ENTREVISTA DEL profesor RODOLFO LLINÁS. /
revistaNúmero.
Se trata como no podía ser de otra manera, dada la talla del
entrevistado, de una apasionante reflexión sobre nuestro universo cerebral, las
bases fundamentales del funcionamiento, sus mitos y conclusiones apasionantes.
Espero que os sea útil y apasionante.
«El cerebro es una entidad muy diferente
de las del resto del universo.
Es una forma diferente de expresar todo.
La actividad cerebral es una metáfora para todo lo demás.
Somos básicamente máquinas de soñar
que construyen modelos virtuales del mundo real».
de las del resto del universo.
Es una forma diferente de expresar todo.
La actividad cerebral es una metáfora para todo lo demás.
Somos básicamente máquinas de soñar
que construyen modelos virtuales del mundo real».
No son palabras de un filósofo ni de un poeta, aunque su obra establece un puente entre éstos y la ciencia. Es la provocadora conclusión a la que ha llegado, tras cuarenta años de estudiar el sistema nervioso, uno de los cerebros más brillantes de nuestra época: el neurocientífico Rodolfo Llinás Riascos.
Partió del estudio microscópico del funcionamiento
unicelular de las neuronas hasta convertirse en fundador y pionero de la
neurociencia. Ésta integra diversas ciencias para entender el funcionamiento
del cerebro: biología, filosofía, fisiología, sistemas, bioelectricidad,
cognición, psicología, medicina, psiquiatría, informática, zoología, evolución,
antropología y geometría, por mencionar sólo algunas.
En todas esas aguas navega con propiedad Llinás, hasta
revolucionar el concepto que antes se tenía sobre el sistema nervioso, es
decir, «la esencia de la naturaleza humana». Sus colegas dicen que la obra de
Llinás rompe por completo las antiguas creencias y marca un nuevo paradigma
sobre la manera de entendernos a nosotros mismos y nuestra interacción con lo
que llamamos «realidad».
¿Por qué nos parece tan misteriosa la mente?
Supongo que la conciencia, el pensamiento y los sueños nos
resultan tan extraños porque parecen ser impalpablemente internos. Ello podría
deberse a que, desde un punto de vista evolutivo, nosotros los vertebrados
podemos considerarnos crustáceos volteados hacia fuera.
Me explico: los crustáceos son exoesqueléticos, es decir,
tienen un esqueleto externo. En cambio, nosotros somos endoesqueléticos, o sea,
tenemos un esqueleto interno. Esto implica que, desde cuando nacemos, somos
altamente conscientes de nuestros músculos, pues los vemos moverse y palpamos
sus contracciones. Comprendemos de una manera muy íntima la relación entre la
contracción muscular y el movimiento de las diversas partes del cuerpo.
Desgraciadamente, nuestro conocimiento acerca del funcionamiento del cerebro no
es directo. ¿Por qué? Porque en lo que a masa cerebral se refiere, ¡somos
crustáceos! Nuestro cerebro y nuestra médula espinal están cubiertos por un
exoesqueleto implacable: el cráneo y la columna vertebral.
A diferencia del resto del cuerpo, no vemos ni oímos nuestro
cerebro, no lo sentimos palpitar, no se mueve y no duele si lo golpeamos, ya
que está protegido por la portentosa estructura del cráneo. Si tuviéramos la
masa cerebral por fuera del cráneo y pudiéramos ver o sentir el funcionamiento
del cerebro, nos resultaría obvia la relación entre la función cerebral y la
manera como vemos, sentimos o pensamos. De la misma manera que ahora nos
resulta obvio lo que sabemos sobre el funcionamiento de músculos y tendones,
cuyo movimiento disfrutamos tanto que organizamos competencias mundiales para
comparar y medir masas musculares.
Pero no disponemos de una parafernalia análoga para medir
directamente el funcionamiento del cerebro. Supongo que por eso algunas
personas piensan que la mente, la conciencia o el «yo» están separados del
cerebro. Y por eso en la neurociencia se dan conceptos muy diversos sobre la
organización funcional del cerebro.
