BAYERN MÚNICH
El técnico ofrece al Bayern un juego más sencillo y menos
demandante para los futbolistas tras la exigencia de Guardiola. El equipo ha
ganado todos sus partidos.
DIEGO TORRES
Madrid 27 SEP 2016 -
Ancelotti
se pone la chaqueta del Bayern durante un partido. TOBIAS HASE AP
“¿Cómo me voy a estresar si el fútbol es un juego?”, se
pregunta Carlo Ancelotti.
Sonriente, lozano, escrutando a sus interlocutores desde
unos ojos cristalinos y brillantes, el entrenador en activo más laureado de la
Champions proclamó recientemente ante una nutrida audiencia bávara que se bebió
dos litros de cerveza en una fiesta institucional porque hay productos cuya
potencia todavía no ha calculado: “Yo sé cuánto vino puedo soportar, pero
todavía no sé cuántas cervezas aguanto”.
El hombre exhibe con aparente campechanía un talento
descomunal para conseguir que a su alrededor todo fluya cordialmente. Una leve
cojera, efecto visible en las rodillas de una carrera larga y tortuosa con las
botas puestas, es el único signo manifiesto de incomodidad en todo el conjunto.
El detalle lo dignifica a ojos de los muchachos y le confiere un aura de viejo
zorro frente a los directivos.
Durante tres años Pep Guardiola convirtió la sede del
Bayern, en Säbener Strasse, en una especie de santuario de abnegado
perfeccionismo. Allí se sucedían jornadas de agitación y vigilia. El Cabo
Cañaveral del fútbol europeo. El sucesor ha devuelto al lugar su aroma
primordial como de bucólica posada bávara. Los resultados en la Supercopa
alemana, Bundesliga y Champions son la música de fondo: ocho partidos, ocho
victorias. Un gol en contra y 27 a favor.
“En el Bayern quiero continuar con una buena posesión de
balón pero también conseguir jugar con un poquito más de verticalidad”, explica
en el L’Equipe. “Quiero más finalización”.
Ancelotti posee dos cualidades imbatibles. La primera es el
olfato para detectar el sentimiento colectivo del vestuario y presentarse como
el catalizador, el resorte capaz de convertir los anhelos de los jugadores en
energía competitiva. Con él, los futbolistas se sienten más influyentes de lo
que realmente son. Su segunda virtud se relaciona con el genio táctico.
Ancelotti es un maestro en el arte de ofrecer soluciones claras e imaginativas a
los problemas que los futbolistas encuentran en el campo. Sin dogmatismos.
Instintivamente, es capaz de resolver las peores contradicciones.
En 2013 heredó la maquinaria pesada de Mourinho en el Madrid
y un año después ganó la Champions jugando con Isco de mediocentro. En el
Bayern su misión es la contraria. Encuentra un equipo y un club plagado de
personalidades que añoran el viejo fútbol directo alemán y piden a gritos un
poco de sosiego tras el torbellino académico de Guardiola.
Carlo Ancelotti (Reggiolo, 1959) es un caso único. Ningún
entrenador en activo ha conquistado más títulos de Copa de Europa. Levantó dos
como futbolista, con el Milan; y otras tres copas como entrenador, ya con el
formato de Champions, dos con el Milan y una con el Madrid. En total cinco
trofeos, como Migual Muñoz.
Su fichaje por el Bayern coincide con el programa de un club
que considera la Champions como su prioridad. Después de lograr tres
Bundesligas consecutivas y varios récords de puntuación y goles con Pep
Guardiola, el club más rico de Alemania se ha impuesto recuperar el trofeo que
logró por última vez en 2013. Inmediatamente, los dirigentes han pensado en
Ancelotti. El parmesano es el entrenador-fetiche a la hora de asaltar el título
más preciado del continente.
Ancelotti se presentó en el Bernabéu prometiendo un “fútbol
espectacular” después de tres años de contragolpes y ahora en el Bayern
advierte que lo que quiere es más contragolpes. “La estadística de la último
Euro”, dice, “es bastante elocuente: siete partidos sobre diez fueron ganados
por el equipo que tuvo menos el balón. Para meter un gol lo más fácil es el
contragolpe. Cuanto más tienes la posesión, menos posibilidades tienes de
contraatacar y aprovechar los espacios”.
Ancelotti dice lo que quieren escuchar sus futbolistas.
Apunta a cuestiones que intrigaron a Beckenbauer y preocupan al director
general, Karl-Heinz Rummenigge, o al director deportivo Matthias Sammer. Se
pone a disposición para lo que manden. Menoscruyffismo. Más
simplificación.
“Lo hice en el Madrid con James, Di María o Isco”, dice. “Y
lo quiero hacer en el Bayern con Robben, Ribéry, Douglas o Coman. No quiero que
se dediquen tanto a abrir el campo y a centrar, como extremos, sino más a
recibir el balón en el medio”.
Los centroeuropeos lo definen como gemütlichkeit.
La serenidad ideal, aspiración de todo buen hostelero que se precie. Un estado
mental que conecta con esa paz que no es simplemente un modo de ser. El técnico
de Reggiolo es un hombre mucho más complejo de lo que aparenta. Su
impasibilidad no es un atributo del carácter sino una fórmula de gestión. Un
seguro de éxito en el Parma, el Milan, el Chelsea, el PSG y el Madrid, algunas
de las instituciones más exigentes de una industria inflada como pocas.
Nacido en 1959 en la campiña parmesana, Carlo Ancelotti
finge ser un aldeano distraído. Su método parece de fácil aplicación pero sus
imitadores han fracasado. Para lograr la gemütlichkeit ancelottiana es
preciso ser un genio del cálculo y la acción.
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