámbito mucho más amplio, una crisis de valores que exige reformas más profundas y generalizadas. Y he encontrado en este ensayo de Edgar Morin -a pesar de algunos planteamientos discutibles- una clarividente guía de hacia dónde debemos encaminar nuestro futuro.

El libro está plagado de frases certeras y contundentes que en más de una ocasión me han hecho pensar “eso es lo que quería decir yo”. He aquí una pequeña muestra a modo de aperitivo:
“La clase política se contenta con informes de expertos, estadísticas y sondeos. Ya no tiene un pensamiento. Ya no tiene cultura […] Ignora las ciencias humanas. Ignora los métodos que serían aptos para concebir y tratar la complejidad del mundo…” (pág 44).
“El déficit de alimentación que sufren ochocientos millones de personas en el mundo depende, sin duda alguna, de la especulación, la corrupción, la destrucción de los cultivos de subsistencia y la sobrealimentación de los países ricos” (pág. 68).
“De forma general, se trata de reencajar la economía en lo social, lo cultural y lo humano, lo cual significa, fundamentalmente, volver a colocar la economía en el lugar que le corresponde como medio y no como fin último de la actividad humana” (pág. 118).
“… la evolución del capitalismo desde 1990, y la incapacidad de los partidos de izquierda y los sindicatos para ponerle freno, han conducido a una nueva explotación basada en criterios de rentabilidad, de productividad, de rendimiento, de competividad…” (pág 237).

Pero el ensayo es mucho más que esto.
EL DIAGNÓSTICO
Comienza con una introducción general en que Morin señala el objetivo del libro y hace un primer diagnóstico de la situación. Compara el devenir de nuestro planeta con una nave movida por cuatro motores incontrolados: ciencia, técnica, economía y afán de lucro. Por esto, la nave tendría una altísima probabilidad de sufrir catástrofes. De ahí que el objetivo del libro sea enunciar la vía que puede salvar a la humanidad. Porque ya no sería suficiente condenunciar o indignarse.

En su lúcido diagnóstico, Morin habla de “policrisis”. Evidentemente, hay crisis económica, debido a la ausencia de verdaderos dispositivos de regulación y a la especulación del capitalismo financiero más que al endeudamiento de la población. Hay crisis de crecimiento, pues en nuestro mundo finito no es posible un crecimiento exponencial: “La idea fija de crecimiento debería sustituirse por un concepto complejo que comportase crecimientos, decrecimientos y estabilizaciones diversas” (pág. 25)

Hay crisis ecológica, por la degradación creciente de la biosfera. Menciona también Morin la crisis de civilización occidental, con su intoxicación consumista, la sobrecarga de actividades, el malestar psíquico y moral, las desigualdades, el individualismo… Y, por supuesto, hay una crisis política generalizada; en primer lugar, por la inexistencia de autoridades legítimas dotadas de poder de decisón a nivel mundial, algo imprescindible para tratar los problemas globales de nuestra nave espacial Tierra; y después, por la incapacidad de la política de controlar la economía.

LAS REFORMAS
Tras esta introducción, Morin pasa a analizar los aspectos más problemáticos de la realidad y propone, para cada uno, una lista de reformas. En ocasiones concreta con detalle esas propuestas reformistas y otras veces apunta nada más el camino que deberíamos transitar. He aquí un intento de nombrar lo más significativo.



Insiste en ideas como la comunidad de destino de la Humanidad, que nos llevaría al concepto de Tierra-Patria, a ser ciudadanos del mundo sin tener que renunciar -explica Morin- a las patrias particulares, pero con instituciones supranacionales dotadas de poderes efectivos para prevenir guerras, para establecer normas ecológicas y económicas, para luchar contra las desigualdades, para regular los flujos migratorios… Insiste también en que en nuestra civilización restauremos las redes de asistencia y solidaridad perdidas, tan presentes en sociedades del Sur, porque el Estado del Bienestar es indispensable pero no suficiente. Defiende la simbiosis entre lo mejor de la civilización occidental y las aportaciones extremadamente ricas de las demás civilizaciones. Defiende una política ecológica basada en las energías renovables, en transportes menos contaminantes; peatonalización de las ciudades, desarrollo de las agriculturas tradicionales y biológicas. Trata del problema del agua, de la necesidad de asegurar su calidad y el abastecimiento, para lo cual propone el control público de la misma y convertirla en derecho humano. En economía, propugna que el pensamiento político abandone el economicismo actual, y con él la idea del crecimiento sostenible, y propone hasta diecisiete reformas: medidas de regulación, fomento de economías de proximidad, desarrollo de mutuas y cooperativas, microcréditos, comercio justo, bancos solidarios; reforma de la empresa, en las relaciones entre las personas que la componen y por la introducción de la dimensión ética en su quehacer diario… También explica cómo disminuir las desigualdades Norte-Sur, qué tenemos que tener en cuenta para intervenir en el Sur o, mejor dicho, intercambiar con ellos. Habla hasta de Medicina. Alaba los grandes avances de la medicina occidental, pero critica que relegue a las otras, que hagamos poco caso a las causas psíquicas de las enfermedades y, sobre todo, la hiperespecialización: es el médico generalista el que tendría que estar en la cúspide para tratar a la persona en su contexto, no a un determinado órgano. Propone la utilización de genéricos contra los precios prohibitivos, descentralización, fomento de la hospitalización a domicilio y, en general, una mayor humanización de la Medicina.