En cuanto a nuestros amigos los crustáceos, que no se dan el
lujo de conocer en forma directa la relación entre la contracción muscular y el
movimiento, el problema de cómo se mueven, en caso de que pudieran
considerarlo, podría resultarles tan inexplicable como lo es para nosotros el
pensamiento o la mente.
Por eso decían que el cerebro es una «caja negra»
misteriosa, hasta cierto punto pasiva, con la que llegamos «en blanco» al nacer
y que recibe estímulos del mundo externo, los interpreta y devuelve a través de
los sentidos. ¿Qué opina usted?
Digo que el cerebro enfrenta al mundo externo, no como una
máquina adormilada que se despierta sólo mediante estímulos sensoriales, sino
por el contrario como un sistema cerrado, autorreferencial (parecido al
corazón), en continua actividad, dispuesto a interiorizar e incorporar en su
más profunda actividad imágenes del mundo externo, aunque siempre en el
contexto de su propia existencia y de su propia actividad eléctrica intrínseca.
Para funcionar, el sistema no depende tanto de los sentidos
como creíamos, como lo prueba el hecho de que podemos ver, oír, sentir o pensar
cuando soñamos dormidos o cuando fantaseamos despiertos, en ausencia de
estímulos sensoriales.
Tampoco creo que el sistema nervioso sea una tabla rasa en
el momento del nacimiento. Años de evolución hacen que cada bebé nazca con un
cerebro hasta cierto punto organizado, con un «a priori neurológico» que le
permite ver, sentir u oír sin necesidad de aprender a hacerlo. Nacemos, por ejemplo,
con la capacidad de aprender cualquier idioma. Serán la cultura y la educación
las que determinen cuál. Pero la estructura básica nace con nosotros.
La historia evolutiva demostró que únicamente los animales
capaces de moverse necesitan cerebro (por eso las plantas, quietas y
arraigadas, aunque tan vivas como nosotros, no lo necesitan). Y que, en
principio, la función principal de éste es la capacidad de predecir los
resultados de sus movimientos con base en los sentidos. El movimiento
inteligente se requiere para sobrevivir, procurarse alimento, refugio y evitar
convertirse en el alimento de otros, pero como sería imposible sobrevivir si
predijéramos con la cabeza y con la cola al mismo tiempo, se necesita
centralizar la predicción en el cerebro. A esa centralización de la predicción
la conocemos como el «sí mismo» de cada uno de nosotros.
¿Por qué dice que el color, el dolor o el sonido no
existen afuera sino adentro?
Lo que hay afuera no es necesaria y únicamente lo que los
seres humanos vemos. En realidad, afuera hay todo un caos lleno de cosas que
nuestro cerebro no percibe porque no tiene necesidad de hacerlo para
sobrevivir: ondas sonoras, electromagnéticas, átomos, partículas de aire, etc.
Cada cerebro animal, incluido el humano, aprendió evolutivamente a discriminar
de ese caos externo sólo aquello que requiere para sobrevivir. Por eso, los
perros «ven» con el olfato, los murciélagos ciegos con el oído, los pajaritos
ven muchos más colores que nosotros y no tenemos seguridad de que sean los mismos
nuestros, etcétera.
Ejemplo: si un perro y una persona quieren buscar a alguien
en un aeropuerto, le damos a la persona una foto del extraviado y al perro una
media. Pero si lo hacemos al revés, la foto para el perro y la media para la
persona, ¡seguramente nunca encontraremos al perdido! (risas).
Así, se establece un diálogo entre nuestro mundo interno y
el mundo externo, por medio de los sentidos, que nos permite elaborar
representaciones virtuales de los fragmentos del mundo real que necesitamos
para sobrevivir. Pero no tenemos la visión íntegra de todo lo que hay allá
afuera. Lo que pasa es que a través de unos quinientos o setecientos años de
evolución, los humanos nos hemos puesto de acuerdo en una especie de
«alucinación colectiva estándar» y vemos más o menos lo mismo. Eso es lo que
nos permite ser una sociedad con referentes universales.
