por MARTI PERARNAU
Cien mil pensamientos convencionales que construimos como castillos en el aire y que se desmoronan a diario ante el brutal choque con la realidad del fútbol y de los futbolistas, más complejos, poliédricos y versátiles de lo que imaginamos. Probablemente lo son por simple darwinismo: porque necesitan adaptarse a esas realidades.
De entre los posibles candidatos, el Stoke City habría sido
el último. Puestos a elegir equipo en el que Bojan Krkic podía asentarse al
fin, dejar de dar tumbos y recomponer el rumbo perdido cuando abandonó el
Barça, el de Mark Hughes jamás habría entrado en ningún cálculo de
probabilidades. ¿El Stoke del gigantón Crouch y el patadón p’arriba?
Imposible.
Bojan estuvo cerca de cuajar en el Barça, pero no lo
consiguió. No fue la única causa, pero el peso de la exuberante precocidad
resultó excesivo para su cuerpo liviano. La Roma, siguiente destino, de la mano
de Luis Enrique, no parecía mal destino para reivindicarse. El Milan, siguiente
etapa, cuadraba menos con su perfil de jugador. El Ajax, sin embargo, resultaba
idóneo en apariencia: De Boer, el juego de posición, la influencia neerlandesa
en el Barcelona… Todo apuntaba a redondear un círculo virtuoso, pero la
realidad desdeñó las expectativas y tampoco funcionó. Y, de pronto, el Stoke…
No podríamos encontrar un estilo de juego más opuesto a las características de
Bojan, con lo que resultaba inevitable avizorar una nueva lágrima en su
deambular.
Salvo por dos razones: Hughes no mentía cuando argumentó
ante el futbolista que el juego del equipo no iba a ser el del temido “patadón
adelante” (como bien narra Sergio Santomé en esta pieza); y porque nuestro
pensamiento está tan repleto de convencionalismos que jamás imaginamos que una
situación de estancamiento pueda revertirse, que un jugador pueda mutar de piel
y encarnar otro rol, refundarse, cambiar, formatearse de nuevo, en algo
distinto, ni siquiera mejor, simplemente distinto. El pensamiento convencional
lo es precisamente por su adhesión a prometedoras certezas. Nos aferramos a
dicho pensamiento porque nos garantiza, en teoría, fiabilidad en los
pronósticos y nos aleja de la incertidumbre.
Pero es una seguridad falsa: el
pensamiento convencional está compuesto por tópicos formidables que han
arraigado para evocarnos la calidez de la certeza, pero que son arrasados por
la realidad diaria.
Pierre-Emerick Aubameyang era solo un velocista que jugaba
como extremo en el Saint-Étienne. Cuando se le buscaban virtudes se aludía a un
cronómetro que medía su carrera sobre 30 metros y pretendía compararlo con
Usain Bolt, una perenne estupidez que a menudo resurge en los papeles.
Aubameyang, el velocista, solo un corredor en la banda, sin más. En el Borussia
Dortmund ha roto a jugar por todas partes, con una técnica individual
envidiable, buena visión panorámica, acierto feliz en el remate, a menudo
alineándose como delantero centro… Aubameyang, de la mano de Jürgen Klopp, ha
roto a jugar y ha descalabrado el pensamiento convencional que lo reducía a un
simple motorista de la banda.
Sebastian Rode fue el futbolista que más kilómetros por
partido recorrió la pasada temporada en Alemania, cuando era capitán del
Eintracht Frankfurt. Rode, el maratoniano. Su rasgo distintivo era la
resistencia, el kilometraje. Quedaba libre contractualmente y el Bayern lo
fichó gratis. El Bayern de Guardiola fichando a un maratoniano… No tenía ningún
sentido. El Bayern de los centrocampistas de toque, el exquisito, la
quintaesencia del pase, se hacía con los servicios de un corredor de larga
distancia. Desde hace dos meses, Guardiola viene avisando: “Rode es el
espejo en el que hay que mirarse“. Habla de actitud, por supuesto, no de
técnica. La mejor actitud. Llueva, haga sol, juegue o sea suplente, partido de
trámite o de los grandilocuentes, Rode siempre está enchufado. Entrenando,
compitiendo o en el banquillo. Juegue de titular o salga medio minuto al campo.
Siempre a tope y con una sonrisa. Rode se está convirtiendo en la “niña de los
ojos” de Pep en el Bayern.
El sábado, en el descanso del Bayern-Bayer analizábamos el
primer tiempo con Christoph Metzelder y Lotthar Matthaus. El que fuera defensa
central del Madrid me decía: “Pep ha de hacer algo. Ha sujetado al
Leverkusen, pero no le está haciendo daño. ¿Qué crees que hará?“. Ni corto
ni perezoso aventuré: “Supongo que en el minuto 60 meterá a Schweinsteiger“.
Salimos a la tribuna y en ese preciso instante, salida de vestuarios tras el
descanso, minuto 46, Guardiola sustituyó a Götze por Rode. Al delicioso Götze
por el maratoniano Rode. Las piezas se ordenaron solas, el Bayern conquistó el
balón y pasó a dominar el partido sin remisión. Si no goleó fue porque marró
remates clamorosos. Consiguió que el Leverkusen, por vez primera en un partido
de liga desde 1992, no rematara ni una sola vez a portería en todo el segundo
tiempo (y solo una vez en el primero). Rode fue clave en el control del balón y
el dominio del partido. El maratoniano.
Xavi Hernández está acabado, pero las pocas veces que el
Barça juega con luz propia es porque el veterano enciende la luz. El Chelsea
iba a ganar invicto la Premier League, el Madrid solo sabe contragolpear, el
City está sin gas, el Atleti no resistirá… Y así cien mil pensamientos
convencionales que construimos como castillos en el aire y que se desmoronan a
diario ante el brutal choque con la realidad del fútbol y de los futbolistas,
más complejos, poliédricos y versátiles de lo que imaginamos. Probablemente lo
son por simple darwinismo: porque necesitan adaptarse a esas realidades.
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