JORGE VALDANO 19 JUN 2014 -
MUNDIAL BRASIL 2014
“Esta noche para
siempre se acabaron tus hazañas”, dice un tango clásico, y dan ganas de pensar
en España mientras suena. Porque es verdad que se acabó de manera abrupta este
ciclo, pero también que lo hecho hasta aquí cabe calificarlo de hazaña por lo
que significó para el fútbol español y por lo que influyó en el fútbol mundial.
Que este ciclo se termine frente a Australia en un partido que no significa
nada, es una prueba más de que el fútbol no conoce la piedad. Se trata de un
juego maravilloso, pero también terrible y lleno de paradojas. España, la
última en irse de Sudáfrica con la Copa en todo lo alto, es de las
primeras en marcharse de Brasil y justamente.
Chile cantó el himno como quien sale a invadir, no como
quien sale a jugar. Y realizó un partido coherente con ese entusiasmo patrio.
De hecho, presionó más de lo que jugó hasta el punto de que cada jugador de
España que pensaba con la pelota en los pies, se quedaba sin pelota. Y si se
descuidaba, también sin pie. A veces las pequeñas cosas tienen el valor de un
símbolo, y ver a Casillas sacar en largo las primeras pelotas que recibió fue
una confirmación de la falta de confianza que ha ido infectando al equipo.
La perfección técnica que alcanzo esta Selección requería
tal armonía colectiva que aquello llegó a parecer un ballet en el que la pelota
marcaba un ritmo rápido y hasta bello. Y que yo sepa la belleza no molesta a
nadie. ¿Y por qué esta caída? El de España es un equipo cansado y no piensen
sólo en términos físicos. Jugar al fútbol como lo ha hecho esta selección
durante tantos años exige estar muy fresco: para tener las soluciones en la
cabeza antes de recibir la pelota, para conectarse con los compañeros con una
sola mirada, para presionar con urgencia tras la misma pérdida del balón. Ante
Chile, y desde muy pronto, entendimos que muchos tornillos estaban
desajustados, incluso los de la suerte, que suele restar conectada con la
confianza.
Que este ciclo se termine frente a
Australia en un partido que no significa nada, es una prueba más de que el
fútbol no conoce la piedad.
No desmerezco a Chile, agresivo en el ataque, en la presión,
en los regresos; y mucho menos a Holanda, que voló en su presentación. Pero
como la decadencia no suele tener fondo, no me extrañaría que termináramos
elogiando a una gran Australia en el tercer partido. Porque en España todos los
jugadores parecen estar lejos entre sí, como si hubieran olvidado que la
cercanía sirve para asociarse, tan importante para darle continuidad al juego
como para recuperar el balón en manada tras la pérdida.
Acabar un ciclo de esta manera tiene que ver con el paso del
tiempo, pero también con una cadena de fatalidades en la que terminan fallando
jugadores que nunca fallaron, en la que cada error es de valor gol (en
cualquiera de las dos porterías) y en la que hasta el orgullo parece cansado
cuando el partido requiere de una respuesta heroica.
Foto Alejandro Ruesga. El País.es.
España, simplemente, no se encontró en este Mundial. Pero
como la principal revolución de su fútbol es formativa, el legado será recogido
por las nuevas generaciones, que tendrán que competir con los títulos, el
hermoso estilo y hasta el ejemplar comportamiento de estos jugadores. Mucha
personalidad hará falta para estar a la altura del recuerdo que nos dejan estos
próceres porque, aunque el presente les condene, la historia sabrá ponerlos en
el lugar que merecen. Simplemente, el más grande visto nunca.
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