Reseña breve/
En "Fútbol a Sol y Sombra" el genial escritor
uruguayo regaló, además de relatos riquísimos, su visión de los actores
principales del deporte.
El fútbol a Sol y Sombra
TEMAS
- Eduardo
Galeano
lun abr 13 2015
Prólogo
"Todos los uruguayos nacemos gritando gol y por eso hay
tanto ruido en las mternidades, hay un estrépito tremendo. Yo quise ser jugador
de fútbol como todos los niños uruguayos. Jugaba de ocho y me fue muy mal
porque siempre fui un 'pata dura' terrible. La pelota y yo nunca pudimos
entendernos, fue un caso de amor no correspondido. También era un desastre en
otro sentido: cuando los rivales hacían una linda jugada yo iba y los
felicitaba, lo cual es un pecado imperdondable para las reglas del fútbol moderno".
¿El opio de los pueblos?
"¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que
le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos
intelectuales".
El estadio
"¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío?
Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío
que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie. En
Wembley suena todavía el griterío del Mundial del 66, que ganó Inglaterra, pero
aguzando el oído puede usted escuchar gemidos que vienen del 53, cuando los
húngaros golearon ala selección inglesa. El Estadio Centenario, de Montevideo,
suspira de nostalgia por las glorias del fútbol uruguayo. Maracaná sigue
llorando la derrota brasileña en el Mundial del 50. En La Bombonera, de Buenos
Aires, trepidan tambores de hace medio siglo. Desde las profundidades del
estadio Azteca, resuenan los ecos de los cánticos ceremoniales del antiguo
juego mexicano de pelota. Habla en catalán el cemento del Camp Nou, en
Barcelona, y en Euskera conversan las gradas de San Mamés, en Bilbao. En Milán,
el fantasma de Giuseppe Meazza mete goles que hacen vibrar al estadio que lleva
su nombre. La final del Mundial del 74, que ganó Alemania, se juega día tras
día y noche tras noche en el Estadio Olímpico de Munich. El estadio del rey
Fahd, en Arabia Saudita, tiene palco de mármol y oro y tribunas alfombradas,
pero no tiene memoria ni gran cosa que decir".
El Hincha
"Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste
al estadio. (...) En este espacio sagrado, la única religión que no tiene
ateos, exibe a sus divinidades. (...) Mientras dura la misa pagana, el hincha
es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores,
todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos".
El jugador
"Corre, jadeando, por la orilla. A un lado lo esperan
los cielos de la gloria; al otro, los abismos de la ruina. El barrio lo
envidia: el jugador profesional se ha salvado de la fábrica o de la oficina, le
pagan por divertirse, se sacó la lotería. Y aunque tenga que sudar como una
regadera, sin derecho a cansarse ni a equivocarse, él sale en los diarios y en
la tele, las radios dicen su nombre, las mujeres suspiran por él y los niños
quieren imitarlo. Pero él, que había empezado jugando por el placer de jugar,
en las calles de tierra de los suburbios, ahora juega en los estadios por el
deber de trabajar y tiene la obligación de ganar o ganar. Los empresarios lo
compran, lo venden, lo prestan; y él se deja llevar a cambio de la promesa de
más fama y más dinero. Cuanto más éxito tiene, y más dinero gana, más preso
está".
El fanático
"El fanático es el hincha en el manicomio. (...) En
estado de epilepsia mira el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí
está su campo de batalla. La sola existencia del hincha del otro club
constituye una provocación inadmisible".
El arquero
"También lo llaman portero, guardameta, golero,
cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini,
penitente o payaso de las bofetadas. (...) Está condenado a mirar el partido de
lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su
fusilamiento. Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no
está disfrazado de cuervo y el arquero consuela su soledad con fantasías de
colores. (...) Lleva a la espalda el número uno. ¿Primero en cobrar? Primero en
pagar. El portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo.
Cuando un jugador cualquiera comete un penal, el castigado es él: allí lo
dejan, abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de la valla vacía. ¿Salió
en falso? ¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de
acero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un
campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo
condena a la desgracia eterna".
El gol
"El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el
gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio siglo, era raro
que un partido terminarasin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos.
Ahora,los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño,
dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos. (...) El gol, aunque
sea un golcito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de
los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo para
siempre".
El árbitro
"El árbitro es arbitrario por definición. Éste es el
abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso
verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el
árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los
goles. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo, que
castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio".
No hay comentarios:
Publicar un comentario