¿Por qué dice que el «yo» es un mito?
Los seres humanos no tenemos cerebro. Somos nuestro cerebro.
Cuando le cortan la cabeza a alguien, no lo decapitan sino que lo decorporan.
Porque es en este prodigioso órgano donde somos, donde se genera nuestra
autoconciencia, el «yo» de cada uno. Por tanto, lo que llamamos «yo» no es
separable del cerebro. Si dijéramos «el cerebro me engaña», la implicación
sería que mi cerebro y yo somos dos cosas diferentes. Mi tesis central es que
el «yo» es un estado funcional del cerebro y nada más, ni nada menos.
El «yo» no es diferente del cerebro. Ni tampoco la mente.
Son unos de tantos productos de la actividad cerebral, a partir de la cual
hemos llegado a la Luna y tenemos posibilidades ilimitadas de hacer realidad
nuestros sueños.
¿Cómo puede ser el «yo» un estado funcional del cerebro?
El núcleo de mi tesis radica en el concepto de oscilación neuronal, como la de las cuerdas de una guitarra o de un piano cuando las pulsamos. Las neuronas tienen una actividad oscilatoria y eléctrica intrínseca, es decir, connatural a ellas, y generan una especie de danzas o frecuencias oscilatorias que llamaremos «estado funcional».
El núcleo de mi tesis radica en el concepto de oscilación neuronal, como la de las cuerdas de una guitarra o de un piano cuando las pulsamos. Las neuronas tienen una actividad oscilatoria y eléctrica intrínseca, es decir, connatural a ellas, y generan una especie de danzas o frecuencias oscilatorias que llamaremos «estado funcional».
Por ejemplo, los pensamientos, las emociones, la conciencia
de sí mismos o el «yo» son estados funcionales del cerebro. Como cigarras que
suenan al unísono, varios grupos de neuronas, incluso distantes unas de otras,
oscilan o danzan simultáneamente, creando una especie de resonancia. La
simultaneidad de la actividad neuronal (es decir, la sincronía entre esta danza
de grupos de neuronas) es la raíz neurobiológica de la cognición, o sea, de
nuestra capacidad de conocer.
Lo que llamamos «yo» o autoconciencia es una de tantas
danzas neuronales o estados funcionales del cerebro. Hay otros estados
funcionales que no generan conciencia: estar anestesiado, drogado, borracho,
«enlagunado», en crisis epiléptica o dormido sin soñar. Cuando se sueña o se
fantasea, ya hay un estado cognoscitivo, aunque no lo es en relación con la
realidad externa, dado que no está modulado por los sentidos.
Pero en los otros casos o estados cerebrales, la conciencia
desaparece y todas las memorias y sentimientos se funden en la nada, en el olvido
total, en la disolución del «yo». Y, sin embargo, utilizan el mismo espacio de
la masa cerebral y ésta sigue funcionando con los mismos requisitos de oxígeno
y nutrientes.
Aunque el estado funcional que denominamos «mente» es
modulado por los sentidos, también es generado, de manera especial, por esas
oscilaciones neuronales. Por tal razón podríamos decir que la realidad no sólo
está «allá afuera», sino que vivimos en una especie de realidad virtual.
Es decir, que no es tan distinto estar despierto que estar
dormido...
El cerebro utiliza los sentidos para apropiarse de la riqueza del mundo, pero no se limita a ellos. Es básicamente un sistema cerrado, en continua actividad, como el corazón. Tiene la ventaja de no depender tanto de los cinco sentidos como creíamos. Por eso, cuando soñamos dormidos o fantaseamos, podemos ver, oír o sentir, sin usar los sentidos, y por eso el estado de vigilia, ese sí guiado por los sentidos, es otra forma de «soñar despiertos».
