por IGNACIO
BENEDETTI.
– Se
preguntaba Friedrich Nietzsche qué origen tienen propiamente nuestro bien y
nuestro mal, asunto que obviamente atormentó al filósofo alemán
durante toda su existencia.
En la misma página de su Genealogía de la moral vuelve
a cuestionarse: “¿En qué condiciones se inventó el hombre esos
juicios de valor que son las palabras bueno y malvado? ¿Y qué valor tienen
ellos mismos? ¿Han frenado o han estimulado hasta ahora el desarrollo humano?
¿Son un signo de indigencia, de empobrecimiento, de degeneración de la vida?
¿O, por el contrario, en ellos se manifiestan la plenitud, la fuerza, la
voluntad de la vida, su valor, su confianza, su futuro?”.
En ello se
pasó la vida el pensador alemán. En ello y en otras cosas más.
Arruabarena
entrenador de Boca, bien le haría sumergirse en esas arenas movedizas ante el
cuestionamiento de si a su equipo le valía ganar como fuera en la nueva versión
del superclásico argentino, dijo: “El resultado es lo
más importante, lamentablemente, pero es así y lo sabemos todos”. Creo que confunde
la gimnasia con la magnesia. El triunfo no es abominable, es la consecuencia de
la correcta ejecución de un plan, sumado a la cooperación de los siempre
incómodos imponderables.
No hay
que lamentarse por la victoria; son las formas elegidas para su búsqueda lo que
deben ser objeto de la reflexión, al mismo tiempo que hay que revisar el
excesivo valor que damos a quien obtiene el triunfo. ¿Ganar? Todo atleta sale
al ruedo con la victoria como objetivo. No vale todo con tal de conseguir un
triunfo, pero la competitividad y la victoria son necesarios para evitar eso
que Nietzsche calificaba como la degeneración de la vida.
Contra ese
conformismo lucha Paco Jémez, entrenador del Rayo Vallecano. No es nuevo su
gusto por atreverse o por bailar con lobos; es su rebeldía lo que lo convierte
en un personaje interesante, entrañable y digno de ser seguido.
Los paradigmas convencionales
nos llevan a adoptar cierto tipo de conductas para protegernos cuando
enfrentamos a un rival más fuerte, pero ha logrado que sus jugadores no se
limiten a creer en verdades incomprobables y ellos, con ánimo de aventureros,
se atreven a desafiar ese statu quo que obliga a muchos a
olvidarse del juego para sumirse en el sufrimiento. El Rayo le planta cara al
Barcelona de Luis Enrique y pierde.
Cae jugando y
generando peligro, aunque también, viviendo en el peligro mismo que significa
jugar y no rendirse. ¿Replegarse y jugar a la contra le representaría mayores
posibilidades de producir un resultado distinto? Nadie lo sabe, y por ello el
Rayo se atreve a caminar con otros zapatos, casi recordando al mismo Nietzsche
cuando escribió: “¿Qué ocurriría si la verdad fuera lo
contrario? ¿Qué ocurriría si en hubiese también un síntoma de
retroceso, y asimismo un peligro, una seducción, un veneno, un narcótico, y que
por causa de esto el presente viviese tal vez a costa del futuro” .
El fútbol
es hoy y nada más, por ello bien que vale atreverse a vivir alejados de los
prejuicios ajenos.
– Todo esto
que le cuento es verdad y no es nada nuevo. Como aquello de que el fútbol es
pasión. Si no, que así lo confirme André-Pierre Gignac. El delantero de moda de
la Ligue 1 de Francia ha firmado tal arranque que ya nadie cuestiona su regreso
a la selección bleu. Se habla mucho de los kilos que perdió en la
pretemporada al mando de Marcelo Bielsa y su cuerpo técnico, pero no nos
engañemos: es en la pasión donde se halla el combustible para combatir y no
desfallecer en el intento.
De fútbol
saben muchas personas, quizá más de lo que algunos entendidos quisieran
aceptar. Pero transmitir el frenesí y contagiar ese deseo de superación es
cuestión de un puñado de elegidos. Como Bielsa, que alguna vez prometió
cortarse un dedo de la mano si su equipo perdía un clásico. O como el mismo
Nietzsche, que nos enseñó a cuestionar el origen de las más básicas
calificaciones humanas.
*
Ignacio Benedetti.
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