Dedica bastante espacio a analizar la agricultura y el mundo rural. Constata el éxodo hacia las ciudades y las desigualdades que ello produce -todo provocado por planes del FMI y el Banco Mundial. Denuncia la posible desaparición de la mitad rural de la humanidad y de sus saberes. Preconiza invertir hacia el campo los flujos migratorios con políticas de revitalización del mundo rural. Se muestra contrario a la agricultura industrializada por la cantidad de problemas que genera, entre ellos el del agua, así como al neocolonialismo agrario y a los biocarburantes. Defiende la regulación del mercado, el apoyo a los precios, las técnicas agrícolas ecológicamente eficientes, la propiedad comunitaria de la tierra, un menor consumo de carne, protecciones arancelarias para la soberanía alimentaria. 

En conclusión, “es posible reinventar una agricultura que garantice la calidad del agua, preserve la biodiversidad, combata la erosión y alimente el planeta en cantidad y en calidad a la vez” (pág. 215).

Y otras muchas ideas más, de diversos ámbitos: no renunciar a los “momentos de fiesta”, instaurar certificados de garantía de productos libres de toda explotación, aranceles para los países “esclavistas”, control sobre las multinacionales, fomento del comercio de proximidad…
Edgar Morin

Pero, para Morin, las reformas tienen que ir aún más allá. Habla también de reforma del pensamiento: “Nuestro modo de conocimiento no ha desarrollado suficientemente la aptitud para contextualizar la información e interpretarla en un conjunto que le dé sentido” (pág. 141); el hecho de que existan la alienación en el trabajo, el deterioro de la biosfera, las armas de destrucción masiva… sería la prueba de que no hemos construido un mundo racional y de que es necesaria una reforma del pensamiento. Junto a ello, sería imprescindible una reforma de la educación: “La enseñanza que parte de disciplinas separadas en lugar de alimentarse de ellas para tratar los grandes problemas mata la curiosidad natural de todas las conciencias juveniles” (pág. 148). Morin enseñaría “Ecología de la acción”, “Introducción a los problemas vitales”, “Iniciación a la contextualización”… Educaría para la era planetaria.

Y, para rematar su pirámide de reformas, Morin recalca que en su cúspide han de estar las“reformas de vida”, la columna sobre la que convergen las demás reformas en las civilizaciones occidentales. Está claro que el bienestar material no ha traído de por sí la “buena vida”, porque el verdadero bienestar no es posesión. Así pues, indicadores como el PIB no valen para medir el Bienestar. Tampoco el IDH, porque diplomas y ausencia de enfermedades son compatibles con el malestar. En definitiva, apela a que todos redefinamos nuestras verdaderas necesidades. Se trataría de conquistar un arte de vivir que nos llevara en la medida de lo posible a la paz interior, a la plenitud. Morin habla de regenerar nuestra relación con el cosmos, con la naturaleza, del necesario sentimiento de pertenencia a la Tierra-Patria, y también de compasión, fraternidad, perdón, amor, amistad, juego, sentido estético…

Reforma de vida, ética, de pensamiento, de educación, reformas de civilización y de políticas de la Humanidad. Todas son interdependientes, “sus progresos les permitirían dinamizarse mutuamente” (pág. 283), hasta regenerar el mundo humano. Nunca se habla en el libro de la necesidad de una revolución traumática o violenta para poner en marcha todo esto. Morin utiliza siempre palabras como “reforma” y “regeneración”, habla de lograr no la revolución, sino la metamorfosis. Afirma que “todo ha empezado a transformarse ya sin que nos hayamos dado cuenta. Hay millones de iniciativas que florecen en todas las partes del mundo” (pág. 283). Debemos trabajar -continúa- para relacionarlas y unirlas. Tampoco habla de utopía, la rechaza, hay que partir de un compromiso con la realidad para modificarla. Nos pide ánimo para luchar contra las dificultades, que provendrían de “estructuras institucionales y mentales esclerosadas” y de “enormes intereses económicos” (pág. 82). Y a pesar de que estas ideas no están inscritas aún en una gran pensamiento político de estructura planetaria, nos da otra pista de por dónde podemos continuar: “El talón de Aquiles del capitalismo, en una sociedad de consumo, es la conciencia y la organización de los consumidores” (pág. 180), por lo que podríamos crear “una fuerza política”, “asociaciones” o “ligas de consumidores”, que, con el arma del boicot a las compras, avanzara hacia la Vía.


CONCLUSIÓN
 Ilusión
En fin, mil análisis, mil ideas, mil afirmaciones… Imposible resumirlo todo aquí. A mí me ha ilusionado. A pesar de mis desacuerdos puntuales con algunas de sus afirmaciones, me gusta su enfoque humanista.
Es la Vía. Sí, seamos optimistas, pensemos que esas iniciativas aún aisladas de las que habla Morin terminarán cuajando. Pero qué bueno sería un fuerte altavoz político para dar a conocer la Vía. Señores de la izquierda: ¿qué hacen ustedes? ¡Es posible ilusionar a los ciudadanos si se les explica bien estas ideas!
Que lo veamos. Muchas gracias, amigo Morin, por tu ensayo.


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