El cerebro utiliza los sentidos para apropiarse de la riqueza del mundo, pero no se limita a ellos. Es básicamente un sistema cerrado, en continua actividad, como el corazón. Tiene la ventaja de no depender tanto de los cinco sentidos como creíamos. Por eso, cuando soñamos dormidos o fantaseamos, podemos ver, oír o sentir, sin usar los sentidos, y por eso el estado de vigilia, ese sí guiado por los sentidos, es otra forma de «soñar despiertos».
El cerebro es una entidad muy diferente de las del resto del
universo. Es una forma distinta de expresar «todo». La actividad cerebral es
una metáfora para todo lo demás. Tranquilizante o no, el hecho es que somos
básicamente máquinas de soñar que construyen modelos virtuales del mundo real.
¿Cómo mantener activa nuestra «máquina de soñar»?
Estamos hablando de que todos estos prodigios de la mente se
generan en tan sólo un kilo y medio de masa cerebral, con un tenue poder de
consumo de catorce vatios. De manera que para mantenerla en forma se requieren
buena nutrición, buena oxigenación y protegerse de golpes.
Sin embargo, lo más importante es usar el cerebro, cosa que
muchas personas no parecen tener tan claro. El problema es que la inteligencia
es limitada pero la estupidez es infinita. Por eso es tan urgente promover una
buena educación, que enseñe a pensar claramente a través de conceptos y no de
mera memorización de datos. Hay que entender la diferencia entre saber (conocer
las partes) y entender (ponerlas en contexto). Por ejemplo, una lora sabe
hablar pero no entiende nada.
¿Por eso en su investigación se busca la síntesis y no la
especialización, propia de la ciencia positiva estadounidense?
El análisis del detalle es más fácil que la síntesis, pero
no es suficiente. Como en la película La tienda de empeño, donde Chaplin
atiende a un cliente que le pide arreglar un reloj. Saca abrelatas, alicates,
empieza a sacar las partes hasta desbaratarlo por completo. Luego pone todos
los pedazos en el sombrero y se los entrega al desolado cliente. ¡El señor
desbarató el reloj y no lo pudo volver a construir! Así es la ciencia analítica
o especializada: sin la síntesis, sólo tiene grandes cantidades de pedazos de
cosas.
No obstante, es incorrecto decir que mi trabajo es síntesis
de fisiología con biología, con zoología, entre otras ciencias. Mi interés es
explicar cómo son las cosas. El problema es que esos cajones del saber («esto
es física, esto es química, etc.») son artificiales, por lo cual yo no los
respeto. El mundo es uno. Y la gente le da nombres porque es estúpida y se
fracciona en función de palabras, en vez de tomar las cosas por lo que son.
Lo que estoy tratando de hacer es muy peligroso, porque yo
me puedo mover de lo molecular a lo cósmico, sin problemas. Y eso resulta
sospechoso para los científicos tradicionales, que sólo respetan el
conocimiento muy especializado. En términos generales, los científicos se
catalogan entre «topos» y «zorros». Los topos taladran, buscan la profundidad y
cada vez saben más y más de una sola cosa. Los zorros lo ven todo, pero por lo
mismo saben poco de mucho.
Alguien dijo sobre mi trabajo: «Ese señor Llinás es ambas
cosas: un topo y un zorro. O mejor, un ¡“zorrotopo”!» (risas). Mi propuesta es
que la ciencia sea análisis y síntesis, que la neurociencia se aventure a
cuatro órdenes de magnitud y no sólo se quede en lo microscópico, y que así
podamos no sólo saber sobre el cerebro, sino entenderlo, porque mientras más
comprendamos la portentosa naturaleza de la mente, el respeto y la admiración
por nuestros congéneres se verán notablemente enriquecidos.
Autora: Ángela Sánchez
Fotografías de Leopoldo Ramírez
http://www.revistanumero.com/39cere.htm
http://www.revistanumero.com/
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