Los ‘nueves’ clásicos pierden protagonismo y hoy más que
nunca los tantos son hijos del juego y de la llegada de los "dieces".
James y Neymar, los 'dieces' de Colombia y Brasil. / AFP
El Mundial, que siempre certifica tendencias, ha
concretado definitivamente que en el fútbol ha cambiado el orden numérico: elnueve de
ayer es el diez disfrazado de hoy. Los arietes clásicos,
jugadores que anidan en las áreas para el punto final, se han extinguido o
tienen un papel secundario. El gol de estos tiempos es asunto de jugadores que
participan de la arquitectura, que llegan al área de visita y dejan su recado
para la gloria: James, Neymar, Messi, Robben, Müller, Benzema… Unos juegan más
cerca del portero rival, como el alemán y el francés, pero su radar es amplio,
entran y salen de las zonas calientes sin cita previa. Los otros son una
amenaza desde la periferia. Y a los seis más distinguidos del campeonato se
podrían añadir perfiles como los de Van Persie, Bryan Ruiz, Giovani, Sterling,
Jackson Martínez, Shaquiri y otros muchos.
Hasta la fecha, el nueve de toda la vida o
no ha tenido impacto alguno (Diego Costa, Fred, Jo, Mandzukic, Mitroglou, Hugo
Almeida, Lukaku, Dzeko…) o solo ha sido el último recurso. Es el caso de Klose
y Huntelaar, reservas que tienen carrete cuando la cosa está cruda y ya solo
queda devastar el área con ollazos. En la Francia empachada de
goles de Henry, Platini y Zidane, que atacaban desde el horizonte con el frac
puesto, hoy entra y sale Giroud, el viejo prototipo de delantero al que medían
en la báscula. Sin él, con el ligero Griezmann y Benzema con otra panorámica, los bleus dieron
su mejor versión ante Nigeria,jugaron más y remataron el triple.
Cierto que los delanteros puros más
reputados se han quedado sin Mundial, como Ibrahimovic y Lewandowski. Y que en
el infinito repertorio que ofrece el fútbol, en el que no hay una teoría única,
no han sido pocos los nuevazos de leyenda: Zarra, Seeler,
César, Gerd Müller, Quini, Hugo Sánchez… Por distintas causas, hoy parecen
recusados. La España del nueve mentiroso, el Real Madrid de
Cristiano o el Barça de Messi han terminado por imponer la corriente. Resulta
que no era una extravagancia situar a Silva o Cesc como delanteros postizos. Ni
siquiera la selección española fue pionera en el simulacro.
Los precedentes
apuntan a los mejores equipos de la historia, que fingían con puntas que se
alejaban de las retaguardias e irrumpían de un portazo, sin previo aviso, para
alarma de los zagueros, la mayoría rígidos como estacas. Fue el caso de
Pedernera en La Máquina de River, Hidegkuti en la fabulosa Hungría de los
cincuenta, Di Stéfano y Puskas en el Madrid que colonizó la Copa de Europa. Y
del Brasil más genuino y universalmente festejado. Ni Pelé era un nueve, ni
mucho menos lo era el sutil delineante que era Tostão. De la mítica Canarinha
del 82, capaz de ser legendaria sin ganar el título, no hay quién recuerde a
Serginho, un cuerpo extraño entre Zico, Falcao, Cerezo y Sócrates.
Lo mismo cabe decir de la Naranja Mecánica, en la que Cruyff
era un espíritu libre con el 14 a la espalda y las posiciones
del 1 y el 9 eran irrelevantes. El máximo
goleador del Mundial 74 fue un medio tapón como Neeskens, y quienes también
flirteaban con el gol eran Rep y Rensenbrink. El propio Cruyff construyó un
Dream Team en el que Laudrup podía ser el delantero central. Y la máxima
expresión llegó con Guardiola y su envite por Messi como aparente broche
goleador. Con estos antepasados, es chocante que precisamente España y Brasil
hayan apostado por un faro permanente en el área. Ya ni los ingleses —Rooney,
Sturridge— o alemanes, que siempre llevaron en su manual el dogma del tanque.
Los cazadores del gol han perdido el rastro y el gol es cosa
del talento. Ellos se crean su propia diana con una puntería asombrosa: James
ha hecho 15 remates y solo uno no ha ido entre los tres palos —Robben
(12/1), Messi (13/6), Benzema (25/6), Neymar (15/2) y Müller 13/5)—. Un viejo
axioma decía que para el gol hay que estar fresco. Pues no es necesario del
todo.Thomas Müller es el quinto jugador que más distancia ha recorrido (46,4
kilómetros; 19,8 con balón, 13,6 sin él y 29,2 km/h de velocidad máxima). Entre
el top-6 goleador le siguen Robben, que ha hecho 42,7 kilómetros (15,7
con el balón y 14,5 sin él, y 31km/hora); Neymar (40,8 km: 15,7 con
balón y 13,4 sin, y 31,8 km/hora); Benzema (37,9: 14,8 con y 11,6 sin, y 29,1
km/hora); y James (36: 13 y 12,6, y 30,9 km/hora). Y con un partido menos, Messi (22,3:
10,5 y 5,6, y 29,6 km/hora). Queda claro que el argentino es, de largo, el que
menos distancia ha recorrido, con la pelota y menos aún sin ella.
Robben, ante el meta mexicano Ochoa. /AFP
Con ellos en la portada del juego y el gol, anotar ha dejado
de ser cuestión de tamaño, se puede ser espigado (Müller), un ratón como Messi
o tener una talla media como James o Benzema. Y se puede ser tan cerrado como zurdo
que como diestro. También son versátiles para dibujar el gol. Entre los seis
jugadores suman 23: seis desde fuera del área, 12 con la pierna izquierda, 10
con la derecha, tres de penalti y solo uno con la cabeza (James). Si hay
que asistir, lo hacen y ya contabilizan siete pases previos al éxito.
El gol tiene otro trato y cuesta rebobinar hasta descubrir
quién fue el último de aquellos nueves con pinta de peso
pesado que se extraviaban fuera del área, etiquetados por su olfato para
rebañar. Si el último Mundial fue cosa de Iniesta, la Eurocopa más cercana la
resolvieron dos centrocampistas (Silva y Mata), un delantero (Torres) y un
defensa (Alba). Tan defensa como el Godín que decidió la Liga para el Atlético
y repitió en la final de Champions de Lisboa, donde otro
zaguero (Ramos) rescató al Madrid hasta la irrupción en la prórroga de dos
extremos (Bale y CR) y, entre medias, un lateral (Marcelo).
¿Y los arietes que parecían más de verdad que de mentira? Un
atavismo. Hoy más que nunca los goles son hijos del juego. Y de los que juegan
a algo más que a apretar el gatillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario